Julio Anguita
Colectivo Prometeo
Es posible que al llegar aquí, los lectores me imputen que apenas he
hablado de la UE y sí más del euro. No les falta razón, pero es que la
actual UE no tiene nada que ver con los sueños de Víctor Hugo, la
apuesta política de Stresemann, Arístides Briand, Spinelli, e incluso
Jacques Delors. Y muchísimo menos con la propaganda europeísta derramada
sobre las cabezas de los españoles en la década de los noventa. Desde
el Acta Única Europea hasta la actualidad pasando por los Tratados de
Maastricht, Niza, Ámsterdam o Lisboa, la UE ha ido renunciando a la
Unión Económica, la Unión Política, la Política Exterior Común y
específicamente europea y a lo que es todavía peor: ser un referente de
Derechos Humanos. La crisis de los refugiados me exime de mayores
comentarios. Hoy por hoy la UE es un conglomerado de países subdividido
en tres subconjuntos que marchan a distintas velocidades y en el que el
de la eurozona, con diferencias, cada vez más acusadas entre el Norte y
el Sur, domina con más evidencia el IV Reich alemán. La UE, hoy por hoy,
ha quedado reducida al euro, sus servidumbres y sus consecuencias
nefastas para los países del Sur de Europa.
Colectivo Prometeo
Angela Merkel ha dicho de la UE que está «en una situación crítica».
Jean Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, ha incidido
también en la idea de «crisis existencial» a la par que sentenciaba:
«Nunca he visto tan poco en común entre nuestros Estados miembros». En
junio de este año Reino Unido ponía fin a su pertenencia a la UE. Y aquí
en España ya son conocidas las presiones y prisas de Bruselas para que
el Gobierno ponga en marcha más recortes y más reformas del llamado
mercado laboral. ¿Tiene esto algo que ver con el edulcorado e
hiperbólico discurso europeísta que desde el estatus económico, político
y mediático se ha ido vertiendo, desde hace dos décadas, sobre las
cabezas de la ciudadanía española? El hecho cierto es que el
Eurobarómetro del 2013 señala que solamente el 17% de los españoles
confía en la UE, cuando en el 2004 era el 65% ¿Por qué?
En 1997, el que fuera canciller de Alemania, Gerhard Schröder,
advertía que el euro «traería más paro». Entre los años 1996 y 1998 la
Revista del Círculo de Empresarios de Madrid publicaba artículos de
algunos exministros de Economía en los que se decía que el Tratado de
Maastricht (padre de la actual UE) era una reforma constitucional
encubierta. En mayo del 2012 Felipe González escribía en el Diario El
País que «Cuando se decidió que hubiese una moneda única, el euro, y un
Banco Central único, nos olvidamos de unos cuantos elementos
fundamentales para que el sistema funcione como es debido». ¿A qué se
refería González? Pues nada más y nada menos que a las condiciones
necesarias que la ortodoxia económica vigente exige para crear una Zona
Monetaria Óptima: convergencia de las economías, convergencia fiscal en
un espacio territorial en proceso de cohesión económica y social. El
euro se organizó contra la lógica más elemental. No se puede tener una
moneda única para un territorio en el que las diferencias económicas,
sociales y territoriales son cada día mayores.
Pero todo esto, que ocurre y ha ocurrido ante nuestros ojos, pasa
desapercibido para el debate intelectual, político y ciudadano. El
silencio es clamoroso. El Reino de España ha cedido Soberanía, ha
cambiado su Constitución por presiones foráneas e inexplicadas por los
poderes públicos. Somos conscientes de que es verdad lo que ha
reconocido el FMI sobre la creciente desigualdad, precariedad y falta de
horizonte para la juventud. Vemos crecer una Deuda Pública por la que
en concepto de intereses pagamos diariamente 105 millones de euros. Una
deuda sobre la que recae la sospecha, más que fundada, de que es
ilegítima en un 65%... Ante esto el discurso oficial se escuda en que
pacta sunt servanda y que, en consecuencia, se deben cumplir los
tratados firmados. Lo que ocurre es que esa obligatoriedad parece no
regir para los Pactos Económicos y Sociales de la ONU que España firmó
en 1977, ni tampoco para el Pacto de la Carta Social Europea de 1961 de
tan obligado cumplimiento como los de la UE. El artículo 96 de la
Constitución no distingue a la hora de su cumplimiento ni de fechas ni
tampoco de ámbitos. Precisamente por la obligatoriedad constitucional de
aplicarlos.
Una parte de la otrora confiada ciudadanía comienza a barruntar que
alguien y/o algunos intereses económicos, mediáticos e ideológicos les
vendieron una mercancía averiada. En función de esta suposición, que en
nuestro caso es convicción, el Colectivo Prometeo irá publicando una
serie de artículos que bajo el lema de La UE, una cuestión nacional,
abordará nuestra opinión sobre esta problemática de tan vital
importancia para nuestros compatriotas. Invitamos a colectivos, fuerzas
políticas y sindicales, colegios profesionales y Universidad, a
contrastar opiniones, conclusiones y propuestas sobre esta cuestión que
nos afecta a nosotros pero fundamentalmente al futuro de nuestros hijos y
nietos...
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