Julio Anguita y Héctor Illueca *
Fuente: Cuarto Poder
(*) Julio Anguita es fundador del Frente Cívico Somos Mayoría y Héctor Illueca portavoz de su Mesa Estatal.
La
conocida como civilización occidental tiene su origen y fundamento en
la confluencia de dos procesos aparecidos desde mediados del siglo
XVIII: el capitalismo y la democracia representativa. Tanto el primero
como la segunda fueron el punto de aparición de una nueva fuerza social y
política, la burguesía. Desde entonces acá, con intermitencias
derivadas de hechos de corte revolucionario o de reformismo fuerte, el
capitalismo ha sabido poner a la ciencia y a la técnica al servicio de
su concepción económica. Pero de lo que no cabe duda alguna es, como ya
dijeran Marx y Engels en el Manifiesto
Comunista de 1848, que una de las características del nuevo orden
protagonizado por el capitalismo industrial era su capacidad de producir
mercancías, servicios y bienes de consumo. Sin embargo, aquella
revolución y aquellas concepciones basadas en el crecimiento febril de
la producción y el comercio han alcanzado en nuestros días cotas de
paroxismo y de contradicciones profundas. Eran, y son, las cíclicas
crisis de sobreproducción, destrucción de bienes de equipo, bien por
innecesarios o bien por obsolescencia. Los trabajos de Schumpeter
sobre las crisis del sistema debidas a “la destrucción creadora” y su
muerte “por éxito” son, en estos días de crisis inacabada, una luz sobre
lo que estamos viviendo.
Pero decíamos que, juntamente con el capitalismo, en todas sus fases y
avatares, el siglo XVIII vio aparecer la democracia representativa
mediante los hechos revolucionarios que incorporaron al acervo universal
los derechos ciudadanos. Una lectura de la Declaración de Independencia
de EEUU en 1776 o de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la
Revolución Francesa en 1789 nos da la exacta trascendencia que aquellos
años y aquellos acontecimientos tuvieron. La democracia se erigió como
el símbolo de una nueva época de la humanidad.
Sin embargo, y a poco que se repase la historia, caemos en la cuenta
de que el nuevo sistema económico-político llevaba en su seno una
contradicción implícita. El desarrollo del capitalismo entraba en
confrontación con los ideales de libertades y derechos que lo habían
encumbrado. Así, de esta manera, el nuevo ideal democrático fue
transformándose en oligárquico bajo dos operaciones reduccionistas. La
primera consistió en hacer de la igualdad una cuestión totalmente
desconectada de las condiciones socioeconómicas de la persona. Los
avances de la Francia jacobina, que ligaba estrechamente el progreso
social al ejercicio pleno de la democracia, fueron sustituidos por la
ficción de que el poseedor de bienes de producción y el trabajador
desposeído pactan ‘libremente’ las condiciones de su contrato. Pasarían
muchos años hasta que los llamados derechos sociales se abriesen paso.
El otro reduccionismo consistió en la introducción del sufragio
censitario, es decir, la supeditación del derecho a votar a una cierta
capacidad económica. De esta manera, la conquista del sufragio universal
realizada en la Constitución francesa se fue degradando hasta
convertirse en el privilegio de una minoría.
La historia del siglo XIX y parte del XX ha consistido básicamente en
una permanente pugna entre los dos pilares de la llamada civilización
occidental. En el transcurso del devenir histórico, la pugna se ha
saldado con victorias, nunca totales, de una parte sobre la otra. Es la
historia de las internacionales obreras, de los sindicatos, de las
revoluciones o del reformismo fuerte como fue el keynesianismo. En ese
sentido, el Estado, en su acepción y estructuración como Democrático de
Derecho, se ha caracterizado por una tensión constante. Y aunque desde
nuestro punto de vista el Estado no es jamás neutro y en última
instancia representa al orden económico imperante, no es menos cierto
que si se asienta sobre una base de incontestable participación
democrática puede servir para mantener un juego de equilibrios entre
intereses que reduzca los abusos del poder económico. Basándose en ese
equilibrio nació el citado anteriormente Estado Democrático de Derecho.
La crisis del sistema en la década de los setenta, conocida como la
crisis del petróleo, inauguró un proceso que llegando hasta hoy marca de
manera indeleble el final de la civilización occidental tal y como la
hemos conocido. Recordemos. La caída del Muro de Berlín y la posterior
desaparición de la URSS es el momento en el que eclosiona un discurso,
unos valores, unas prácticas y unos análisis que marcan la total
hegemonía del mercado sobre la democracia. La variante social del
capitalismo, conocida como keynesianismo, empezaba a ser derrotada en
toda la línea. El neoliberalismo, como concepción única y totalizadora
de la economía, empezaba a destruir el pacto social sobre el que
Occidente se había asentado. Lo que entonces no se quiso, supo o pudo
ver era que la globalización era una nueva cosmovisión que entrañaba
valores, usos, conceptos, actitudes y palabras totalmente alternativos a
los que surgieron con la Ilustración y la entonces naciente democracia.
Poco a poco, los ciudadanos pasaron a ser considerados individuos que
actúan como átomos sueltos en la sociedad, que maximizan su utilidad y
que tienen como único objetivo la ganancia. El hombre es un lobo para el
hombre y hace del egoísmo la norma ética de su comportamiento social.
La competitividad era, y sigue siendo, como el èlan vital de Bergson,
el alma impulsora del desarrollo mundial, el mercado como un dios
infalible e incuestionable, la economía como una ciencia exacta y de
orientación única, el desarrollo de la economía como algo solamente
mensurable a través de un dato numérico, el PIB. En el fondo, es la
vieja parábola expuesta por Bernard Mandeville en La fábula de las abejas (1705), que considera los vicios privados como la verdadera fuente del progreso. Es también la “mano invisible” utilizada por Adam Smith para describir la capacidad autorreguladora del mercado en su conocida obra La riqueza de las naciones (1776): el impulso individualista como fuente última del bienestar social.
Hay que reconocerlo: el neoliberalismo ha vaciado de contenido la
democracia. El escamoteo de la herencia de la Grecia clásica, la
Revolución Francesa, las Luces y los Derechos Humanos ha sido completo.
El proceso puede rastrearse perfecta y nítidamente en los últimos
cuarenta años. La actual UE no tiene nada que ver con aquella
construcción europea que se comprometía mediante la Carta Social Europea
de 1961 a priorizar los derechos económicos y sociales de los europeos.
Tampoco tiene nada que ver con el espacio europeo económica y
socialmente integrado. Muchísimo menos todavía con la Europa que
pretendía irradiar los Derechos Humanos más allá de sus fronteras. Lo
que está ocurriendo con los inmigrantes que huyen de la devastación y la
barbarie para enfrentarse con la otra barbarie de las finanzas, el
egoísmo y la negación de facto de las soberanías nacionales que creyeron
(¡qué error!) que con el mercado se haría la Europa que soñaron
personajes de la talla de Víctor Hugo o Spinelli, son hechos que hablan por sí solos.
No podemos permanecer impasibles. Debemos construir una alternativa
al paradigma neoliberal y convertirla en propuesta política. Es una
tarea extremadamente difícil, pero se puede y se debe hacer. En nuestra
opinión, para ello hay que partir de dos grandes conceptos: el de
necesidades básicas y el de Derechos Humanos. Las personas son seres
sociales que tienen necesidades básicas y que durante todo su ciclo
vital necesitan de la sociedad para sobrevivir. Las personas, sin la
sociedad, no son nada, y eso es lo que una y otra vez los neoliberales
tratan de ocultar: dependemos de la sociedad para satisfacer las
necesidades básicas, reproducir nuestra vida cotidiana y obtener un
mínimo de seguridad, en un complejo proceso que involucra millones de
voluntades. Por eso, cuando el sistema nos convierte en mercancías, lo
somos con carácter específico, en puridad, pseudomercancías, ya que está
en nuestra naturaleza hablar, comunicarnos y hasta rebelarnos.
No es este el momento de hacer una elaboración teórica sobre
conceptos que ya han sido discutidos y que tienen tras de sí una
amplísima bibliografía. A los efectos que aquí interesan, basta recordar
la sistematización de las necesidades humanas efectuada por Joaquín Sempere,
que distingue tres grandes tipos de necesidades: las biológicas, las
psicosociales y las político-culturales. Las necesidades biológicas se
refieren a todos aquellos factores que son indispensables para el normal
funcionamiento del organismo (alimentación, agua, descanso, etc.); las
necesidades psicosociales están relacionadas con el grupo al que
pertenecemos, que dispensa protección y reconocimiento al ser humano a
lo largo de su vida; por último, las necesidades político-culturales son
aquellas que dependen del nivel técnico y cultural alcanzado y que se
construyen en el marco de la evolución histórica. Pues bien, el reto es
satisfacer las necesidades humanas de una forma sostenible y respetuosa
con el medio ambiente, preservando un bienestar suficiente y
generalizado para todo el mundo.
La naturaleza humana existe y se traduce en un amplio abanico de
necesidades básicas y universales, lo que acarrea importantes
consecuencias ético-políticas. Una de ellas, y no precisamente la menor,
es que a partir de estas necesidades es posible identificar exigencias
morales igualmente universales y fundamentar los Derechos Humanos. La
solemne Declaración adoptada por la ONU en 1948 significó, por su
mayoritario respaldo entonces y por el apoyo generalizado hoy, un
consenso universal en torno a unos principios que se consideran valiosos
para todos, unos compromisos políticos y sociales que, aunque se
incumplan cada día, son la constitución formal del planeta. Dicha
Declaración venía a resumir con criterios de fijación permanente toda
una trayectoria histórica de revoluciones, luchas y reformas de signo
diverso. Convendría no olvidar que aquí, en España, la Constitución de
1978 se vincula a través del artículo 10 de la misma a la Declaración de
Derechos Humanos y demás documentos concomitantes con la misma, como es
el caso de los Pactos Internacionales de 1966 reconocidos por el
Gobierno de Adolfo Suárez en 1977.
Finalmente, no fue en vano el sacrificio de quienes nos precedieron.
Las luchas populares y su admirable capacidad de incorporar a una parte
muy importante de la intelectualidad, el derecho, la política y la ética
cívica, han conseguido que a principios del siglo XXI exista un acuerdo
universal en torno a la Declaración de 1948, treinta breves, pero
esenciales, artículos y el Preámbulo que los introduce. Creemos que la
alternativa a construir tiene una meta, un programa y un proyecto común:
la aplicación plena de los Derechos Humanos, los políticos, los
económicos, los sociales y los medioambientales. A esa meta solamente
puede responderse con el instrumental de la política democrática
(rectamente entendida) y la solidaridad planificada en programas,
acuerdos y metas evaluables. Si no se hace así, el capitalismo
prevalecerá. Ya lo está haciendo.
Da gusto escuchar y leer a Julio Anguita excelente como siempre.
ResponderEliminarSin embargo estando de acuerdo con los derechos humanos, quisiera recordar que por la defensa de los derechos humanos, estos vándalos del capital han declarado la guerra y destruido por ejemplo, a Irak, Libia y Siria, y son unos campeones defendiéndolos en Cuba y Venezuela.
En cuanto a las necesidades humanas; un enfermo con una enfermedad incurable, la primera necesidad que tiene es que lo curen. Sin embargo no lo curaran y se morirá, porque para ello lo primero que hay que tener en cuenta es defender la investigación para poder llegar algún día curarla. Es decir para satisfacer las necesidades humanas lo primero que debemos hacer es producir los bienes y servicios que necesita la sociedad. Cosa de la que la izquierda se suele olvidar.
“No podemos permanecer impasibles. Debemos construir una alternativa al paradigma neoliberal y convertirla en propuesta política. Es una tarea extremadamente difícil, pero se puede y se debe hacer”.
Totalmente de acuerdo y es difícil: pero es necesario empezar sea como sea, existen economistas, políticos, intelectuales, etc. que pueden empezar. Lo importante es que tengan la voluntad de hacerlo.
Hace 25 años que cayo el muro de Berlin y desde entonces el capital no tiene en contra una alternativa.
Es cierto que al que la presente lo van freír, pero si es creíble y la clase trabajadora la hace suya antes o después se abrirá paso.
Se podría empezar por hacer un análisis de porque se derrumbo la Unión Soviética, desde luego no solo por gente que sea defensora de esas ideas.
Yo me resisto a creer que en esas ideas no había nada útil para la humanidad.
Esto tendría que ser obra de unos pocos, pero antes de ser completamente elaborada debería ser debatida y presentada en organizaciones obreras para que sea ampliamente conocida asta el ultimo rincón de España y por supuesto en el extranjero, para que la clase obrera la conozca y la haga suya.
Lo suscribo todo,también las palabras "No podemos permanecer impasibles. Debemos construir una alternativa al paradigma neoliberal y convertirla en propuesta política. Es una tarea extremadamente difícil, pero se puede y se debe hacer". Pero, me pregunto: cómo se va a hacer esto si quienes lo tienen así de claro no alcanzan representación en el Parlamento?
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