Matteo Salvini |
Fuente:Cuarto Poder
Miguel Urbán y Brais Fernández
[ Ayer reprodujimos de Cuarto Poder el artículo de nuestros amigos y compañeros Héctor, Manolo y Julio. Hoy traemos la visión sobre el tema de Miguel Urban, eurodiputado de Podemos y Brais Fernández, ambos militantes de Anticapitalistas. Al finalizar el texto enlazamos también una interesante reflexión de Giaime Pala aparecida hace unos meses en Mientras Tanto. El debate abierto siempre enriquece]
Hace un par de días, leíamos en este medio un artículo titulado “¿Fascismo en Italia? Decreto dignidad”.
El artículo estaba firmado por tres pesos pesados de la izquierda
española: Manuel Monereo, Héctor Illueca y Julio Anguita. El texto hacía
una valoración positiva del “decreto dignidad” aprobado por el Gobierno italiano
y lo pone como ejemplo de una posible política antineoliberal,
descartando que haya fascismo en Italia justamente por la aprobación de
este decreto.
Lo primero que sorprende del artículo
es que se mueve en unos niveles de concreción y abstracción que no se
relacionan entre sí. El texto analiza el “decreto dignidad” como una
medida concreta, separada de la política general del Gobierno italiano.
Es un método analítico que no compartimos: de lo que se trata es de ser
capaz de armar un análisis que relacione y explique una medida concreta
dentro del marco general, esto es, dentro del proyecto político y de
clase del actual gobierno italiano. Leyendo el artículo es imposible
saber quién gobierna en Italia y en qué dirección: da la impresión de que es posible analizar una medida concreta al margen del proyecto de conjunto de la Liga y del M5S.
Y, de repente, tras ese análisis del “decreto dignidad” sin
relacionarlo con el proyecto del actual Gobierno italiano, aparece de
forma brusca la conclusión final: el Gobierno italiano no es un gobierno
fascista.
Esa conclusión,
así dicha, puede ser correcta. El Gobierno italiano no es todavía (1) un
gobierno fascista. Todavía no ha prohibido y ni aniquilado las
organizaciones civiles, aunque sostiene una política fuertemente
anti-sindical y contra otro tipo de estructuras que mantienen espacios
autónomos en la sociedad civil, como los centros sociales o las
asociaciones en apoyo a las personas migrantes. Todavía no ha abolido
las libertades formales ni reconstruido un nuevo tipo de Estado en el
que encuadre al conjunto de la sociedad. Es, por caracterizarlo con
precisión, un Gobierno populista autoritario, con una impronta fuerte de la extrema derecha,
una base social compuesta en su mayoría por las clases medias
depauperadas y, al contrario de lo que propone el artículo,
profundamente neoliberal.
Es
un error asociar mecánicamente el anti-neoliberalismo a medidas
proteccionistas. El neoliberalismo, como explican Dardot y Laval, es una
“nueva razón del mundo” que trata de reorganizar toda la vida social en
torno a relaciones mercantiles. Para ello, necesita destruir todas las
relaciones sociales que se oponen potencialmente a ese proyecto,
segmentando y dividiendo a la clase trabajadora en colectivos e
individuos que compiten entre si. El proteccionismo de la extrema
derecha se enmarca plenamente en esta lógica: utilizar el Estado para
disociar a la clase obrera entre “nativos” y “migrantes”, entre gente
con derecho a ser protegida y gente amenazante. De hecho, el orden que
imponen las políticas de austeridad, más allá de los recortes y
privatizaciones que conllevan, son, como afirma el sociólogo Isidro
López, la “imposición para un 80% de la población europea de un férreo
imaginario de la escasez”. Un “no hay suficiente para todos”
generalizado, que fomenta mecanismos de exclusión que Habermas definía
como característicos de un “chovinismo del bienestar” y que concentran
la tensión latente entre el estatuto de ciudadanía y la identidad
nacional. De esta forma, se consigue que el malestar social y la
polarización política provocadas por las políticas neoliberales de
escasez se canalicen a través de su eslabón más débil (el migrante, el
extranjero o simplemente el “otro”), eximiendo así a las élites
políticas y económicas, responsables reales del expolio. Porque si “no
hay para todos”, entonces sobra gente: “no cabemos todos”. La delgada línea que conecta el imaginario de la austeridad con el de la exclusión que también representa la política de Salvini.
En
este caso, el Gobierno italiano ha impulsado una medida levemente
proteccionista: sorprende también como el artículo “infla” y celebra el
alcance de un decreto muy superficial, más declarativo que efectivo, y
obvia que la CGIL (el principal sindical italiano) ha criticado al
decreto, porque, entre otras cosas, permite que los empresarios del
sector de la hostelería y del turismo paguen a los trabajadores con
cupones para hacer las compras. Por cierto, mientras tanto, el gobierno
italiano prepara un decreto que bajará fuertemente la carga impositiva a
las empresas y una tasa única del 15%, eliminando los cinco tramos que
tiene el impuesto de la renta, lo que podría suponer la pérdida de
60.000 millones de euros para la hacienda italiana, una medida que solo
favorece a los ricos y a los muy ricos. El acuerdo de gobierno entre el
M5S y la Lega está repleto de retórica proteccionista y
neodesarrollista, con promesas contra los tratados comerciales y
europeos más neoliberales y en favor de la inversión estatal y las
medidas de corte social, pero cargadas todas de fiscalidad regresiva, un
enfoque xenófobo transversal (los italianos primero) y poca concreción.
Donde sí hay concreción es, sin embargo, en la construcción de nuevos
centros de internamiento de extranjeros, en la revisión de las misiones
de salvamento marítimo en las costas italianas, en el aumento de la
criminalización de las ONG de rescate en el Mediterráneo, con el ilegal
cierre de puertos y en la expulsión de 500.000 migrantes. Por ello, es
fundamental para comprender la política económica y social de un
gobierno analizar el conjunto de su deriva, no presentar de forma
aislada y parcial una medida. Este método “particularista” impide, entre
otras cosas, que pensemos un proyecto político propio desde la clase
obrera, y nos condena a un ejercicio estéril e impotente, en el que la
izquierda se limitaría a una posición de observador en la que “apoya”,
“rechaza” o “critica” las iniciativas de los gobiernos capitalistas.
Por
otro lado, un gramsciano tan cualificado como Monereo (con el que hemos
coincido en aspectos tan importantes como en la crítica a la
capitulación de SYRIZA ante la UE) no debería olvidar que la reacción
muchas veces adopta elementos de “transformismo”: esto es, hacer algunas
concesiones a fracciones de las clases dominadas para extirparles la
posibilidad de construir un poder social autónomo e independiente. El
proyecto proteccionista de la extrema derecha necesita dotarse de una
base social que les permita maniobrar dentro del capitalismo global. En
estos momentos, hay una disputa entre sectores de las clases dominantes y
uno de ellos apuesta por intentar una recomposición en clave nacional:
sólo así podemos entender el alineamiento del Gobierno italiano con
Trump y Putin frente a la UE que representa Merkel. No hay ninguna
proyección anti-neoliberal en estos proyectos políticos: lo que hay es una batalla por como gestionar el neoliberalismo.
En ese sentido, urge abrir un debate en una izquierda en shock
por el auge de la extrema derecha a nivel global. Estando de acuerdo en
que hay que huir de la sobrecaracterización de todos los fenómenos
monstruosos como fascismo (pero sin obviar como la historia se trasmuta
al presente con formas nuevas), parece que empieza a surgir en ciertos
sectores de la izquierda una cierta fascinación por los temas que
plantea la nueva extrema derecha: proteccionismo, soberanía nacional y
política anti-migración. Muchas veces, al no abordar estos problemas en
el marco de la reconstrucción de un proyecto basado en la
auto-organización autónoma de la clase trabajadora, con aspiraciones
hegemónicas y portador de una propuesta de sociedad ecosocialista y
feminista, puede parecer que de lo que se trata es de “disputarle” las
propuestas a la extrema derecha, en uno de esos ejercicios sin futuro
consistentes en mimetizarse con el adversario para “robarle” sus éxitos.
Esa táctica le puede funcionar a la derecha cuando copia los aspectos
más superficiales de la izquierda, pero lleva a la izquierda a su
impotencia total y a su auto-destrucción. Si hay un ejemplo desgraciado
es precisamente el italiano, en donde el PCI se hizo el “harakiri” a
cambio de nada, tratando de imitar los partidos socioliberales tan de
moda en aquellos tiempos. Es preocupante que gente que vio el suicidio
de aquel coloso proponga ahora, de forma todavía incipiente, una táctica
que encierra a la izquierda en los marcos que fijan los adversarios,
estructuralmente a la defensiva.
Esa lógica va provocando que el enfoque más favorable para el desarrollo de un proyecto emancipador desaparezca progresivamente:
cada vez se habla menos de democracia, de redistribución de la riqueza a
través de la expropiación de las grandes empresas y de la ampliación de
derechos, y más de los temas que propone la extrema derecha. Y
lo que es más grave, se habla de los problemas que le interesan a la
extrema derecha tal y como le interesan a la extrema derecha. Esa
lógica, que paradójicamente se presenta como “obrerista”, acepta la
imagen que la nueva derecha ha construido sobre la clase obrera, a la
que pintan como racista, corporativa y resentida.
No
nos parece un enfoque ni muy real ni muy útil para la acción política
emancipadora. Si entendemos la clase como una relación social y un
proceso de construcción en el que se establece una dialéctica virtuosa
entre luchas y posición económica, veremos que el gobierno de Salvini y
Di Maio se alza precisamente sobre la destrucción y atomización de la
clase obrera, reducida a una masa laboral sin capacidad de defender sus
intereses, con su tejido institucional debilitado y donde la gente de
clase trabajadora, como sujetos políticos, son meros electores
individuales en un mercado en el que las diferentes fracciones de las
élites luchan por imponer su proyecto. El Gobierno italiano trata de
mantener esa situación y de construir “un pueblo” en el que apoyarse de
manera estable: un pueblo que incluye a los empresarios como
protagonista esenciales (no olvidemos el apoyo de las patronales del
norte de Italia, de las más poderosas de Europa, a la Liga), algunas
migajas para sectores de trabajadores nacionales y la exclusión del
“pueblo” de los trabajadores de origen migrante, que quedarían bajo una
especie de “ley de familia”, esto es, excluidos y sin derechos. La
trampa es total. Al enfrentar a un sector de la fuerza de trabajo contra
otro, se hace real precisamente lo que (en teoría, desde estos
“planteamientos”) se quiere evitar: los salarios de toda la clase obrera
bajan, precisamente porque al excluir a un sector, la clase capitalista
crea un ejército de reserva que utiliza para empujar los salarios a la
baja. Una autentica estafa: lo que perjudica a un sector de la clase,
termina perjudicando a toda.
La izquierda española no debería cometer el error de mirar hacia ejemplos fracasados.
Hay un hilo en la tradición del movimiento obrero oficial que reaparece
una y otra vez, y es el que busca proteger a una fracción de la clase
obrera en alianza con un sector “nacional” de los empresarios. Una idea
que representaba a principios del siglo XX un viejo sector de la
socialdemocracia alemana que proponía una alianza con su burguesía para
armar una política colonial, beneficiando a la aristocracia obrera
alemana. Una idea que también representó un sector del viejo partido
comunista italiano, que en los años 50 y 60 trataba de proteger a los
trabajadores del norte frente a los trabajadores pobres del sur que
subían a trabajar en las nuevas fábricas. Los resultados, en ambos
casos, fueron desastrosos para toda la clase y para toda la sociedad.
En
esta nueva etapa histórica, una prioridad es crear nuestra propia
agenda partiendo del movimiento real que está marcando un camino hacia
la superación de lo existente. Sería un error garrafal que, en un
momento de inflexión para la izquierda española, el balance que
hiciésemos del ciclo fuera que “hemos sido poco adaptativos” y
buscásemos adaptarnos a un marco en el que estamos derrotados de
antemano. Si queremos construir una política capaz de confrontar con la
nueva extrema derecha y con los poderes financieros, urge mirar a los
ejemplos reales de cómo construir una clase y un proyecto emancipador,
como la huelga del 8M, la PAH o las luchas laborales como las de Amazon,
en vez de las migajas que ofrece el populismo autoritario neoliberal y
luchar de una vez por todas por construir un proyecto política acorde a
estos tiempos de crisis, ira e inseguridad. Hacia donde miramos también
indica hacia donde queremos ir.
Anexo:
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