Julio Anguita
Colectivo Prometeo
La decisión de Iñigo Errejón, éticamente irregular tanto en el fondo
como en la forma, no sólo ha creado el enésimo episodio de la grave
crisis que la izquierda viene evidenciando desde hace décadas, sino que
la ha situado en una tesitura en la que su práctica desaparición está en
juego. Y esto no es un problema exclusivo de la izquierda española, lo
es también de la europea, con los casos más evidentes de Italia, Francia
o Grecia. Una crisis que, desde luego, trasciende las siglas del
partido morado español.
Las
razones son varias, pero quiero centrarme en una fundamental: la
consideración de demodées o superadas por el tiempo de cuatro
características esenciales de la izquierda, obvias por su verificación
histórica. Y de manera simultánea la sustitución de las mismas por una
mercadotecnia electoral muy cercana a la promoción de dentífricos,
detergentes o fondos de pensiones. Es decir, una visión de la política
como un mercado basado en la oferta. ¿Cuáles son las cuatro notas a las
que he hecho referencia? Veámoslas sucintamente.
La izquierda, desde la Constitución republicana francesa de 1793
hasta las Internacionales obreras y revoluciones posteriores, se ha
erigido como superadora del capitalismo, no sólo combatiéndolo sino
creando también alternativas al mismo, basadas en valores, propuestas y
ética de comportamiento personal y cívico diferentes. La izquierda
asumía la realidad, -sin mistificarla- para superarla. Incluso en
momentos de necesaria tregua o pacto por coyunturas específicas graves.
La izquierda no olvidaba nunca quién era el enemigo a combatir,
construyendo simultáneamente una nueva situación diferenciada de la
anterior.
Consecuentemente con lo expuesto, la izquierda se presenta ante el
mundo como portadora de un proyecto social, un programa concreto y una
propuesta política ligada indisolublemente a ambos. Y ello significa
baños de la realidad a cambiar, estudio, preparación, concienciación en
derechos y deberes, valores cívicos y movilización en el sentido de
alerta continuada.
Una fuerza política de la izquierda no es otra cosa que un proyecto
político (programa, instrumentos, fases y alianzas) organizado. Y ello
no es otra cosa que una militancia curtida en la elaboración de
propuestas, en el diseño de la línea política y en la participación
democrática interna a través de mecanismos horizontales y verticales.
Organizada así, la izquierda no necesita de líderes carismáticos o de
figuras creadas por los mass media, sino de direcciones (no equipos
áulicos) y dirigentes. Es decir, aquellos hombres y mujeres capaces de
representar en cada momento el proyecto colectivo. Los líderes arrastran
en su caída, los dirigentes son, simplemente, relevados. Una
organización de la izquierda es aquella que está presente allí donde hay
un o una militante.
No hay mensaje que pueda explicitarse en toda su complejidad a base
de publicaciones de Twitter. La instantánea o el eslogan no pueden
sustituir a la reflexión compartida y presencial, al discurso elaborado
colectivamente y a la exposición razonada de argumentos. Solamente
quienes fijan el horizonte en cada evento electoral lo supeditan todo a
la premura de unos mensajes evanescentes. El mensaje a plazo medio y
largo acaba imponiéndose.
La política en general, y la de izquierdas en particular, tiene común
con el arte agrario, el dominio de los tiempos y de las labores
adecuadas a los mismos.
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