Manuel Marrero Morales
Coordinador General de Intersindical Canaria
La
coincidencia de la muerte de Adolfo Suárez, que había olvidado su
pasado, en las mismas fechas en que más de dos millones de personas
salíamos a las calles en las Marchas por la Dignidad reclamando
nuestros derechos y los de nuestros descendientes, nos conduce a varias
reflexiones, sobre un pasado reciente, cuyo modelo está agotado para
los intereses de la clase trabajadora y, sobre todo, con la vista puesta
en el futuro que queremos.
En
los albores de la inmodélica Transición discutíamos sobre Ruptura o
Reforma. Se impuso esta última y los poderes del Franquismo
permanecieron inalterables: la Iglesia Católica, el ejército, los
poderes económicos, la Corona, en definitiva, los derechos de la clase
privilegiada siguieron imponiéndose sobre los de la clase trabajadora. Y
así durante más de tres décadas.
Y
en esta construcción del modelo de Estado han jugado un papel
fundamental la mayoría de los partidos políticos, la patronal, la
banca, la iglesia, el sindicalismo mayoritario,... Y la creencia
popular, alimentada por medios de comunicación tramposos, de que
vivíamos en el mejor de los mundos posibles: entrada en la OTAN, en la
UE, en el euro, en el G-20+1, crecimiento armamentístico, crédito
fácil, burbuja inmobiliaria, megaconstrucciones, pactos sociales
domesticadores, corrupción por doquier...
Y,
sobre todo, largos periodos de desmovilización y adormecimiento
ciudadano. Se impuso el modelo donde la participación ciudadana no
sólo se ignoró sino quedó proscrita. Ya bastaba con los
representantes, políticos o sindicales, elegidos: los conseguidores,
los apuntaladores imprescindibles del sistema, que ahora están ocupados
en los despachos, con sus pactos sociales, en labores urgentes de
achicar el agua del barco que naufraga y de cubrir las grietas el
edificio que se les viene encima.
Mientras,
sus hipotéticos representados nos encontramos en las calles,
reclamando dignidad. En lugares como Canarias, ni en los mejores
momentos de principios de los 90, bajamos del 9% del paro. En la
actualidad ostentamos la indecorosa cifra de un 35.4%, junto a unas
800.000 personas (de 2.100.000) que viven bajo el umbral de la pobreza.
Sin embargo, llevamos varios años en que se acabaron los cantos de
sirena que nos adormecían, y comenzaron los duros castigos sobre la
población: modificación del articulo 135 de la Constitución para
priorizar el pago de la deuda, reformas laborales que eliminan nuestros
derechos, recortes sociales en educación, salud y dependencia que dejan
nuestros derechos como una tabla rasa, leyes retrógradas de alto
contenido ideológico, moral y represivo como la LOMCE, la del aborto o
la ley mordaza "de inseguridad ciudadana".
En
definitiva, la creciente privatización de lo público y el ataque
feroz a nuestros exiguos derechos y libertades, conquistados en las
luchas. Los efectos de estas medidas salvajes no se han hecho esperar:
seis millones de personas en paro, implantación del copago, deterioro
de los servicios públicos de salud, educación y dependencia, obligada
emigración de la juventud mejor formada de la historia de este país,
retroceso de medio siglo en educación, congelación, privatizacion e
incierto futuro para las pensiones, pérdida de derechos y libertades...
Y
frente a esta catástrofe social, dos huelgas generales, miles de
movilizaciones parciales, el 15-M, y ahora las Marchas de la Dignidad.
Estamos desperezándonos del largo letargo. El bostezo inicial se ha
convertido en grito, en clamor popular que al unísono los señala con
un "no nos representan". Muchos cientos de miles, millones de personas,
sabemos, por fin, que es lo que no queremos. Y estamos unidos en esa
negación a asumir las imposiciones de la Troyka y las de sus portavoces
políticos.
No
estamos de acuerdo con que la economía mande sobre la ciudadanía.
Repudiamos el cascarón vacío de participación en que han convertido a
la democracia. Defendemos nuestros derechos intentando impedir que lo
público sea objeto de negocio privado, luchando contra los desahucios y
las abusivas hipotecas. Queremos una banca al servicio de nuestros
intereses y no al revés. Cuestionamos la monarquía y el euro. Nos
negamos al pago de una deuda ilegítima. Exigimos una renta básica.
Somos personas, no mercancías. Abogamos por la insumisión, por la
desobediencia civil frente a leyes injustas.
Hemos
salido pacíficamente a las calles bajo el lema "pan, tierra, trabajo y
techo" y, en Canarias, además, contra las prospecciones petrolíferas.
En esencia, estamos construyendo y contraponiendo de forma colectiva un
nuevo modelo social, económico y político, donde se antepongan los
intereses de la clase trabajadora a los del capital, donde nuestras
decisiones cuenten, donde florezcan las libertades, la igualdad y la
justicia social. Caminamos inexorablemente hacia esa utopía. Vamos
lentos, porque vamos lejos.
El
cortoplacismo es un efímero consejero. El miedo está empezando a
cambiar de bando. El futuro nos pertenece y claro que sí se puede.
Las
asambleas ciudadanas, la coordinación estable de las organizaciones
alternativas, la información y el debate en los centros de trabajo, en
los Institutos y Universidades, en las familias, sumando militantes para
esta necesaria transformación, es un trabajo lento, que exige tesón,
disciplina y compromiso.
Los
cambios de mentalidad son el producto de lentos procesos de
interiorización, de contraste, de aprehensión de ideas convincentes,
de asunción de responsabilidades para sentirnos protagonistas y
corresponsables de las decisiones que afectan a nuestras vidas. De un
ciudadanía resignada a una ciudadanía insumisa, rebelde y militante
activa en defensa de nuestros derechos y libertades.
La
movilización sostenida tendrá que propiciar la unidad de acción, la
elaboración de pensamiento crítico compartido, la pérdida del miedo,
la participación creciente, la construcción de alternativas sociales,
económicas y políticas, la continuidad de la lucha sin desfallecer
asumiendo nuestra responsabilidad generacional.
Y
estoy convencido que esta guerra desatada contra la clase trabajadora
la ganaremos en las calles, en las plazas. Y ocurrirá el día en que,
convencidos de ello, salgamos y ocupemos definitivamente las calles y
las plazas y seamos la mayoría los que los desalojemos a ellos, a todos
los que no nos representan.
ResponderEliminarEl Secretario General de CCOO señor Ignacio Fernández Toxo, ha pedido que la la Zona Euro destine 270.000 millones de euros para crear 10 millones de puestos de trabajo, con inversión publica, en dicha Zona Euro.
Utilizando el sentido de estado, (cosa que en Europa no parece que exista) se podrían destinar dos a España, otros dos a Italia, uno a Grecia y otro Portugal y los otros cuatro en el resto los de mas países donde mas necesario sea.
270.000 en una Zona Euro, con un PIB de doce billones y medio, es poco mas de un 2%. cuando en Estados Unidos, han estado haciendo hasta hace muy poco aproximadamente un billón de dolares al año, con unos 14 ó 15 billones, y Japón, se propone hacer una cantidad de dinero equivalente a un 30% de su PIB.
Es decir que se podrían crear dos millones de de empleos con una cifra insignificante y si no lo hacen es porque los parados les importan un comino.
Creo que se debería crear una marea de cualquier color para pedir una solución al paro.