Jorge Alcázar
Colectivo
Prometeo
FCSM
Recientemente he tenido la oportunidad –y la satisfacción,
por qué no decirlo- de leer un artículo en Público, escrito por Raúl Camargo
(miembro de Anticapitalista Madrid), que recomiendo sin lugar a dudas. En este,
el autor plasma de forma muy atinada y sin ambages un conjunto de pensamientos
y un discurso que forjan una visión política más amplia de la que participo en
alto grado, y de la que me consta que muchas otras personas, más o menos afines
a los devenires de los partidos políticos de la izquierda española, también
comparten. No es cuestión de desgranar en estas líneas lo allí dicho por Raúl
Camargo, para eso mejor ir directamente a la fuente, pero a la luz de la
respuesta que el núcleo oficial de Podemos, en la voz de Pablo Echenique y
otros portavoces autorizados, ha dado a esta importante pata de Podemos, he
creído necesario hacer una reflexión acerca de lo que hoy ocurre en la
izquierda parlamentaria española, y más en concreto, en ese movimiento político
en el que millones de españoles depositamos nuestras esperanzas de justicia en
estos últimos años, y que hoy se decantó en el nombre de Podemos.
Desde hace un tiempo, Podemos ha abandonado aquellas señas
de identidad que lo alzaron en el camino de la construcción de un nuevo
proyecto de país. Así, aspectos inherentes al movimiento que desde principios
de la década se convirtieron en ejes vertebradores de la nueva política y de
las nuevas formas de hacer, parece que han quedado en el olvido y que sólo
sirven para ser rescatadas como eslóganes o arengas panfletarias. ¿Dónde quedó
si no la construcción horizontal de los proyectos, la participación ciudadana
en las labores políticas, la ruptura de las fronteras que nos constreñían hasta
entonces como meros observadores de la “gran política”, para convertirnos en
sujetos de cambio, o el empoderamiento, aquello tan usado en esos días que se
convirtió, a fuerza de repetirlo sin creérselo,en retórica hueca? Aún recuerdo
resonar en mis oídos las perfectas perífrasis y las bienintencionadas elipsis
que nos mandaban el mensaje de que nosotros y nosotras debíamos partir de las
realidades concretas para sumar gentes, voluntades e inteligencias a los
proyectos del futuro, dejando atrás el mercadeo de las listas, los bloques y
los sillones, porque era desde la perspectiva de la construcción en colectivo
desde la cual encontraríamos las armas –prohibida palabra en aquellos tiempos
por sus connotaciones violentas- para vencer al enemigo y edificar nuestro
futuro. Aún recuerdo la crítica sin mesura, descarnada, voraz y, en algunas
ocasiones, fanática, y en otras atinadísima, que a nuestros camaradas de
trinchera lanzábamos, describiendo la ineptitud y la falta de alternativa que
Izquierda Unida o el Partido Comunista exhibieron durante demasiado tiempo. ¿A
dónde fueron a parar las ideas y voluntades que marcaban la necesidad de
incorporar, con honestidad y respeto, a todos aquellos movimientos políticos
que luchaban dignamente en parcelas como la defensa del derecho a la vivienda,
la educación, las pensiones, la sanidad, y un largo etcétera, para tejer ese constructio colectivo llamado mayoría
social que actuara como motor de cambio, que interviniera transversalmente en
todos los campos de la sociedad, para golpear por fuera y por dentro de las instituciones,
para hacer de la calle el martillo que tumbara a estas mismas rémoras que nos
empobrecen y censuran?
Lamentablemente, al menos desde mi punto de vista, la
realidad que nos devuelve Podemos hoy es otra bien distinta. Lejos de aquello,
el movimiento de la esperanza es hoy un partido monolítico, una suerte de corte
formada por jóvenes promesas vertiginosamente envejecidas y empobrecidas. El
movimiento transmutó en organización rígida en la que el que se mueve –o la que
se mueve, pues por fortuna sí se sumaron a la paridad- no sale en la foto.
Derivó hacia costas harto conocidas y transitadas en el pasado, territorios en
los que reinan los profesionales de esto y de aquello de la política
profesional, la que repudiábamos, y en las que los amateurs libertadores poco a
poco fueron sometiendo su rebeldía y valentía a los dictados de un congreso –o
dos-, de una lista, de unos aparatos y de unas disciplinas internas que más
parecen celosas de mantener los status
quoexistentes que de forjar proyectos férreos y disciplinados de
transformación. Un proyecto en el que se pasó de la riqueza del debate y el
colorido de los argumentos al tedio del dogma y la opinión autorizada. De ahí
que la fuerza, como en una caldera oxidada, se disipara. De ahí que lo que
antes fue desobediencia y valentía, organización y lucha, ahora sea
indefinición y ausencia que nos conducen ala nada.
Otra vez más nos hemos vencido. Otra vez más estamos a las
puertas de claudicar frente al enemigo, cuando más razones tenemos, cuando más
armamento ideológico disponemos, cuando más lo necesitamos. Otra vez más hemos
canibalizado nuestra propia esencia y fuerza para pervertir la rabia y la
indignación que sentimos cada día, en cantidades industriales, hasta
convertirla en resignación, en apatía, en desgana y rendición. Otra vez más
dimos excusas al que no quiere pero debe luchar por sus derechos junto al otro,
al hermano, para que se arroje en los brazos del enemigo de clase, sea de la
rosa, de la gaviota, del naranja o del blanco de la abstención y el cadáver de
la neutralidad política. Y he querido terminar esta
amarga reflexión utilizando el plural mayestático para enfatizar así un hecho
si cabe más oscuro y triste: Podemos es lo que desde la Izquierda hemos querido
que sea y lo que les hemos dejado que sea. Porque si Podemos es hoy prácticamente
la soledad de los nombres de Iglesias, Errejón, Bescansa, Tania Sánchez,
Echenique, y demás gentes del universo alternativo; si Podemos es hoy una
suerte de Juego de Tronos y de pasillos; si Podemos es todo menos círculos,
construcción colectiva y toda esa nueva amalgama de conceptos y palabras que
vinieron a funcionar como equivalencias de los cuadros, las bases y la conciencia,
y que dijimos desgastados; si Podemos es logo, imagen, Vistalegre, twiter,
telegram, y poco más que virtualidad; si Podemos hoy ya no es de las gentes que
se reunían en los parques, de las gentes que empezaban a balbucear un lenguaje
político nuevo, de aquellos y aquellas que adoptaron el rol del sujeto activo,
transformador, es porque de forma también activa, pasiva y subjuntiva, hemos
convenido, esas mismas gentes, en que así sea. Como cuando reñimos con el
vecino en paro porque sigue votando al PP, con el jubilado por seguir
defendiendo al PSOE o con el amigo iluso que avista en Ciudadanos la buena
nueva por venir, y levantamos la vista para decir cansados “sólo tenemos lo que
nos merecemos”, hoy me digo a mí mismo que tengo en Podemos aquello que nos merecimos
y que nos merecemos, pues su pobreza de hoy fue mi alimento del ayer.
J
No hay comentarios:
Publicar un comentario