Todo cambia, nada permanece. Lo tenemos escrito y
pensado desde la antigüedad, pues Heráclito de Éfeso ya nos explicó que
no podíamos entrar y salir del mismo río pues ni nosotros ni el río
seríamos los mismos. Pero también se ha escrito en la modernidad, y la
tesis del materialismo histórico desarrollado por Marx pivota sobre esa
constatación. Incluso lo cantó bellamente la gran Mercedes Sosa. Sea
como sea, hay acuerdo en que todo cambia. Y los sistemas políticos no
son ajenos a ese proceso. La pregunta más pertinente es ¿hacia dónde se
cambia?
Comencemos por un punto básico. Las personas no nos relacionamos unas
con otras en el vacío. Utilizamos instituciones, normas y reglas que
nos evitan tener que empezar siempre desde cero. Por ejemplo, cuando
queremos denunciar una injusticia vamos a un juzgado. Ese juzgado, con
sus recursos y empleados, ya está ahí porque nuestra comunidad política
ha creado y diseñado esa institución previamente. Y es que sería todo un
fastidio tener que crear un sistema judicial nuevo por cada injusticia
detectada. Ni el castigo a Sísifo superaría tamaña tarea.
Por eso, una comunidad política vive siempre en un ámbito
institucional que tiene la apariencia de haber estado siempre ahí. De
hecho nos parece natural que exista un cuerpo policial, un sistema
educativo o sanitario e incluso un parlamento, pero lo cierto es que
todas esas instituciones se tuvieron que diseñar en algún momento
histórico. Esas instituciones rodean y envuelven nuestra vida cotidiana,
pero también van cambiando.
Por eso puede afirmarse que será inevitable ver nuevos procesos
constituyentes, es decir, procesos que constituyan nuevas instituciones
políticas o que produzcan cambios radicales en los diseños vigentes
hasta ese momento. Habitualmente estos procesos se refieren a la
institución suprema, la Constitución, y por eso en España los hubo en
1812, 1931, o en 1978, por ejemplo. No obstante, no todos los procesos
constituyentes son iguales. A veces los procesos constituyentes tienen
una perspectiva popular que refleja las demandas y exigencias de las
gentes más desfavorecidas, esto es, lo que llamamos comúnmente el
pueblo. Así fue claramente en los casos de Francia entre 1789 y 1792, de
México en 1917, de Rusia en 1918 y 1924, de España en 1931 o de Italia
en 1948. Sin embargo, otras veces los procesos constituyentes son
dirigidos desde arriba, desde las mismas élites que gobernaban las
instituciones previas. Al margen de las numerosas contrarrevoluciones,
el ejemplo más reciente y evidente de este tipo es el de la construcción
de la Unión Europea.
Un proceso constituyente implica a su vez un proceso deconstituyente,
porque la constitución de nuevas instituciones se hace sobre la
deconstitución de las anteriores instituciones. Expresado vulgarmente,
si quiero algo nuevo es porque no me gusta lo viejo o directamente no lo
tengo; si quiero democracia real es porque la que tengo me parece
ficticia o falsa. Por eso puede afirmarse que una crisis institucional
es el reflejo de una enorme grieta, de un proceso deconstituyente
abierto de facto.
Así pues, hay momentos políticos en los que las instituciones
vigentes se ponen en cuestión. Es entonces cuando se abre el debate
sobre cómo han de cambiar, y en ese momento diferentes proyectos
políticos confrontan entre sí en torno al tipo de instituciones nuevas
que hay que crear.
Transformación o revolución pasiva
Es evidente que en España hay un enorme desprestigio de las
instituciones actuales, creadas fundamentalmente en el proceso
constituyente de 1978. No hace falta abundar en muchos datos, pues la
percepción de crisis institucional es total. Tal crisis institucional,
al producirse paralelamente a una grave crisis económica deviene en lo
que el histórico dirigente comunista Antonio Gramsci llamaba crisis
orgánica. Y que nosotros, desde hace años, hemos convenido en llamar
crisis de régimen. Ello es simplemente constatar un masivo sentimiento
de indignación ante el sistema político vigente y los perversos efectos
que produce sobre la vida de las gentes.
Gramsci sabía que la irrupción de una crisis orgánica sólo es posible
cuando el bloque dominante, que en nuestro país está conformado por la
élite económica y la élite política, es incapaz de resolver una grave
crisis económica. En ese momento se pone en cuestión absolutamente todo
lo político, y se abre una oportunidad para la transformación real. Si
los más desfavorecidos, el pueblo, se saben organizar, pueden aprovechar
para disputarle el poder al débil bloque dominante y convertirse ellos
mismos en la nueva clase dirigente. Entrar por la grieta del sistema.
Pero también puede suceder, claro está, que ese bloque dominante logre
restaurarse y recuperar el control de la política.
Precisamente Gramsci llamó revolución pasiva a esta segunda opción,
es decir, al proceso político cuyo objetivo es la reforma del sistema
desde arriba. Esto es, donde el bloque dominante es el que dirige el
inevitable cambio. Gramsci detectaba dos momentos en el proceso de
revolución pasiva. El primero, la restauración. En ese primer momento el
bloque dominante trata de bloquear la organización popular que crece al
calor de las demandas políticas, evitando de esa forma una
transformación radical del sistema desde abajo. El segundo, el
transformismo. En este momento el bloque dominante recoge algunas de las
demandas populares y las hace suyas, adaptándolas previamente a sus
propias necesidades y confundiendo así a los ciudadanos indignados.
Un caso ejemplar de transformismo es el que realizó María Dolores de
Cospedal en Castilla-La Mancha, cuando hace dos años y en mitad de la
ola de indignación frente a la llamada clase política aprovechó para
crear una ley electoral profundamente injusta. Se subió al caballo
popular de la rabia, pero para cabalgarlo hacia sus propios y oscuros
fines. Si la clase política era la culpable, quién se iba a oponer a
bajarles el sueldo o reducir el número de diputados. Muy parecido al
caso italiano, donde Matteo Renzi recogió el caldo de cultivo creado por
el movimiento 5 Stelle durante años. Renzi usó la ira popular contra la
clase política, sí, pero para apuntalar el propio sistema político y
sacar de la crisis al Partido Democrático. En realidad, los códigos
primarios por los que un votante que simpatizaba con el 15-M pudo votar a
Cospedal son los mismos. O por los que el votante se desplazó desde
Beppe Grillo a Matteo Renzi.
Es importante insistir en un punto esencial sobre la revolución
pasiva. Ésta se produce porque comparte el diagnóstico de que hace falta
un cambio. Es posible cuando el bloque dominante acepta también que las
viejas instituciones ya no son suficientes ni adecuadas para
mantenerles en el poder, y cuando entiende que han de actuar antes de
que otro sujeto tome el control de la situación. Es decir, la
característica crucial de la revolución pasiva es que surge para
disputarle la dirección del cambio a las organizaciones populares.
La singularidad de esos momentos es que determinados proyectos
antagónicos se disputan entre sí la victoria, pero coincidiendo todos
ellos en el descrédito de las instituciones previas o, dicho de otra
forma, en la necesidad de superarlas. En la necesidad del cambio. Esto
es importante, porque significa que proyectos políticos antagónicos
pueden compartir un espacio común: el de la necesidad de un cambio. El
corolario sale rápido: si esos proyectos políticos no perfilan y
distinguen sus propias propuestas ideológicas, y si se mantienen en el
llano discurso de deseo de superación de instituciones preexistentes,
entonces tales proyectos políticos pueden ser en gran medida
intercambiables.
El caso español y la tentación populista
A nadie se le escapa que la cultura política nacida del 15-M fue una
cierta cristalización de las demandas populares. El 15-M fue desde el
inicio la manifestación de la frustración e indignación ciudadanas, que
empezaba a revelar la crisis institucional en ciernes. Sobre ello hemos
reflexionado durante años.
La irrupción de una fuerza nueva como Podemos fue un paso más en el
proceso de manifestación de esa crisis institucional. Supieron canalizar
la ira ciudadana, pero su estrategia de captación de esa ira –y sus
votos- se basaba fundamentalmente en una controlada ambigüedad
ideológica. Y esa era su fortaleza y su debilidad al mismo tiempo.
Basándose en las tesis del argentino Ernesto Laclau, llamadas
académicamente populismo de izquierdas, vaciaron ideológicamente el
mensaje de tal forma que lograron atraer a un heterogéneo conjunto de
potenciales votantes. Ni de izquierdas ni de derechas, insistían.
Rompieron los códigos políticos tradicionales para atraer votantes, pero
no incluyeron ningún elemento de pedagogía política. No se convencía a
nadie sino que te convertías en espejo fiel de la indignación y de las
ganas de cambio.
He ahí la diferencia estratégica fundamental con la izquierda
clásica. La izquierda siempre se ha basado en la pedagogía y en la
necesidad de convencer a las gentes trabajadoras de que hay que apoyar
proyectos políticos de transformación real. Es absurdo decir que la
estrategia de Podemos es gramsciana. Gramsci creía en los partidos
políticos como promotores de una reforma moral e intelectual de la
sociedad, y daba una importancia crucial a la creación de una nueva
concepción del mundo. Es decir, la clave gramsciana es poner de acuerdo a
la gente en torno a la necesidad de construir determinadas
instituciones a favor de la mayoría social. La hegemonía gramsciana no
es una cuestión cuantitativa –cuántos te votan porque se ven reflejados
en tu discurso- sino cualitativa –si se produce o no la interiorización
de tu concepción del mundo. Además, la hegemonía gramsciana no se
construye únicamente discursivamente –en los medios de comunicación de
masas-, sino sobre todo en la praxis –en el activismo social y sindical.
En el debate que mantuvimos en Fort Apache, y en el que estaban
presentes los principales dirigentes de Podemos, hablamos precisamente
de todo esto. También lo hicimos en cierta medida en el debate que
mantuve con Pablo Iglesias antes de las elecciones europeas. La
utilización de significantes vacíos tales como casta son hipotecas de
cara al futuro. Se convierten en conceptos en los que la gente proyecta
sus fantasías políticas –en sentido lacaniano-, pero sin mayor
compromiso que ese mismo. Y, lo más importante, se transforma todo en un
fenómeno reapropiable por otros sujetos políticos. Es decir, es el
perfecto trampolín para facilitar el transformismo gramsciano que hemos
descrito más arriba. Porque la estrategia es precisamente no ir más allá
del deseo de cambio, pero ese es un espacio compartido con otros
proyectos políticos.
No es lo mismo usar el concepto casta que oligarquía o burguesía.
Cada uno de esos conceptos se inserta en un marco discursivo diferente,
atrayendo más o menos en función de la ideología y la cultura política
del receptor. Nos roba la burguesía no quiere decir lo mismo que nos
roba la oligarquía o nos roba la casta. Significan cosas diferentes para
el receptor, que tiene su propia caja de herramientas ideológica para
interpretar tales afirmaciones. Cuanto más vacío es el significante –y
casta parece mucho más vacío que oligarquía o burguesía-, más gente
simpatizará con el concepto. Pero esa gente no simpatizará con casta
porque haya detrás una reflexión política que concluya la necesidad de
una transformación de un tipo determinado. Simpatizará porque refleja
sus propias fantasías de encontrar un enemigo que encaje en su propio
relato.
Así, un uso discursivo de este tipo puede permitir atraer de forma
rápida una gran cantidad de simpatizantes-votantes. Gentes que en
principio no comparten nada salvo un nuevo marco discursivo basado en
unos cuantos pilares –casta frente a pueblo- y la propia necesidad de un
cambio. Por eso algunos calificamos, desde el aprecio y la honestidad
intelectual, a Podemos como maquinaria electoral y no como organización
política clásica. Eso sí, este es un rasgo común en todas las
organizaciones –no sólo a Podemos- aunque sea en diverso grado, y que
opera muy perversamente en la izquierda. Pero lo importante aquí es que
mantenido en el tiempo, esa estrategia populista también crea agenda
política y va configurando un nuevo sentido común.
Es fácil de ver. Al principio de la crisis las principales
preocupaciones de la gente eran el paro y la economía. Tenían que ver
con sus propias condiciones materiales de vida. Sin embargo, en el
último período político la agenda política ha girado hacia casos de
corrupción en los que la clase política y la casta son los blancos
perfectos. Cambian así las preocupaciones y las demandas populares.
¡Pero también los enfoques! Hablar de casta o clase política es situar
el foco en el sujeto corrupto, pero obviando al corruptor. Algo que no
sucede con otra terminología más contaminada pero más rigurosa como
oligarquía o burguesía. En todo caso, el eje de análisis se desplaza y
así la dicotomía nuevo-viejo (que opera en toda crisis institucional y
especialmente cuando existe a la vez una ruptura generacional) se
empieza a describir en torno a la corrupción. Los viejos son todos
corruptos, los nuevos todos limpios. Da igual si tiene eso sentido o no:
el terreno de juego también cambia.
La respuesta del bloque dominante
Una máxima marxista es que el Estado opera como una unidad de
decisión; es decir, no es neutral. Así, el bloque dominante no es un
único partido político o una gran fortuna. El bloque dominante está
presente, como poder, en varias fuerzas políticas y en determinados
sujetos políticos. El bloque dominante es, en esencia, la oligarquía, y
eso implica también al Gran Partido de Orden que conforman las
direcciones políticas del PP y PSOE.
Pero si el terreno de juego había cambiado, y el eje nuevo-viejo era
ahora el que operaba con más fuerza, entonces el bloque dominante tenía
que responder para llevar a cabo su revolución pasiva. El primer paso,
como vimos, fue bloquear la respuesta social desde abajo. Eso se
consigue con más represión y más miedo, buscando la desmovilización.
Pero también silenciando a la izquierda y promoviendo su fragmentación
electoral. Todo ello eran estrategias previsibles. El segundo paso, el
transformismo. Consistía en promover nuevas fuerzas políticas, y también
a nuevos sujetos políticos dentro de las fuerzas antiguas, que
compartieran la necesidad del cambio. Pero un cambio que no fuera desde
abajo y revolucionario sino tranquilo, seguro y elitista. Un cambio que
fuese, en realidad, recambio y no transformación. El cambio de rey, el
apoyo a los nuevos liderazgos en el PSOE y el apoyo del poder económico a
una formación como Ciudadanos son claros ejemplos. Dicho claramente: el
IBEX-35 ha movido ficha. La estrategia de la Gran Coalición, de gran
fama hace dos años, ha sufrido algunos cambios debido al desplazamiento
que ha provocado el poderoso eje nuevo-viejo.
Pero la operación del bloque dominante es la misma: la restauración
del sistema por medio del transformismo. De ahí que esté en marcha una
suerte de segunda transición en España, pero dirigida por el mismo
bloque dominante. Ese gran poder privado y salvaje que teme un cambio
desde abajo y desde la izquierda y que quiere ajustar el sistema desde
arriba y la derecha.
Si el análisis previo es cierto, y lógicamente así lo entiendo yo, uno puede extraer varias conclusiones:
- La tentación populista, como la llama Slavoj Zizek, es una mala respuesta para las clases populares. Sin duda puede ser efectiva en el corto plazo en términos electorales, pero promueve el pensamiento débil, las decisiones antidemocráticas (puesto que siempre requiere de un hiperliderazgo) y, sobre todo, crea un caldo de cultivo –un sentido común, un sentir y unas preocupaciones- que son reapropiables por sujetos políticos antagónicos que usen la misma estrategia pero con más recursos o acierto.
- La izquierda se ve fragmentada electoralmente y en gran medida desconcertada. Ello obliga a repensar las formas organizativas y los nuevos contextos y códigos políticos. Obliga, a mi juicio, a acelerar las reformas democráticas internas y la desburocratización de los procedimientos. Es decir, la recuperación de los principios republicanos-socialistas. La vuelta a los orígenes.
- La unidad popular aparece como el instrumento más útil para enfrentar contextos en los que el bloque dominante reacciona y también para construir en un contexto de oportunidad política. Pero ello sólo puede lograrse si la cooperación entre fuerzas sociales se practica de forma horizontal y no priman elementos propios de la vieja política y las camarillas burocráticas.
- Probablemente combatir el proceso de espectacularización de la política, donde los análisis se quedan en la epidermis del problema y triunfan los grandes titulares frente a la reflexión sosegada, tenga que ser combatido con más fuerza. Eso no significa abandonar los terrenos donde hoy se conforma la opinión pública, ni mucho menos, sino complementarlos con la presencia en los conflictos. Presencia que, salvo honrosísimas excepciones, está siendo abandonada al calor del ilusionismo electoral del que muchos somos responsables.
El proceso constituyente sigue abierto. No es que no haya llegado o
no vaya a llegar, como pretenden hacernos creer quienes todavía piensan
en términos del siglo XX. Ya está aquí, porque todo cambia. La cuestión
es hacia dónde se da ese proceso constituyente. Pidámosle a la
izquierda, exijámonos a nosotras, altura de miras para estar a la altura
del momento político. No nos jugamos las próximas elecciones sino las
próximas generaciones.
Totalmente de acuerdo en este análisis -y al compás con los acontecimientos-, y con una excelente apoyadura teórica. Está claro que la aparición de los dos nuevos partidos, fuertemente promocionados, pretenden una reorganización transitoria del mapa político-partidario del régimen para reforzar al poder en su reestructuración.
ResponderEliminarLa utilización de conceptos-fuerza que se dirigen a los niveles inferiores del cerebro -emotividad primaria-, con pocas posibilidades -por nuevas- de engarzarse con otros más elaboradas y que permitan discursos totalizadores y radicales me resulta especialmente llamativo....y sorprendente que personas con gran bagaje intelectual y de una larga trayectoria -prohombres y referentes (para mí)- hayan seguido estas ruta.
La izquierda es hija de la ilustración y el racionalismo: la `conciencia` es un objetivo complejo que perseguimos como parte importante del desarrollo humano. Quizás el apelar a las emociones simples den réditos electorales, pero ¿a costa de qué?
Sobre los significantes "flotantes" o "vacíos", este enlace puede ayudar a entender su significado: http://psicologiaymente.net/los-significantes-flotantes-y-la-construccion-de-hegemonias/. Cuando PODEMOS introduce el término casta coge un sentimiento, un término del ambiente y lo dirige hacia el significado "oligarquía" o "trama" como lo llama Monereo, igual que dirige el término "patria" hacia pueblo en vez de territorio o bandera . La clave está en conectar con el sentir de la "masa" y a partir de ahí hacer pedagogía y dirigir la "masa" hacia unos objetivos.
ResponderEliminarVoy a sonar elitista diciendo lo que voy a decir pero, desgraciadamente, es verdad.
ResponderEliminarCitando a joseluismorales "la izquierda es hija de la ilustración y el racionalismo...". Y afirma Alberto, con toda la razón, que "no es lo mismo (la utilización de significantes vacíos, tales como casta...) que los de oligarquía o burguesía". El artículo es excelente pero, si se lo diéramos a leer a mil personas escogidas al azar, las novecientas cincuenta no lo entenderían.
¿Burguesía? ¿Qué es eso, exactamente?
¿Ilustración? No me suena, no...
¿Racionalismo? Tendrá que ver con la razón...
Y ya no hablemos de quién era Gramsci o qué significa "orgánico".
Quiero decir que hay demasiada gente entre el pueblo que ni sabe ni quiere saber. Acaba movilizándose cuando le ponen el cuchillo al cuello pero aparece una fuerza como Podemos y se relajan. Ya hay alguien que se ocupará de solucionar los problemas, uf, ¡menos mal!
El "pueblo" es un sujeto políticamente deconstituido y no se vuelve a constituir de un año al otro. Han sido décadas de alienación y de abandono. La izquierda hizo dejación de sus funciones, no sólo en el terreno reivindicativo sino también en el de la pedagogía política. Se dejó perder una enorme riqueza de pensamiento crítico y analítico, de saber quiénes somos y quiénes nunca debimos aceptar ser.
Se toleró el arraigo del discurso unívoco del sistema.
Y el pueblo ya no es lo que era. Las estructuras productivas que sostenían y ayudaban a configurar la definición de las distintas clases sociales han cambiado profundamente. Han surgido formas de trabajo nuevas, que exceden con mucho los espacios laborales físicos donde se realizan e invaden la totalidad de la vida de las personas. La alienación se ha profundizado y se ha agudizado al mismo tiempo.
Hay que estudiar a fondo las nuevas configuraciones productivas/laborales/sociales y ayudar a constituir un nuevo sujeto para la lucha política. No será el sujeto proletario en el sentido tradicional de la palabra, la industria ha dejado de ser el motor de la creación de riqueza, y la explotación y la precariedad están haciendo estragos entre segmentos sociales que antes estaban a salvo de ellas, al menos en su faceta actual tan extremadamente depredadora.
Creo que es a este nuevo sujeto político, que apenas empieza a constituirse, a quien trata de dirigirse Podemos. Evita utilizar términos que, por muy verdaderos que sean, carecen de sentido para la mayoría de la gente o tienen un sentido cargado de prejuicios negativos. Lo que intentan hacer es arriesgado, incluso para ellos mismos, "personas con gran bagaje intelectual y de una larga trayectoria", para citar de nuevo a joseluismorales. Creo que de la utilización de un lenguaje simplificado y poco profundo como medio táctico al caer en la trampa de conformarse ellos mismos con él, hay muy poca distancia. Espero que sabrán mantenerla. Y entretanto, que siga adelante -o que empiece de una vez- la labor didáctica. Porque, sin ella, como dice Alberto: "No nos jugamos las próximas elecciones sino las próximas generaciones."
muy acertado el análisis y los comentarios, esperemos que esa pedagogía se abra camino entre tanto vendedor de humo y apelaciones sentimentales.
ResponderEliminarSobre el grado de combatividad discursiva de Alberto Garzón.
ResponderEliminarPero más allá del análisis de personalistas, sobre algunas de las formas y argumentos que invalidan las absurdas e infundadas "teorías" (por lamarlas de alguna manera) del Capital. Capital que no es ni siquiera modelo (sensu estricto) sino nada más que actividad criminal y genocida; eso es el Capital en definitiva.
Algunos de los argumentos que Alberto podía haber esgrimido frente a la escoria lacaya del Capital (Maruenda) y, por el contrario, no los esgrime (copiado de un usuario de youtube):
https://www.youtube.com/watch?v=tfdZhgipfd0
- Se asume que la historia oficial está escrita por una serie de señores imparciales y neutrales que describen la realidad impolutamente, sin intereses personales en ello y como si de Dioses se tratasen.
- Se asume que Maruenda sabe lo que es la teoría comunista (no me hagáis reír que tengo el labio partío...)
- Se asume que fueron justo justo veinte millones de muertos los que mato Lenin, él solito, con sus propias manos, de uno en uno. Ridículo. 20 millones, ni uno más ni uno menos. (Ironía frente a estupidez)
- Se asume que las contiendas y las guerras que existen solo lo hacen debido a y a causa de una de las partes ("el comunismo ha matado a 20 millones", y otros engaños), algo que es SENCILLAMENTE ABSURDO, ni un niño de 5 años seria tan obtuso y ridículo.
- Se asume que los sistemas y organizaciones que se dieron en la URSS eran comunistas y cuando observas quien lo dice, no ves más que a aquellos que COMO AHORA, crean PPs y PSOEs (PPSOEs) o "Ciudadanos" pero en el fondo son los mismos; capitalistas y corporativistas, todos ellos asesinos y criminales por sistema, con lazos negros en la solapa y sonrisas y buenas maneras en las caras.
En la URSS había CAPITALISMO militarizado, como lo hay ahora mismo en España o lo hay, ahora sí, en prácticamente todo el globo, en todo el planeta.
En la URSS EXISTIA CAPITAL como medio privativo y transactivo del valor de las mercancías. ESO no puede darse en comunismo. Luego, no era comunismo sino capitalismo.
En la URSS, como en el resto del planeta en la actualidad, los medios de producción no están equitativamente socializados, ni en su control, gestión ni uso. Luego, lo existente en la URSS era y es capitalismo. Imposición del Capital que el Imperio va extendiendo a base de sangre y fuego, golpes de Estado y bombardeos allí donde no consiga comprar voluntades con el dinero y riquezas naturales que saquean sistemáticamente de los pueblos y los esclavos a los que consiguen dominar. Algunos pocos se les enfrentan, todavía menos seres humanos se les enfrentan por algo que merezca la pena defender, es decir, son iguales a ellos en no pocas de las circunstancias.
Podría seguir CONTRARGUMENTANDO las SUBNORMALADAS QUE SE VENDEN A LA POBLACION COMO INFORMACION Y COMO DEBATE, pero hay otras cosas que atender también.