Manolo Monereo
Colectivo Prometeo/ FCSM
EFE |
¿Qué Pedro Sánchez
vuelve? Esta es la pregunta. Sabemos algunas cosas. Primero, que Pedro
Sánchez, en su etapa de secretario general, defendió una estrategia,
diremos que coherente: el enemigo es (Unidos) Podemos y, para vencerle,
hace falta polarizarse con la derecha, achicar espacios y reducir
electoralmente a la formación morada para alcanzar a ser de nuevo el
partido ordenador del régimen. Segundo, con audacia, se enfrentó con los
barones y la baronesa y se la jugó a una carta: votar en contra del
gobierno de Mariano Rajoy; no es no y punto. Lo que
vino después es muy conocido: una amplia alianza entre los poderes
fácticos y mediáticos con una parte sustancial de la dirección del
Partido Socialista, la que obligó a Pedro Sánchez a dimitir. Aquí hay
que detenerse un momento. El secretario general electo del PSOE siempre
negoció con los poderes fácticos y no logró convencerlos cuando, de
nuevo, el PP ganó y se dispuso a gobernar el país; por así decirlo,
miraba de un lado, a una sociedad española en crisis y que cambiaba
rápidamente y, de otro, pretendía convencer a los que mandan y no se
presentan a las elecciones, de que para perpetuar el régimen y disminuir
el peso electoral y político de Unidos Podemos (es la misma cosa) era
necesario un Partido Socialista nítidamente alineado en una oposición
dura al Partido Popular.
Sánchez, es
el tercer elemento que conviene resaltar, demostró más coraje de lo que
se le suponía y un conocimiento cabal de la crisis que vive el PSOE.
Salió a la batalla política con mucha fuerza, denunciando la
conspiración interna (el programa con Évole fue
decisivo) y proponiendo un nuevo PSOE autónomo y de izquierdas. La
palabra clave es autonomía. ¿De quién? De los poderes fácticos,
especialmente de PRISA y su grupo, de Felipe González y
de los grandes grupos de poder económico que, de una u otra forma,
tienen enormes conexiones con los gobiernos socialistas de algunas
autonomías y, sobre todo, de Andalucía. Autonomía quiere decir, en
sentido estricto, capacidad del PSOE para dirigirse a sí mismo, para
establecer las alianzas que considere y defender las políticas públicas
que se estimen convenientes en el país. Había un tercer mensaje del que
se habla poco pero que fue creciendo durante toda la campaña: el PSOE es
la “izquierda” y la “única” alternativa a la derecha. Un hilo
discursivo a no olvidar.
“Hay
un mensaje del que se habla poco pero que fue creciendo durante toda la
campaña: el PSOE es la “izquierda” y la “única” alternativa a la
derecha. Un hilo discursivo a no olvidar”
Su batalla ha sido muy dura y todos los grandes medios de comunicación, El País al frente, apostaron por Susana Díaz y combatieron a Pedro Sánchez con formas muy parecidas a las que emplearon con Pablo Iglesias
y con Unidos Podemos. Los grandes medios de comunicación, férreamente
alineados tras el gobierno de Rajoy, defienden un “discurso
disciplinante”, es decir, se arrogan el poder de definición y, desde
ahí, delimitan duramente los espacios de lo posible y lo imposible, de
lo aceptable y de lo inaceptable, de lo legítimo y de lo ilegítimo. Como
suele ocurrir cada vez que se le da la voz a la ciudadanía o a los
militantes del Partido Socialista, estos acaban votando contra la
dirección de derechas y apostando por un programa más auténtico, más
autónomo, más de izquierdas.
El debate en el PSOE ha tenido un
componente fuertemente identitario, con una frontal oposición a la
derecha aprovechando el desconcierto de una base electoral y militante
que había percibido cómo el Partido había sido intervenido por los
grandes poderes y su legítimo secretario general obligado a dimitir.
Parecería que el equipo de Sánchez busca una socialdemocracia clásica
sin entrar a fondo en el análisis de los procesos de globalización en
curso, las políticas realizadas por la Unión Europea –defendida
entusiásticamente por toda la socialdemocracia- y, sobre todo, sus
consecuencias en la estructura social, en las clases populares y,
específicamente, en una juventud a la que se le ha bloqueado el futuro.
De ahí que, cuando se pasa del análisis a las propuestas, el discurso de
oposición se quiebra y aparecen todas las contradicciones del anterior
Pedro Sánchez.
La pregunta por la que comenzamos sigue abierta.
¿Qué secretario general de PSOE retorna? ¿El del acuerdo con Ciudadanos?
¿El que se abre a un acuerdo con Unidos Podemos? ¿El que hará de la
hegemonía del PSOE el objetivo central? Sánchez tiene una consistente
legitimidad interna y, conociendo lo que conocemos del PSOE, pronto se
configurará una dirección mayoritaria en torno a él. Se puede decir que
una parte significativa del PSOE se ha (re) politizado convirtiéndose en
algo más que espectadores pasivos controlados por potentes direcciones
regionales y sin posibilidades reales de decisión. Paradójicamente, la
primera “moción de censura” la ha perdido el equipo dirigente de un
PSOE, justo es señalarlo, que en estos meses no ha realizado una
oposición real y que ha tenido una escasa autonomía frente a la
coalición PP-Ciudadanos.
“Lo que viene, a mi juicio, es una dura y compleja lucha por la hegemonía en las izquierdas”
Si
vemos la foto del Pedro Sánchez ganador, observamos algunas viejas
glorias (pocas), gentes menos conocidas y muchos cuadros intermedios.
Esto dice mucho de las dificultades que el nuevo dirigente del PSOE debe
vencer. Hay otra mitad del Partido que está o frente a él o que espera
poco de él. Los barones regionales siguen teniendo un enorme poder y la
todopoderosa virreina del Sur se apresta a crear un muro en
Despeñaperros. No perdonará ni olvidará y con ella toda la vieja guardia
que son hoy, más que nunca, fuerzas vivas de un régimen en decadencia.
Operaciones tipo Ciudadanos no parecen posibles a medio plazo y se abren
las posibilidades de una -no demasiado lejana- convocatoria electoral,
precedida o no, de una moción de censura del propio Pedro Sánchez.
Rajoy
va a continuar, acorralado por los escándalos, defendiendo hasta el
final el proceso de restauración en marcha. No olvidemos que ésta tiene
cuatro objetivos decisivos: primero, perpetuar la monarquía y sus
instituciones básicas; segundo, alinearse con unos EEUU en proceso de
transformación y, sobre todo, con su estrategia geopolítica y militar;
tercero, consolidar el cambio de modelo social imperante en nuestro
país, es decir, aceptar el papel de España en la nueva división del
trabajo que está organizando la UE bajo la hegemonía del Estado alemán;
cuarto, intentar resolver, sin grandes costes, la llamada “cuestión
catalana” en un momento en el que el PP pacta de nuevo con el PNV y
busca relacionarse con los antiguos partidarios de Convergencia y Unió.
No
sorprenderá demasiado que sobre estos grandes temas, la posición del
PSOE sea débil o cuando no abiertamente coincidente con el PP y con
Ciudadanos. De estos temas cruciales solo en uno parece que el PSOE
pueda definir espacios de convergencia y unidad con las demás fuerzas
políticas democráticas y de izquierdas. Me refiero a la cuestión social,
en concreto, a la denuncia del nuevo modelo sociedad que
progresivamente se va imponiendo en nuestro país. Oponerse a la
desigualdad, a la precariedad del trabajo, a la pobreza y a la exclusión
no es demasiado difícil. Cambiar el patrón productivo y de poder;
confrontar con los Tratados y directivas que vienen de la UE; defender
un modelo de relaciones laborales basado en el pleno empleo, derechos
sociales y laborales de las clases trabajadoras; proponer un nuevo
sistema fiscal progresivo que grave a las grandes rentas y fortunas; en
fin, tomarse en serio la necesidad patriótica de (re) industrializar
España, es ya otra cosa, requiere, sobre todo, una definición política
fuerte, un proyecto de país claro en favor de las grandes mayorías
sociales. En el centro, la ruptura generacional, la cuestión de las y
los jóvenes, entendida como síntesis y definición de un nuevo bloque
democrático y plebeyo.
“Se
quiere un Unidos Podemos que devenga en una IU algo más grande. No
mucho más. Es la nostalgia del “viejo orden”, de la estabilidad del
bipartidismo perdido”
Lo que viene, a mi
juicio, es una dura y compleja lucha por la hegemonía en las izquierdas.
Este será el núcleo duro de la nueva mayoría en gestación, de la unidad
en el nuevo equipo dirigente: con Pedro Sánchez se puede ganar a la
derecha y neutralizar a Unidos Podemos; seguramente ya no será como en
el pasado, pero se debe garantizar un PSOE hegemónico y una formación
morada minoritaria, predispuesta a apoyos externos y con limitadas
capacidades alternativas, un Unidos Podemos que devenga en una IU algo
más grande. No mucho más. Es la nostalgia del “viejo orden”, de la
estabilidad del bipartidismo perdido. ¿Recordamos todavía su
fundamento?: modo de organización del poder para que ganen siempre los
que mandan y no se presenta a las elecciones; la clave es un PSOE
claramente mayoritario de tal forma que no tenga que pactar las
políticas con su izquierda, es decir, que lo haga con su derecha, con la
real, la fáctica, la trama. La partida está en su enésimo comienzo y
subestimar al país real, el de carne y hueso, es la vieja política, la
de Felipe González, la de Susana Díaz, la de Cebrián. Sería bueno no intentar repetir el pasado.
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