Rafael Juan Ruiz
No es la intención de este escrito desmenuzar las afrentas que la nueva, enésima y seguramente penúltima reforma laboral, hace a los trabajadores españoles. Estudios y análisis hay para todos los gustos a un solo click de distancia; a disposición de cualquiera que tenga la más mínima inquietud. Pero en esto de los gustos también es verdad que los hay como colores, o en función de cómo nuestra memoria nos responda. A veces somos nosotros los que no respondemos a nuestra memoria, que todos los casos hay.
En definitiva, que, al leer los análisis mencionados, los hay que hacen hincapié en la pérdida de derechos generales que supone esta nueva “contrarreforma laboral”. Y otros que la comparan con lo que se ha ido perdiendo en las anteriores. Y, como hay gustos para todo, yo reconozco que son estos últimos análisis los que más me gustan.
¿Por qué? Pues en primer lugar porque me hacen tener un conocimiento más amplio de la realidad. Así, por poner un ejemplo, si el análisis simplista (en mi opinión, además, malintencionado) dice que tras la reforma del PP se va a poder despedir a alguien en caso de absentismo por enfermedad aunque tenga justificante médico, tendremos que decirle que eso no es algo nuevo, pues ya el PSOE lo incluyó en la reforma de 2010. En este caso, el PP lo que ha hecho es quitarle la referencia de porcentaje de absentismo del centro de trabajo y dejarlo simplemente en los días que el trabajador esté de baja durante dos meses. ¿Dice una mentira el análisis simplista? No. Pero hace algo peor, decir una verdad a medias, que, normalmente se dicen para sacar provecho de ellas.
Claro que, si optamos por ir un poco más allá de los análisis simplistas, los trabajadores y los ciudadanos en general tendremos una tremenda ventaja: información completa, y saber quienes son de verdad los nos afrentan con sus propuestas y sus leyes. Si yo me quedo en el análisis simplista diré rápidamente: “Mira que es travieso este Rajoy. No está bien informado. El problema no somos los trabajadores, son los bancos. Creo que se ha equivocado con la Reforma. ¡Hay que ver cómo hemos empeorado los trabajadores con el PP! En las próximas elecciones votaré al PSOE, que no se atrevía a hacer estas cosas” Y entonces votaré al PSOE, me harán la envolvente y mi nivel de frustración y de atolondramiento subirá hasta sumirme en la profunda depresión y confusión en la que nos encontramos actualmente.
Sin embargo, si el análisis va más allá, y en un alarde de acercamiento a la realidad me intereso en qué han hecho históricamente nuestros gobernantes, a lo mejor tengo una mejor base de actuación en el futuro. Lo cuál por desgracia no es garantía de que acierte, pero sí, al menos, de que mi dignidad no ha sido pisoteada con mi consentimiento. Y, para mí, en las circunstancias actuales, esto es mucho.
Y un poco más. El año pasado, dos compañeros de mi empresa fueron despedidos acogiéndose a la mencionada reforma en el cómputo del absentismo por enfermedad que incluyó el PSOE en su Reforma Laboral de 2010. En aquellos momentos, tanto CC.OO como UGT en mi empresa, no sólo no pelearon la readmisión de los compañeros (tuvieron la desgracia de no ser afiliados suyos) sino que incluso se enviaron noticias anónimas falsas de supuestas malas actuaciones de esos compañeros. Hoy, una de ellos sigue despedida y de Juzgado en Juzgado, y el otro volvió a trabajar al declarar su Juez el despido nulo. Claro está que, si yo no conociera este caso, cuando hace unos días oigo hablar en la radio a una dirigente de UGT que critica las presiones que, desde que el PP aprobó la Reforma, los trabajadores están sufriendo para volver a sus puestos de trabajo cuando están de baja laboral, pues diría: “Mira que es malo este Rajoy. Ya ni siquiera te puedes poner malo. Definitivamente con él, los trabajadores vamos a la ruina. En las próximas elecciones votaré al PSOE. Y participaré en la próxima manifestación poniéndome una pegatina de CC.OO o de UGT (que lo mismo da). ¡Qué digo! Me voy a afiliar, que ellos me van a defender” Y, entonces, CCOO y UGT seguirán siendo los sindicatos interlocutores del gobierno, que pactan con él congelación de salarios, reformas laborales que destrozan derechos históricos, que hacen huelgas generales de un día que como mucho sirven para que el gobierno de turno les calme con prebendas y, nuevamente, me sumiré en una profunda depresión y confusión.
Lo habitual es que estos comentarios los hagamos los compañeros de trabajo muy frecuentemente. Estamos convencidos de que la situación es esa y, después de comentarla y de autoflagelarnos un poco, esperamos a que tiempos mejores nos invadan cual tsunami inesperado.
Pero la verdad es que nuestro mundo y, sobre todo, el que vamos a dejar, no está para que nos quedemos parados. No es momento ni de lamentaciones, ni de tristezas, ni de miedos. Es el momento de que todos, sin excepción, despertemos del largo y profundo letargo en el cual nos hemos metido nosotros solitos. Es cierto que nos han ayudado desinteresadamente. Pero creo que es el momento de no echar más la culpa a otros y de echárnosla a nosotros mismos. ¿O no es cierto que mientras el poderoso (llámenlo sistema, llámenlo capitalismo, llámenlo gobiernos, o Unión Europea, o FMI, lo que sea) ha hecho su trabajo de manera meticulosa, minuciosa, programada, sin descanso, los trabajadores y ciudadanos en general hemos hecho dejación de nuestros derechos y de nuestros deberes? ¿Cómo voy a culpar yo, defensa de mi equipo, de que el delantero me marque un gol si mientras él venía yo estaba bebiendo agua?
Efectivamente el sistema capitalista ha hecho su trabajo a la perfección. Y para ello se ha valido de todos sus entresijos y tentáculos, alguno de ellos anestesiante. Pero si ya nos hemos dado cuenta (¡por fin!) de ello, organicemos el contraataque. Somos miles, millones de personas de las que ese sistema depende. Algunos ya trabajando en organizaciones alternativas y en movimientos ciudadanos de nuevo cuño. La mayoría, aún en el bar lamentándonos de nuestra miseria. Es el momento de decir ¡basta! De no apoyar más a organizaciones y particulares corruptos, de enfrentarnos en nuestro ámbito a actitudes contrarias a la ética más elemental.
El día de la huelga general, como no podía ser de otra forma, no iré a mi trabajo. Tengo además la suerte de que la convocan muchos sindicatos, no solo los aquí mencionados. Y haré lo que un trabajador tiene que hacer un día de huelga: no quedarme en mi casa a descansar. E iré a la manifestación que se convoque, pero, eso sí: buscaré la forma de dejar claro que yo no he participado en esa jornada de protesta para que CC.OO y UGT tengan la “autoridad” de negociar esta Reforma Laboral. En mi nombre, NO. Junto a quienes así lo entiendan, esa jornada la dedicaré a la lucha para que la Reforma Laboral no se negocie, se retire. Y, sobre todo, para crear un tejido de lucha que suponga la recuperación del sentimiento de grupo que los trabajadores deberíamos de no haber perdido. Para entrenar una defensa que esté en forma para cuando el delantero contrario encare nuestra área. Para que los políticos y las cúpulas sindicales que nos manejan sepan que aquí hay un ejército dispuesto a pelear hasta que se consigan sus objetivos y no hasta que ellos quieran y tengan pactado.
Creo firmemente que es el momento de que los millones de trabajadores que no han sentido hasta ahora la necesidad o no se han atrevido a pelear, lo hagan. Que los miles de cuadros sindicales que salieron, bien hartos, bien expulsados de CCOO y UGT, empiecen a poner en común argumentos para la lucha. Que millones de jóvenes entiendan que su futuro sólo depende de ellos, porque han tenido unos padres y unos abuelos que han sido tan cafres que han perdido en dos generaciones lo que sus abuelos y bisabuelos ganaron con sangre. Es el momento de la organización, del trabajo desinteresado, de la honestidad, de la justicia y de la democracia.
El 29 de marzo, ¡démosle todos una lección al gobierno del PP, a los anteriores del PSOE, a las cúpulas sindicales de UGT y CC.OO! ¡Están asustados de que despertemos!¡Despertemos, pues!
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