Fuente: Cuarto Poder
Héctor Illueca Ballester
FCSM Valencia
Doctor en Derecho , Inspector de Trabajo y Seguridad Social y profesor de la Universidad de Valencia.
El
Fondo de Reserva de la Seguridad Social (FRSS), popularmente conocido
como la “hucha de las pensiones”, se encuentra bajo presión. Según la
nota de prensa publicada el pasado miércoles por el Ministerio de Empleo
y Seguridad Social, el Gobierno ha detraído 1.000 millones de euros
para liquidar el IRPF de los pensionistas, que se suman a los 8.700
millones retirados el 1 de julio para hacer frente a las prestaciones.
En total, la quita producida durante este mes asciende a 9.700 millones de euros,
una cifra que no tiene precedentes en la breve pero intensa historia
del controvertido instrumento financiero. La medida, aunque esperada, ha
provocado preocupación entre los beneficiarios actuales y futuros de
las prestaciones por jubilación, sembrando un clima de inquietud sobre
la viabilidad futura del sistema de pensiones. Ciertamente, cualquier
proyección a futuro evidencia que, de persistir las tendencias actuales,
los recursos del FRSS se agotarán en una fecha no muy lejana. Algunos
analistas hablan del año 2020. Tal vez antes. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
El FRSS fue creado en 1997 en el marco de los Pactos de Toledo, que
ya preveían la necesidad de constituir reservas para atenuar los efectos
del ciclo económico sobre la financiación de las pensiones. La idea era
aprovechar las fases de expansión económica para crear un mecanismo de
estabilización financiera con los excedentes anuales de las cotizaciones
sociales: una especie de “colchón financiero” que permitiera afrontar
el abono de las prestaciones en los momentos de crisis, aunque se
produjera un descenso en los ingresos del sistema. Para garantizar este
objetivo, la disposición de sus activos se limitaba a aquellos casos en
que fuera estrictamente necesario para satisfacer las pensiones
contributivas, que es precisamente lo que ha venido haciendo el Gobierno
desde el año 2012 ante los problemas de liquidez en la caja de la
Seguridad Social. Como opción de política legislativa, el FRSS resulta
discutible, pues refuerza la segregación presupuestaria de la Seguridad
Social y dificulta el recurso a otras fuentes de financiación basadas en
el principio de solidaridad, como pueden ser los impuestos.
Sea como fuere, la crisis económica ha alterado sustancialmente el
marco económico y financiero del sistema de Seguridad Social, generando
un déficit presupuestario que en el año 2015 alcanzó la nada
despreciable cifra de 18.000 millones de euros. No obstante, hay que
advertir de inmediato que ello no es la consecuencia inevitable del
ciclo económico, sino el efecto predecible de las políticas
socio-laborales auspiciadas por la Unión Europea y aplicadas con mano de
hierro por el gobierno del Partido Popular. En efecto, la reforma
laboral de 2012 ha propiciado una intensa devaluación salarial,
socavando los cimientos de la negociación colectiva y extendiendo la
precariedad laboral al conjunto de la población trabajadora. Como es
lógico, las cotizaciones sociales se han resentido y fuentes de toda
solvencia cifran en 15.000 millones de euros
el impacto de la devaluación salarial sobre los fondos de la Seguridad
Social. Si a ello añadimos una situación de desempleo masivo y
persistente y una incomprensible política de bonificaciones en las
cotizaciones empresariales, veremos nítidamente las tensiones a las que
se enfrenta nuestro sistema de protección social.
Ante esta realidad, la única respuesta del Partido Popular consiste
en esquilmar los recursos del FRSS. En lugar de buscar alternativas que
garanticen la viabilidad de las pensiones, insiste en la senda de la
austeridad fiscal y de la desrregulación laboral, poniendo en grave
riesgo el régimen público de Seguridad Social. Los datos son abrumadores
y arrojan una preocupante conclusión: el Partido Popular está llevando a
la quiebra el sistema de pensiones para justificar su futura
privatización y desviar un gigantesco flujo de capital hacia las
instituciones financieras. Recordemos que los recursos de la “hucha de
las pensiones” alcanzaron su punto álgido en el año 2011, 66.815
millones de euros, pero desde la victoria del PP en las elecciones de
ese año han menguado progresivamente mediante sucesivas disposiciones,
encontrándose actualmente en el nivel más bajo desde su constitución:
24.207 millones de euros. Si no se adoptan medidas, el déficit de la
Seguridad Social persistirá y, más temprano que tarde, el FRSS no podrá
hacer frente a las obligaciones contraídas con los pensionistas.
¿Qué hacer? A mi modo de ver, el deterioro del FRSS exige una
intervención decidida y ambiciosa para garantizar el futuro del sistema
de pensiones con base en el artículo 50 de la Constitución Española, que
compromete a los poderes públicos en la promoción y desarrollo del
mismo. A efectos expositivos, pueden distinguirse dos clases de medidas
compatibles y complementarias: las primeras son de carácter urgente y
están encaminadas a relajar las tensiones de liquidez a las que se
enfrenta la Seguridad Social, aunque sea de manera transitoria. Las
segundas, de carácter estructural, atacan de raíz los problemas a los
que me he referido y apuntan a una reforma más profunda de nuestro
sistema de pensiones. Ambas líneas de actuación están relacionadas y
definen una intervención legislativa de amplio alcance que entronca con
la cláusula del Estado social y Democrático de Derecho consagrada en el
artículo 1º de nuestra Carta Magna. Me referiré por separado a estos dos
aspectos.
En primer lugar, es urgente incrementar los tipos de cotización a la
Seguridad Social por contingencias comunes en 3 puntos porcentuales, lo
que permitiría obtener ingresos adicionales por valor de 10.000 millones
de euros, aproximadamente. Esta medida, unida a la supresión de las
injustificables bonificaciones existentes, aliviaría las tensiones
financieras del sistema y elevaría la presión recaudatoria a niveles
similares a los que existían no hace tanto tiempo. No hay otro camino.
Junto a ello, es imprescindible concentrar los esfuerzos de la
Inspección de Trabajo en la detección y corrección de la situación de
infra-cotización derivada de excesos de jornada y usos abusivos de la
contratación a tiempo parcial, que en la actualidad constituyen la
principal bolsa de fraude al sistema de Seguridad Social. Reforzar la
Inspección de Trabajo y Seguridad Social y arbitrar garantías legales en
materia de tiempo de trabajo constituyen una prioridad política para
apuntalar la solvencia del sistema.
Estas medidas permitirían afrontar con tranquilidad una
reestructuración del sistema de pensiones, toda vez que los mecanismos
de financiación contemplados en los Pactos de Toledo empiezan a dar
muestras inequívocas de agotamiento. La clave es superar la concepción
neoliberal que separa la Seguridad Social de los Presupuestos Generales
del Estado y limita la financiación de las prestaciones por jubilación a
los ingresos obtenidos a través de las cotizaciones sociales. Por el
contrario, al tratarse de un derecho constitucional, las pensiones deben
financiarse a través de aportaciones estatales, sobre la base de un
sistema tributario justo y progresivo que tenga en cuenta la capacidad
económica de las empresas y sitúe la presión fiscal en niveles similares
a los de otros países de nuestro entorno. Y todo ello en el marco de
una nueva política económica que ponga en el centro la consecución de un
crecimiento sostenible y la creación de empleo decente, abandonando
para siempre las políticas de austeridad. La premisa, por supuesto,
consiste en apartar a una clase política tan irresponsable como
peligrosa.
¿Apartar a la clase política? ¿Apartarla para poner a quienes? ¿A los bancos quizás, a los sindicatos, a los empresarios, a los tecnocratas?
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