Para Carlos Enrique Bayo
Unos
mirarán a un lado, otras dejarán pasar en letra pequeña la noticia y
solo unos pocos tomarán nota de que lo que todos sabíamos, era verdad.
Insisto, todos lo sabíamoos; lo que había detrás es un atronador
silencio. Informes han salido muchos –dentro y fuera del país- hablando de la fortuna del Rey,
de su origen (digámoslo así) poco claro y del uso y abuso de su
posición central en el Estado para enriquecerse él, su familia y su
amplio círculo de amigos. Hay libros -como el de Pilar Urbano- que
cuentan con todo detalle el tipo de relación que mantenía el Rey con la
aristócrata alemana y su papel como comisionista, avalada por los
aparatos del Estado y conocida por la clase política.
No
hay noticia inocente y menos esta. Que ande Villarejo por detrás es ya
una señal inquietante. Todo apunta a lo que también se sabía, que el
comisario tenía dossiers, secretos de Estado e información sobre
personalidades relevantes del mundo político, económico y social. Que
Villarejo estaba amenazando lo sabíamos por él mismo. Su enjuiciamiento
iba a estar precedido y seguido de denuncias implicando a personas de
relieve. No es de extrañar. El caso Urdangarín (por cierto, bien
analizado por Ana Romero) dejaba hilos sueltos y otros no tanto, que
remitían a la princesa y a su padre.
Carlos Enrique Bayo y Patricia López han analizado minuciosamente
esta trama y, jugándosela, la han denunciado. Es más, nos vienen
anunciando que el comisario Villarejo está actuando y que lo va a hacer
mucho más. La primera cuestión que merecería la pena analizar es que
este caso –y en otros- se pone de manifiesto que en el interior del
aparato del Estado vienen organizándose, desde hace muchos años, clanes,
tramas y diversas mafias que influyen poderosamente en la vida pública,
gestionando información reservada y usándola para hacer pingües
negocios. Esto también lo sabíamos todos; su origen está en la
Transición y ha durado hasta el presente bajo la connivencia de
gobiernos de UCD, del PSOE y del PP.
La
segunda cuestión es de más calado, a saber, la existencia en los
propios aparatos del Estado de un “doble Estado” oculto, reservado y, en
muchos contextos, decisivo. Lo nuevo es que en una situación de crisis
de régimen, este “otro Estado” se hace más visible, emerge y cobra
mayores dimensiones. Cuando Hector Illueca y yo hablamos de trama en singular y de tramas
en plural, quisimos hacer referencia a unas específicas relaciones que
anudaban partes significativas del aparato del Estado, clase política,
poderes económicos y mediáticos. Estas tramas funcionan en red y tienen
interconexiones entre sí, dando la sensación de que carecen de un centro
dirigente. La trama de la que hablamos es este centro que ha tenido como parte fundamental la Jefatura del Estado.
La
corrupción ha terminado siendo sistémica porque engarzaba a
instituciones del Estado, intereses privados y negocios de todo tipo
amparados por una omertá que no solo la ocultaba, sino que la
negaba. Los denunciantes de las corrupciones ligadas a la Casa Real han
sido marginados, excluidos y, cuando han podido, penalizados. A veces,
se ha justificado como el coste que había que pagar por nuestra
“modélica” Transición. El problema de fondo es que la corrupción se ha
ido extendiendo a todos los niveles del sistema político, económico y
mediático y amenaza a la propia existencia de una democracia digna de
ese nombre. Pasarán muchas más cosas, esto es solo el comienzo.
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