Antonio Pintor
Álvarez
Miembro de Equo
y del Colectivo Prometeo
El 5 de diciembre
de 2013, hace ahora tres años, más de cien grandes ciudades chinas
se cubrieron de una pesada cortina de contaminación. La visibilidad
se redujo a pocos metros, provocando importantes alteraciones del
tráfico y obligando al cierre de los colegios y edificios públicos.
La concentración de partículas superaron el nivel máximo de
seguridad recomendado por la Organización Mundial de la Salud (25
microgramos/m3) en más de 24 veces en Shanghái y más de 40 en
Beijing. A esta situación se le ha denominado “airpocalypse”
para subrayar el coste catastrófico, incluso en vidas humanas de
aquella emergencia. En un estudio publicado en la revista médica The
Lancet el número de muertes a causa de la contaminación en el
continente asiático –añadiendo a los de China, los producidos en
India y la península de Indochina- superan los dos millones anuales.
Estados Unidos que históricamente ha tenido el dudoso honor de
liderar el ranking de países contaminantes, ha sido superado por
China que ha pasado de 21 millones de toneladas en 1950 – cuando
los EEUU andaban por cerca de 700 millones- a superar los 2000
millones en la actualidad. India, con unas magnitudes menores, sigue
una trayectoria similar.
También en
diciembre -el 10 de 1948- hace ahora 68 años, se adoptó y proclamó
por la Asamblea General de las Naciones Unidas la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, con la loable intención de crear
las condiciones que evitaran guerras tan terribles como las
producidas en las últimas décadas. Parece lógico que se enfocaran
en la defensa y cuidado de las personas, subrayando la importancia de
la dignidad intrínseca de éstas como base para la libertad, la
justicia y la paz, que habían sido aplastadas por los regímenes
nazis y fascistas de Alemania e Italia respectivamente. A pesar de
haber sido asumidos teóricamente por las naciones integrantes de la
ONU, siendo incluidos en numerosas bases legislativas de los
diferentes estados nacionales… se incumplen de forma sistemática,
peligrosa y progresivamente con mayor frecuencia e impunidad. De
manera que, antes de haber sido capaces de solucionar los aspectos de
convivencia entre los seres humanos, nos hemos encontrado con un
problema añadido de una gravedad extrema, el calentamiento global
del planeta, como consecuencia de la exagerada contaminación
medioambiental que estamos produciendo y que nos lleva al desastre y
al exterminio de la vida en la Tierra tal como la conocemos en la
actualidad.
Quienes defienden
el crecimiento del Producto Interior Bruto como indicador de la
“buena” evolución económica del país –caso de España y
resto de la Unión Europea- siguiendo el cínico lema “Crece ahora,
y después preocúpate de los pobres”, se apoyan en la creencia
dogmática de que la creación de riqueza beneficia a “todos” y
que los efectos colaterales, como la contaminación y la desigualdad,
son transitorios gracias a la mejora tecnológica y al “goteo de
arriba hacia abajo” de la riqueza. Para fundamentar estas creencias
se apoyan en la curva que Simón Kuznets – Premio Nobel de economía
en 1971- , utilizó para reflejar los resultados del estudio del
ciclo económico a largo plazo que caracterizó a los países de
primera industrialización en relación con la desigualdad
económica, sin pretender que tuviera un valor predictivo y mucho
menos prescriptivo, pues solo era un estudio descriptivo. A pesar de
ello la llamada “Curva de Kuznets” es utilizada por la ideología
neoliberal para explicar las bondades del crecimiento del PIB, ya que
aunque en una primera fase, nos dicen, cause desigualdad en lo
económico y contaminación en lo ambiental, conforme el crecimiento
progresa llegará a un punto de inflexión a partir del cual ambos
fenómenos-desigualdad y contaminación- irán descendiendo como
corresponde a la imagen de una curva de campana en forma de U
invertida, en la que en el eje horizontal se refleje el PIB y en el
vertical el índice de desigualdad (GINI) o la contaminación
ambiental, según el problema que estemos analizando.
Lamentablemente, al igual que en otras afirmaciones de la ideología
neoliberal, solo son creencias dogmáticas sin base empírica en la
que apoyarse, pues los hechos nos cuentan una historia opuesta.
El Articulo 25 de
la DDHH dice que: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida
adecuado…”. Sin embargo aunque la riqueza a nivel mundial ha
aumentado exponencialmente, ello no ha supuesto una distribución
equitativa de la misma, como predice la “teoría del goteo hacia
abajo”. La brecha entre ricos y pobres se ha hecho mayor en los
últimos treinta años, precisamente cuando se han aplicado las
políticas neoliberales, como muestra el informe de Oxfam presentado
en enero de 2014 en la cumbre de Davos, según el cual las 85
personas más ricas del mundo poseen una riqueza superior a más de
la mitad-3.500 millones- de la población mundial más pobre. Incluso
en los países tradicionalmente más igualitarios, como Suecia y
Noruega, la porción de riqueza ha pasado a los más ricos en una
porción superior al 50%. No solo no hay “goteo hacia abajo” sino
que se está produciendo una “aspiración hacia arriba” de la
riqueza.
En cuanto al
impacto medioambiental, tenemos a China e India como ejemplo de
países emergentes más destacados en los aspectos económico y
demográfico, en los que el punto de inflexión, al igual que el
punto G, solo aparece en la imaginación de los gobernantes, siendo
desmentido una y otra vez por los hechos. A pesar de ello los
organismos internacionales lo han convertido en un dogma que les
sirve de coartada para justificar el traslado sistemático, masivo y
destructivo de los procesos de producción más tóxicos desde las
tradicionales economías desarrolladas a las periféricas que aún no
están “saturadas”.
En conclusión
podemos afirmar que la aplicación de las políticas neoliberales nos
lleva a un retroceso de los Derechos Humanos Universales aumentando
la desigualdad entre ricos y pobres, al tiempo que provoca un aumento
del deterioro medioambiental, situaciones que los seres humanos no
podemos permitirnos si no queremos abocar a la autodestrucción.
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