Doctor en Derecho e Inspector de Trabajo y Seguridad Social
Mesa Estatal del FCSM
A Manuel Monereo
Todo hace pensar que el trabajo garantizado tendría una importante
aceptación en países como el nuestro, azotado por una grave crisis
económica que parece no tener fin. En un artículo reciente, Randall Wray
llamaba la atención sobre una encuesta realizada por el Huffington Post
en la que se preguntaba a los norteamericanos sobre las alternativas
existentes para combatir el desempleo, inclinándose la mayoría por el
trabajo garantizado. En España carecemos de datos sobre este particular,
pero la preocupación manifestada por los españoles acerca del desempleo
invita a pensar que la propuesta de trabajo garantizado, debidamente
explicada y adaptada a nuestra realidad, podría obtener un respaldo
mayoritario entre la población. En anteriores artículos hemos trazado
las paredes maestras de la configuración jurídica que podría servir de
cauce para la implantación de un sistema de trabajo garantizado,
reparando en el fundamento constitucional que sustenta la adopción de
esta política pública. A continuación, nos referiremos al amplio
reconocimiento que ha obtenido en el ámbito internacional, como
correlato necesario de la vocación científica que inspira la propuesta.
Vamos a ello.
El derecho al trabajo, entendido como la facultad de elegir un
empleador en condiciones de trabajo dignas, se encuentra reconocido con
carácter general en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de
1948. En concreto, el artículo 23 de dicho texto legal establece que “toda
persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a
condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección
contra el desempleo”, añadiendo a continuación, en estrecha relación con lo anterior, el derecho a una remuneración que garantice “una existencia conforme a la dignidad humana”. A la vista de este precepto, cabe deducir sin demasiados problemas que el artículo 35 de la Constitución Española, al que nos hemos referido con detalle en una reflexión anterior,
entronca directamente con el contenido de la citada Declaración, cuyo
valor como parámetro interpretativo de los derechos y libertades
constitucionales reconoce expresamente el artículo 10.2 de la Carta
Magna.
Sin embargo, a pesar del temprano reconocimiento del derecho al
trabajo en el ámbito internacional, el compromiso con el pleno empleo no
se alcanzó hasta 1964, año de la aprobación del Convenio núm. 122 de la
OIT sobre la política del empleo, que insta a los Estados signatarios a
formular y llevar a cabo políticas activas destinadas “a fomentar el pleno empleo, productivo y libremente elegido”.
Más recientemente, pero en el mismo sentido, el pleno empleo se
incorporó por derecho propio a los Objetivos de Desarrollo del Milenio,
ocho propósitos de desarrollo humano establecidos en el año 2000 que
todos los países integrantes de la ONU acordaron materializar durante el
año 2015. En particular, la Meta 1B se refiere expresamente a la
necesidad de “alcanzar el empleo pleno y productivo y un trabajo decente para todos”,
evidenciando la existencia de una conciencia común en el concierto
internacional sobre la importancia del pleno empleo como objetivo
fundamental de las políticas públicas.
Ahora bien, los buenos propósitos plasmados en estos instrumentos
pierden vigor y se empequeñecen ante las graves consecuencias que la
crisis económica está teniendo sobre el empleo y la protección social.
Al aumento sin precedentes del desempleo cabría añadir el agravamiento
de la pobreza y la creciente extensión de la economía informal, también
en nuestro país. La gravedad y profundidad de la crisis pone sobre la
mesa y visibiliza la necesidad de encontrar mecanismos eficaces para
crear empleo y proporcionar trabajo a las personas que lo deseen,
recurriendo a la intervención del Estado para cerrar la brecha entre la
oferta y la demanda de trabajo. O, por expresarlo con otras palabras, en
un contexto caracterizado por el desempleo masivo, el verdadero desafío
ya no es considerar el pleno empleo como un objetivo conveniente y
deseable, sino habilitar los instrumentos políticos y legales que
contribuyan a hacerlo factible en el plazo más breve posible.
Pues bien, precisamente éste es el enfoque adoptado en el Pacto
Mundial para el Empleo (PME), aprobado por unanimidad en la Conferencia
Internacional del Trabajo celebrada el 19 de junio de 2009, con la
participación de los delegados de gobiernos, empresarios y trabajadores
de todos los Estados miembros de la OIT. Abandonando la retórica
neoliberal que impregnó buena parte de la producción jurídica de este
organismo internacional durante los años ochenta y noventa, el PME se
inscribe en el giro emprendido por la OIT a finales de esta última
década, y muy especialmente a partir de la Recomendación 198 sobre la
relación de trabajo (2006) y la Declaración sobre la justicia social
para una globalización equitativa (2008). Ambos textos se inclinan
claramente por impulsar el trabajo decente y reafirmar los principios
protectores del Derecho del Trabajo como orientaciones irrenunciables de
la política económica general. El PME profundiza y continúa esta
evolución, confirmando el viraje que parece darse en la OIT ante el
agotamiento del paradigma neoliberal.
En efecto, tras constatar que “la crisis económica mundial y sus
consecuencias han puesto al mundo ante una perspectiva prolongada de
aumento del desempleo y agudización de la pobreza y la desigualdad”,
el PME propone un conjunto equilibrado y realista de políticas que
podrían contribuir a construir economías fuertes y atacar el problema
del paro de una manera integral, sin merma de la necesaria
sostenibilidad económica, social y medio ambiental. En lo que aquí
interesa, al enumerar las alternativas disponibles para los Estados
miembros, se menciona expresamente la posibilidad de “utilizar sistemas
públicos de garantía del empleo, […] programas de obras públicas de
emergencia y otros mecanismos de creación directa de puestos de trabajo”.
Posteriormente, al establecer la protección social básica que cualquier
Estado debería dispensar a sus ciudadanos, el PME incluye la
implantación de “sistemas públicos de garantía del empleo para los desempleados”, que es la terminología utilizada por la OIT para referirse al trabajo garantizado.
Ciertamente, la forma jurídica del PME no es la de un convenio o una
recomendación, sino la de una simple resolución, pero ello no debería
llevarnos a subestimar su importancia política e incluso jurídica.
Aunque carecen de obligatoriedad inmediata, las resoluciones son
instrumentos que expresan el criterio o la opinión de la OIT sobre
problemas urgentes e importantes del mundo del trabajo, anticipando el
contenido de futuras recomendaciones y convenios de mayor alcance.
Además, no se trata de una simple resolución incidental o de trámite,
sino, como su propio nombre indica, de un gran acuerdo internacional
alcanzado en el seno de la OIT por la representación tripartita de
Estados, empresarios y trabajadores. En este sentido, conviene tener
presente que, desde su adopción en 2009, el PME ha obtenido el respaldo
de numerosas organizaciones y foros internacionales, como es el caso de
las Naciones Unidas, la Unión Europea, la 35ª Cumbre del G8 (L’Aquila),
la 3ª Cumbre del G20 (Pittsburgh), la Unión Africana o el Banco Asiático
de Desarrollo, por citar sólo las más destacadas.
En definitiva, las políticas de trabajo garantizado han recibido el
apoyo explícito de la comunidad internacional a través del PME, dando
sentido y significación al genérico derecho al trabajo reconocido en el
artículo 23 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Es más,
como hacía presagiar la forma jurídica utilizada por la OIT, la
orientación política del Pacto ha sido posteriormente incorporada al
texto de la Recomendación 202 relativa a los pisos nacionales de
protección social (2012), cuyo artículo 9.2 insta a los Estados miembros
a incluir “garantías de empleo” proporcionadas por regímenes
públicos en los pisos nacionales de protección social. Cabe concluir,
por tanto, que el trabajo garantizado no es sólo una propuesta económica
provista de una importante base científica, sino también un instrumento
reconocido internacionalmente para combatir y erradicar el desempleo
ocasionado por la crisis del capitalismo.
La Unión Europea lleva todo este tiempo mareando la perdiz con el único objetivo de desgastar al gobierno de Grecia.
ResponderEliminarEs conveniente tomar nota porque al próximo gobierno que discrepe del capital le harán lo mismo.
Por eso es necesario un plan B con la salida de la Unión Europea y a cada puerta que cierren desde el primer momento responderle con un paso hacia la salida de la Unión Europea.
Solo así se lo tomaran en serio.