Antonio Pintor
Colectivo Prometeo
FCSM
El indicador por antonomasia del buen hacer de un gobierno
es cómo atiende los intereses de su pueblo, en especial de los más
débiles, y si es capaz de protegerlo durante los tiempos difíciles.
Si
compartimos esta afirmación de David Stuckler y Sanjay Basu, autores
del libro Por qué la austeridad mata y la utilizamos como test para
evaluar a nuestro Gobierno y al resto de la Unión Europea llegaremos a
la conclusión de que lo están haciendo bastante mal.
Aquellos
que defienden el libre mercado y la aplicación de la austeridad por
parte del Estado, «creen» que pagar la deuda y reducir el déficit debe
estar por encima de todo, incluido el coste humano que ello pueda
suponer. No importa que los datos procedentes de múltiples países sobre
las recesiones y la economía en los últimos cien años indiquen una pauta
clara: «los beneficios del estímulo versus los perjuicios de las
políticas de austeridad».
Suele aceptarse resignadamente
que las recesiones económicas son inevitablemente perjudiciales para la
salud de las personas y en consecuencia es razonable esperar un aumento
de alcoholismo, depresiones, suicidios, enfermedades infecciosas,
complicaciones de las patologías crónicas, etc. Sin embargo, los hechos
nos demuestran que no tiene por qué ser así, ya que los daños para la
salud de las personas en los momentos de recesión económica van a
depender del tipo de política («determinantes políticos») que se adopte
por los gobiernos. Podemos decir que: «Aunque las recesiones nos vacían
los bolsillos y nos empobrecen no tienen necesariamente que llenar los
hospitales y cementerios».
Si repasamos la historia
veremos que ante situaciones similares han sido las políticas de
estímulo del gasto público las que han conseguido sacar a los países de
las recesiones económicas y cuando se han aplicado las políticas
restrictivas se ha empeorado y, lo que es peor, se ha aumentado el
sufrimiento y la mortalidad de la población más vulnerable.
Tenemos
los ejemplos de EEUU en la Gran Recesión y la política de New Deal
aplicada por el presidente Roosevelt incrementando el gasto público en
obras, créditos para la vivienda y cupones para alimentos entre otras, y
como a partir de su aplicación la economía empezó a mejorar, así como
la tasa de suicidios de la población y la mortalidad infantil (Por cada
100 dólares por habitante invertidos se redujo en 18 por mil nacidos).
Acentuándose la diferencia entre los estados gobernados por los
republicanos reacios a aplicar tales medidas y los gobernados por los
demócratas que si las aplicaron. Ejemplo más reciente lo tenemos en
Suecia, donde en la década de 1990 sufrió un crack peor que la actual
recesión sin que por ello aumentasen los suicidios ni las muertes
relacionadas con el alcoholismo. Este país junto a Dinamarca, Finlandia e
Islandia tienen y han mantenido unos programas de protección social de
gran calidad y eficiencia, en los que incluyen Programas de Mercado
Laboral Activo y de Ayudas a la vivienda, con lo que se actúa sobre las
dos causas más graves de riesgo para la salud en situaciones de recesión
económica: el desempleo y la pérdida de vivienda.
En
contraste con lo anterior en Grecia, Italia, Portugal y España,
siguiendo los consejos de la Troika (Comisión Europea, Banco Central
Europeo y Fondo Monetario Internacional) han aplicado importantes
recortes en los sistemas de protección social por lo que el desempleo y
la pérdida de vivienda se han convertido en un problema de gran magnitud
afectando a la salud de su población más vulnerable, especialmente los
problemas de salud mental (ansiedad, depresión, alcoholismo) y con ello
el aumento de las tasas de suicidios. Existiendo en nuestro país una
correlación entre las cifras de desempleo y el número de suicidios,
incluyéndose una nueva modalidad llamada «suicidio económico» que en
España supone 30% del total, lo que se traduce en un goteo de tres
diarios. En Grecia, convertida en el «enfermo de Europa» se han
incrementado las enfermedades infecciosas (Tuberculosis, Sida, Malaria) y
las complicaciones de las patologías crónicas (Diabetes, Hipertensión,
Cardiopatías, etc.).
Un dato que puede orientarnos sobre
las consecuencias de las políticas en la salud mental de la población es
el consumo de antidepresivos, que en Reino Unido y España, con sus
recortes, se han incrementado en torno al 20% en contraste con el 6% de
Suecia.
Otra vuelta de tuerca para agravar y aumentar la
mortalidad lo tenemos con las subidas del recibo de la luz, a pesar de
la «pobreza energética» en la que se encuentran más de cuatro millones
de personas en nuestro país.
Las políticas de recortes o
«austericidas» no solo nos empobrecen sino que aumentan el sufrimiento y
muertes de los más vulnerables, precisamente aquellos a los que “un
buen gobierno” debería priorizar en su cuidado. Y todo ello impuesto por
unos organismos carentes de democracia y con la excusa de que es la
única alternativa posible.
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