Fuente: cnbc.com |
TRADICIÓN Y RESPETO HUMANO Y CONSTITUCIONAL
José Antonio Naz
Colectivo Prometeo
En los días prenavideños gran parte de los espacios públicos se llenan de belenes o símbolos de la navidad, desde ayuntamientos a centros escolares. Y a los niños pequeños, desde las escuelas infantiles, se les dice que se vistan de pastorcitos para la “fiesta”. Todo ello porque “es la tradición”. Aunque la realidad de las navidades es que son unas fiestas consumistas por excelencia, como ha denunciado el propio Papa, y cada año más largas , se supone que el mundo cristiano conmemora el nacimiento de Jesus, que sería el hijo De Dios, en un establo; copia calcada del nacimiento del dios Mitra Sol Invicto, adorado en el Imperio Romano, y según algunos historiados dicho culto provenía a su vez de la cultura oriental.
En efecto, es la tradición… pero de una sociedad española que ha vivido durante siglos en un Estado Confesional Catolico, que obligaba a tener una única religión. Pero eso debió acabar hace 40 años, cuando aprobamos una constitución en la que se define el Estado como “aconfesional”, que quiere decir que no hay ninguna religión del Estado y por tanto el Estado en sus distintos ámbitos y espacios no puede presentar símbolos religiosos de ninguna confesión. En consecuencia, los ayuntamientos que implantan belenes en su sede o los colegios que celebran fiestas de carácter religioso están incumpliendo la constitución, la norma máxima. Los tribunales, un poder del Estado, empezando por el Constitucional, deberían sancionar tales incumplimientos, a ser posible sin tener un crucifijo presidiendo la sala. Por respeto a las leyes. Claro que esta deducción racional suena a chiste en un país donde un tribunal de justicia de Cádiz acaba de sentenciar que “no es irracional” conceder una medalla a la imagen de la virgen del Rosario por haber ganado una batalla y eliminado la peste en la ciudad; y que, aunque el protocolo diga que solo se puede conceder tal distinción a personas físicas o jurídicas, se entiende que se le concede en realidad al representante del convento donde reside la imagen (¿que sería quien hizo tales méritos hace siglos?). En un Estado donde el Defensor del Pueblo confirma de inmediato la primera demanda sobre la invasión de espacios públicos que suponen los lazos amarillos, mientras viene desestimando las continuadas denuncias de la profusa presencia de símbolos religiosos por todas partes. O donde el secretario del partido con más representación parlamentaria manifiesta públicamente, sin arrugarse lo más mínimo, que la nación española es entre otras cosas el “belén y la misa del gallo”, y que quien no se adapte a esto que se marche del país.
Incomprensiblemente todo sigue igual, aunque el CIS indique que sólo se reconoce catolico el 60% de la población española, y únicamente el 14% practicante.
Pero hay algo más importante aún que las leyes, que debería hacernos reflexionar sobre estos comportamientos, máxime en estos días tan señalados de “paz y amor”: el respeto a los demás, a la diversidad, el respeto humano. Y más aún, el respeto a los derechos del menor y la obligación de protección del mismo. Los niños y niñas de nuestros colegios son diversos, pertenecen a familias con distintas religiones o con ninguna; y si estas familias son coherentes en esas fiestas de pastorcitos habrá grupos diferenciados de disfrazados o no disfrazados, que además serán identificados como españoles y no españoles, cristianos y “moros”, o normales y raros. Las personas que dirigen esos centros, el profesorado y las familias son responsables de la crueldad que supone la exclusión de criaturas desde tan tierna edad. Y sé que se hace de manera irreflexiva y mecánica, por puro hábito. Yo mismo hace años programaba en estas fechas actividades con villancicos franceses en clase, hasta que una alumna, por cierto muy inteligente, me dijo que ella no cantaba esas canciones porque no era Católica. Mi reacción de formador no pudo ser otra que darle la razón, pedirle perdón y proponer otras canciones sin connotaciones excluyentes. En pleno siglo XXI, cuando se han cumplido 70 años de la Declaración de los Derechos Humanos y todas las legislaciones marcan la obligación de la defensa del niño, y en una sociedad democrática ya es hora de actuar con respeto a todas las personas, en especial a las más débiles.
Yo tengo esperanza en la razón y en la humanidad. Quizás hechos como que por primera vez no haya un belén en la Moncloa, sea un síntoma de que empiece a prosperar la razón y el bien general por encima de las particularidades, por muy mayoritarias que sean.
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