Jorge Alcázar
Es curioso observar cómo van sucediéndose, incontrolables, una tras otra, sucesivas reformas laborales. Cómo el número de parados va en aumento batiendo records históricos.
Asimismo, resulta cuando menos sospechoso ver cómo nuestras fuerzas gobernantes, ya sean ejecutivas, legislativas o judiciales, refrendan lo que, desde todo punto de vista, son ataques continuos a la clase obrera y al conjunto de la sociedad.
Entendiendo la fuerza de trabajo como una mercancía, y que como tal, en nuestra sociedad capitalista, posee un valor, es posible palpar lo pernicioso de estas actuaciones sobre nuestro mercado laboral y sobre la clase obrera. Citando a Carlos Marx: “lo que caracteriza a la época capitalista es que la fuerza de trabajo asume para el propio obrero la forma de una mercancía que le pertenece a él, y su trabajo, por consiguiente, la forma de trabajo asalariado” (CarlosMarx, El Capital Libro I-Tomo I. Editorial Akal).
O bien, si escuchamos a Hobbes: “El valor de un hombre es, como todas las demás cosas, su precio: es decir, lo que se pagaría por el uso de su fuerza” (Th. Hobbes, Leviatán, Editorial de Molesworth).
No cabe aquí, en modo alguno, confundir capacidad de trabajo con trabajo. Continuando con Marx: “quien dice capacidad de trabajo no hace abstracción de los medios de vida necesarios para su subsistencia. El valor de ésta viene expresado en el valor de aquellos” (Carlos Marx, El Capital Libro I-Tomo I. EditorialAkal).
Amén de otros inconvenientes y lesiones ocasionadas por el modelo capitalista, como puede ser el de que la fuerza de trabajo sea vendida aunque no se pague hasta más tarde, un trabajador requiere de una inversión social en la forma de formación de su fuerza de trabajo. El conjunto de la sociedad vuelca en cada hora potencial de trabajo parte de su inversión y ejecuta, como vemos constantemente, acciones encaminadas a la formación de ésta (educación, prestaciones sociales, infraestructuras,...). Es decir, el individuo posee en cada uno de sus actos anteriores a la venta de su fuerza de trabajo una parte de capital social, que es puesto al servicio de éste por los distintos mecanismos sociales que lo amparan como miembro de una sociedad.
Cuando se acomete una reforma laboral que daña los derechos asumidos por el trabajador, ésta no sólo repercute negativamente en él; mucho más profunda es la repercusión negativa que la misma ejerce sobre el conjunto de los mecanismos sociales puestos en marcha para la formación de éste.
En la medida en que esta fuerza de trabajo ha visto menguado su valor en el mercado laboral capitalista, se daña al conjunto de la sociedad ya que se está devaluando una forma de inversión social que ha sido ejecutada en cada miembro trabajador de la misma.
No es cierto que tales reformas laborales lesivas para los intereses del trabajador, entendido éste como perteneciente a un determinado colectivo o gremio, resulten beneficiosas para el conjunto de la sociedad.
Esa mentira escandalosa nunca se trocará en verdad, por muchas veces que se repita y muy alto que se diga. No sólo redunda en perjuicio del individuo en cuestión, si no que aparece en su forma dañina más feroz cuando la sometemos al contacto con la sociedad.
Afirmar que reducir las garantías laborales de un trabajador, ya sea mediante bajada de sueldo, precariedad laboral legal,etc., produce una mayor flexibilidad en el mercado laboral y, por tanto, reduce el desempleo, es una conclusión que no resiste ni un primer análisis.
Cuando el capitalista acude al mercado laboral y solicita el uso de la fuerza de trabajo de un individuo, lo hace ya bajo unas condiciones mucho más ventajosas. Prescinde de todos los elementos de amparo de que anteriormente disponía el obrero y simplemente ejecuta el nuevo código puesto en circulación. De esa forma, un producto social sobre el cual se ha hecho una fuerte inversión, ha visto menguado drásticamente su valor.
Se ha deteriorado esa parte de capital social aportado. No hace falta decir sobre quién recaen los beneficiosos ocasionados por los recortes ejecutados. En una demostración de impudicia total, el empresario capitalista aprovecha la plusvalía generada por la nueva reglamentación. Contempla gratamente como sus bolsillos recogen aún más provecho. De nuevo el balance ha arrojado un saldo positivo para las manos privadas y un saldo negativo para las sociales.
Aquí el capitalista ya no sólo está encarnado por el propietario trajeado con su puro en la boca y su consejo ejecutivo; también se atisba detrás de esta humareda a toda una pléyade de inversores que ávidos de especulación participan de la bacanal.
Podemos convenir con Marx en que “el antiguo poseedor de dinero avanza convertido en capitalista, y el poseedor de fuerza de trabajo le sigue como obrero suyo; uno pisando fuerte y sonriendo desdeñoso, todo ajetreado; el otro tímido y receloso, de mala gana, como quien lleva su propia pielal mercado y no tiene otra cosa que esperar más que la tenería”. (Carlos Marx, El Capital Libro I-Tomo I. Editorial Akal).
Además, este análisis pone de manifiesto una realidad velada: el individuo no es como se pretende hacer ver un ente consumidor, si no que adopta su forma real capitalista, que no es otra que la de un producto de consumo más.
No voy a tratar de hacer analisis de lo expresado anteriormente, pues considero que no se trata de teorizar filosoficamente sobre la fuerza del trabajo, el individuo y el Capital. Sobradamente se sabe que en una sociedad Capitalista el indivuduo no es nada más que una unidad productiva. No entraré en si lo es, o no lo es. Sea así o no, el individuo tiene unas necesidades biologicas y sociales (com Ser social que es), siendo esto lo esencial que se ha perdido en el horizonte infinito de las leyes laborales que controlan las relaciones empresa trabajador. Ese horizonte hay que retrotaerlo, humanizando el contrato mercantil entre el trabajador y la empresa. Y en esta línea se ha de reconstruir todo un nuevo compromiso estatutario del trabajo (ET).
ResponderEliminarNo se trata de abolir el lucro del que pone el capital en una empresa; licito es. Si no, de repartir más equitativamente el reparto del beneficio, partiendo de un mínimo de salario holgado que garantice el bienestar de la unidad productiva (si así lo consideramos). Cuanto más comodo esta el individuo, y menos problemas tiene, más es su rendimiento (creo en ello).
Lo expuesto, y es mi humilde opinión, es la base sobre la cual se ha de levantar toda la extructura de una contra reforma laboral. Con la finalidad de sotener un perpetuo equilibrio Social.