Adoración Guamán
Doctora en Derecho y Profesora de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social
Héctor Illueca
Doctor en Derecho e Inspector de Trabajo y Seguridad Social.Miembro del FCSM
El Partido Popular ha aprobado esta semana en el Congreso reforma del
sistema de pensiones que está provocando una creciente inseguridad en
los trabajadores de nuestro país. La reforma, escrita por el Gobierno e
impulsada ahora por los 185 diputados del Partido Popular, afecta al
núcleo duro del sistema de pensiones y alienta una conciencia de
precariedad actual y futura respecto la protección dispensada por el
poder público a través de la pensión de jubilación. Como vamos a ver
enseguida, bajo las nociones aparentemente neutras de “equilibrio”,
“sostenibilidad” o “adaptación”, se esconden intereses muy concretos en
favor de una reforma neoconservadora que acaso constituya el mayor
retroceso en la protección de los trabajadores desde el advenimiento de
la democracia.
Hace décadas que las pensiones vienen siendo objeto de una
aproximación “técnica”, efectuada por “expertos” y blindada por la
“objetividad” de la ciencia económica. Inasequibles al fracaso de sus
propios pronósticos catastrofistas, estos especialistas consideran que
el incremento de la esperanza de vida y la baja tasa de natalidad
repercutirán negativamente sobre los ingresos públicos y determinarán la
insostenibilidad del sistema de pensiones, que se estima inevitable. En
consecuencia, se viene introduciendo desde hace años la necesidad de
acometer una dura reducción de gastos mediante un ajuste, inmediato y a
la baja, de la cuantía de las pensiones, tanto presentes como futuras. A
esta finalidad apunta, una vez más, el Informe sobre el factor de
sostenibilidad del sistema público de pensiones sobre el que se ha
construido la reforma que se está tramitando en el Parlamento y que
propicia claramente un incremento de la suscripción de planes privados.
Un informe elaborado por doce “especialistas” de los cuales ocho han
estado o están a sueldo de las entidades financieras y aseguradoras que
se disponen a repartirse nuestro sistema público de pensiones.
En efecto, el planteamiento del Gobierno se inscribe en un ciclo
amplio que tuvo su eje inicial en la reforma aprobada por el PSOE en el
año 2011, fruto de un pacto social en el que participaron CCOO y UGT.
Esta reforma estableció importantes restricciones subjetivas y objetivas
en el régimen de acceso o de disfrute de la prestación económica por
causa de jubilación. En primer lugar, incrementó la edad de jubilación
legalmente establecida desde los 65 hasta los 67 años, a través de un
proceso gradual y progresivo que se prolongará hasta 2027, afectando de
manera más intensa a los trabajadores que se jubilen al finalizar dicho
período. En segundo término, y también con una aplicación paulatina,
preveía la ampliación de 15 a 25 años del período de cotización que se
toma en consideración para calcular la base reguladora de la pensión de
jubilación, provocando una sensible disminución de la cuantía de la
pensión para una mayoría de trabajadores que obtienen mejores salarios
en el último período de su carrera profesional. La reforma, sin embargo,
no afectaba a quienes hubieran consolidado sus derechos como
beneficiarios, garantizando el percibo de la prestación a las personas
que tuvieran reconocida la condición de pensionista en el momento de su
entrada en vigor.
Partiendo de esta base, de la introducción en aquella reforma del
“factor de sostenibilidad”, el Partido Popular se apresta a clausurar el
ciclo reformista iniciado en 2011 con una nueva una reforma de corte
radical y antigarantista, cuya intención es reducir inmediatamente la
cuantía de la prestación (el “ahorro” que publicita el Gobierno viene
indudablemente de ahí). En entre otros aspectos, se pretende eliminar
inmediatamente la revalorización de las pensiones a partir del IPC, algo
que ya lleva años haciéndose de manera excepcional y que ahora se
pretende convertir en regla, e introducir un nuevo índice para reducir
continuamente su poder adquisitivo. Este segundo índice penaliza a los
propios pensionistas por el aumento general de la esperanza de vida, que
en lugar de considerarse como una conquista social ha pasado a
calificarse como un “riesgo” para nuestra sociedad.
La aplicación de estos criterios se traducirá en un drástico recorte
de las pensiones, superior a un punto anual de poder adquisitivo cada
año de las mismas, que evidentemente afectará, como la reforma anterior,
con mayor dureza a las mujeres. Esta rebaja se pretende operar en un
sistema donde en torno al 50 por 100 de las pensiones contributivas se
sitúan por debajo de los 650 euros mensuales; el 27,7 por 100 de las
pensiones tienen complementos por mínimo, al no alcanzar la cuantía
mínima del sistema; 4,6 millones de hogares en España tiene como fuente
principal de ingresos una pensión. Así las cosas, no cabe duda de que la
consecuencia directa va a ser conducir a la pobreza a amplias capas de
la población, a esas grandes mayorías sociales que no pueden permitirse
un plan de pensiones privado.
En definitiva, esta reforma es una muestra de vasallaje del Gobierno a
la política neoliberal impuesta por la Troika contra los intereses de
la mayoría de la población, con un claro propósito: abrir al mercado el
sistema español de protección social, acreciendo y extendiendo la
importancia de la previsión social complementaria que se desarrolla en
el ámbito privado. O, por expresar la idea con otras palabras, se trata
de alimentar la desconfianza en el sistema público de pensiones y
fomentar su sustitución por planes de ahorro privados, ocultando los
riesgos financieros que suponen e ignorando que la inmensa mayoría de
los ciudadanos carece de capacidad de ahorro para asegurarse una pensión
de jubilación digna.
Frente a la opción sostenida en este informe se elevan críticas y
propuestas de reformas alternativas. Cabe destacar por un lado la
crítica al informe realizada por el Comité Económico y Social,
que además de cuestiones de fondo se pregunta por qué el Gobierno le
pide un Dictamen cuando todavía estaba negociando el anteproyecto con
los agentes sociales ¿acaso sabía ya el Partido del Gobierno que no iba a
modificar una coma?; también son imprescindibles los comentarios
realizados por diversos catedráticos de Derecho del Trabajo, tanto en la
Comisión del Pacto de Toledo como en medios de comunicación y diversos blogs, afirmando la más que posible inconstitucionalidad de la medida y lo erróneo de sus diagnósticos.
Entre las distintas propuestas y críticas que se han formulado,
destaca la presentación en barrios y asociaciones del documento “En
defensa del sistema público de pensiones”, elaborado por un grupo de 24
profesores de Derecho, Sociología y Economía, así como por
profesionales y expertos en materia de Seguridad Social. Se trata de una
propuesta centrada en la defensa las pensiones públicas, que propone
incidir sobre los ingresos del sistema y sufragar las pensiones con
recursos procedentes de los Presupuestos Generales del Estado, que
podrían incrementarse si se reforma el sistema fiscal para hacerlo más
equitativo y eficaz y si se combate de verdad el fraude fiscal.
Este informe rechaza la pretendida objetividad de la propuesta
gubernamental, reivindicando que tras todo análisis económico de una
actuación pública que afecte al bienestar de la ciudadanía existe un
planteamiento político de partida. Decidir que el sistema de ingresos es
inamovible y que en cambio es posible disminuir la cuantía de las
pensiones conlleva en sí una clara opción política, aun cuando la
propuesta se concrete posteriormente en fórmulas matemáticas. El recorte
de las pensiones no puede ampararse en una exigencia “técnica”, sino
que obedece a una intencionalidad política que ignora abiertamente el
bienestar de la población. La posición del Gobierno representa un claro
alineamiento con las tendencias más radicales que defienden la ruptura
del modelo público de protección social vigente en nuestro país,
aproximándonos a un escenario que aparece caracterizado por dos rasgos
significativos: una seguridad social pública muy debilitada, de
naturaleza crecientemente asistencial, y una protección complementaria
que se encomienda a la iniciativa privada y al esfuerzo individual de
los trabajadores.
Por todo lo anterior, elaborar y conocer otras propuestas así como la
apertura de un amplio debate sobre el contenido de las medidas que
contiene el Proyecto de Ley del Gobierno no solo es pertinente, sino
imprescindible. Reformas como la que se pretende deberían ser objeto de
decisión conjunta de toda la ciudadanía y no quedar secuestradas por
argumentos supuestamente “técnicos” o por mayorías absolutas
parlamentarias que han dejado de representar los intereses de las
mayorías sociales. Se trata, posiblemente, de la reforma que mayor
impacto va a tener sobre el bienestar de la población de las muchas
realizadas en los últimos años. A los 185 diputados del Partido Popular
que ahora tienen este proyecto de ley en sus manos debemos lanzarles
esta pregunta: ¿creen ustedes que sin pensiones dignas, sin seguridad
social, sin asunción colectiva de los riesgos sociales, sin bienestar,
hay democracia? De eso estamos hablando.
Todo esto esta muy bien. Pero lo que también sabemos casi todos es que la izquierda no tiene una alternativa, ni mejor ni peor.
ResponderEliminar¿A que estaís esperando?