Jorge Alcázar
Colectivo Prometeo
Frente Cívico Somos Mayoría
Sobre las 20:15 h
de la noche del 22 de marzo las cargas policiales pusieron fin a la
mayor manifestación ciudadana que ha conocido la España
postfranquista. El reloj de la historia marcó sus campanadas al son
de los disparos y delimitó la línea de los que están y los que no
están en la lucha. La hora de la definición y el posicionamiento
llegó a su fin, y por el camino se fueron desangrando, al ritmo de
las consignas, de los gritos y las voces, de las palabras cargadas de
política y sed de justicia surgidas de las gargantas de centenares
de miles de mujeres y hombres humildes y decididos, las retóricas
huecas y los conceptos abstractos y melifluos de esa parte de la
izquierda que hoy, días después del 22 M, aparece alineada muy a la
derecha de los millones de espíritus rebeldes que poblaron Madrid en
cuerpo o en alma.
Tras el imponente
cortejo formado por más de un millón de almas portadoras de los
cinco estandartes de dignidad, cabe preguntarse dónde estaban
aquellos otrora representantes de la clase trabajadora. En qué lugar
de Neptuno o Cibeles, a qué altura del Paseo del Prado o de
Recoletos se encontraban los sindicatos mayoritarios. Cabe
preguntarse, quizás ingenuamente, dónde estaban sus líderes
sindicales y sus cuadros. Pero quizás por la misma ingenuidad de la
pregunta, la respuesta a ésta es igual de simple. Sencillamente no
estaban porque no podían estar. No estaban porque no se les
esperaba. No se les esperaba porque esa misma masa revolucionaria que
tomó Madrid estaba harta y hastiada de esperarlos sistemáticamente
a lo largo de décadas de abandono y traición. No estaban porque su
temor, su indefinición y su indignidad no cabían en las anchas
avenidas que nos llevaron hasta Colón.
No se les esperaba por la
misma razón por la que no se espera, desde tiempos remotos, a esos
que osan llamarse socialistas y viven a cuerpo de Rey y a costa de la
clase trabajadora. No podían estar porque desmerecen marchar al son
de los tambores de la dignidad, pues sus andanzas van de la mano de
los Rajoy, Bañez o Rosell, y lo que para nosotros fue Colón el 22
de marzo, para ellos fue La Moncloa el 18 del mismo mes. No estaban
porque sus gargantas no están hechas para gritar contra el pago de
la deuda ilegítima o contra el paro, pues se postran una y otra vez
a los intereses del capital firmando despidos colectivos tras
despidos colectivos y asumiendo el dogal de la deuda como un hecho
divino. No estaban no por falta de ganas de representar otra
mascarada, si no porque su indignidad les impide reclamar un trabajo
digno tras ser los testaferros de gobiernos y patronal para descarnar
los derechos del trabajador y contribuir, vez tras vez, a mermar las
condiciones laborales y salariales de una clase, la trabajadora, que
hoy les es totalmente ajena. No estaban ni se les esperaba porque a
base de traicionar y defraudar a aquellos que se deben se han
convertido en un órgano alienado y alineado con los intereses del
capital. No podían estar, bajo ningún precepto, pues las leyes de
la física y las de la ética les impiden representar el don de la
ubicuidad, ya que a esa misma hora y en las sucesivas, y en la misma
ciudad, ellos estaban del lado de la oficialidad vestida de luto por
la muerte de la marioneta hoy convertida en prócer franquista de la
patria. No estaban ni estarán porque la misma palabra corrupción se
ha convertido en moneda de uso común dentro de estas élites
sindicales, apoltronadas en sus chanchullos y tejemanejes.
Así, el 22 de
marzo sirve, entre otras cosas, para clarificar la línea que divide
a unos y a otros, para delimitar el espacio compartido entre
compañeros de lucha, y el espacio asignado al que está enfrente.
Nos ha servido para visionar que, más allá del enemigo visible y
evidente que supone para la clase trabajadora el gobierno del PP, las
políticas neoliberales, la Troika, el FMI y las instituciones
europeas, así como la oposición socialista, existe otro enemigo
cuya invisibilidad ha pasado a mejor vida: la clase dirigente de las
dos grandes empresas sindicales – C.C.O.O y U.G.T - de éste país.
Y es que no se les
podía ni quería esperar, no queríamos verlos pasear a nuestro
lado, gritando nuestros gritos y representado otra farsa ya harto
repetida. Su espacio, que no el nuestro, su lucha, que no la nuestra,
se representa en los salones de La Moncloa y no en las avenidas de
las ciudades españolas; sus compañeros y camaradas, los Rajoy,
Bañez, Rosell, Botín, González, Roig y demás compinches, son
nuestro enemigo.
El 22 M es del
pueblo que tomó Madrid a las cinco de la tarde, es de los miles de
personas que anduvieron los caminos mostrando a pecho descubierto su
dignidad, es de todas aquellas personas que, aunque no pudieran
acompañarnos por los senderos que llevaron a Madrid tenían su alma
y su espíritu es la misma lucha; el 22 M es de todos aquellos
parados, precarizados, estudiantes y jubilados, de los mayores los
jóvenes y no tan jóvenes que asumieron su papel en la historia y
decidieron enfrentarse como clase organizada al poder fáctico; el 22
M es de todas esas organizaciones que con recursos mínimos pusieron
su empeño y su férrea voluntad para mover las ruedas de la
historia; es de aquellos sindicatos y partidos políticos que
entendieron la urgencia de un país que se desangra vivo, y que
entendieron que sus intereses eran los de ese pueblo que sufre y se
rebela.
El 18 de Marzo, con
sus funerales nacionales, con sus crespones y lutos, con toda su
hipocresía y su farsa democrática es vuestro, camaradas líderes de
CCOO y UGT. Esa es vuestra trinchera. Esta, nuestra lucha.
Estaban con los suyos, con los enemigos de la Dignidad y de la Democracia Real.
ResponderEliminarNo sorprende nada. Hace mucho que se separaron de lo que debían ser. Como ha dicho, nadie los esperaba.
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