Ángel
B. Gómez Puerto.
Profesor de Derecho Constitucional (UCO).
¿Está regulada la promesa
electoral en España?, es decir, ¿los compromisos de los partidos políticos en
sus programas electorales tiene algún efecto jurídico?, ¿suponen un compromiso
“contractual” con la ciudadanía, con el “cuerpo electoral?, ¿tiene consecuencia
el incumplimiento de la promesa electoral?. Son algunas preguntas que hago en
público en estos tiempos preelectorales.
Asistimos cada campaña
electoral a una serie de promesas electorales de las diferentes opciones
políticas que concurren a cada convocatoria, compromisos a veces muy concretos
que se insertan como contenidos de los programas electorales, y que los
partidos políticos hacen públicos en el tiempo inmediatamente anterior a la
fecha de la celebración de la elección de nuestros representantes, o que
anuncian en entrevistas o debates públicos.
Muchas de esas promesas se
incumplen, algunas de ellas muy sonadas. En materia de puestos de empleo que
supuestamente se iban a crear han sido de las más escandalosas que en la
historia de nuestro actual período democrático se han producido, en un tema tan
sensible socialmente. Pero hay otros temas en los que también se han producido
incumplimientos de promesas. Una muy famosa, en política exterior.
La situación es que una vez
constituidas las cámaras legislativas o corporaciones para las que se
desarrollaba el proceso electoral, una vez en posesión de sus puestos de
representación de la soberanía popular las personas electas, resulta que muchas
de las promesas del tiempo electoral quedan en el olvido y la ciudadanía queda
sin ningún tipo de opción de exigir el cumplimiento de la palabra dada por la
persona candidata, ya electa y en posesión del “escaño”.
El problema de desafección a
la actividad política que padecemos puede tener relación, también, con la
sensación que se tiene de que se prometen acciones o resultados que sin
embargo, y sin explicación o justificación en muchos casos, no se llevan a cabo una vez que nuestros representantes
están ya en ejercicio de sus cargos. Y todo ello, sin consecuencia alguna, sin
posibilidad real de reclamación o queja, o de revocación del incumplidor.
La realidad que acabo de
exponer la considero una cuestión esencial para la credibilidad de nuestro
Estado social y democrático de Derecho, dado que para decidir el sentido de
nuestro voto tenemos en cuenta no sólo la formación u honestidad de las
personas candidatas, sino también las promesas electorales de mejora de la vida
o dignidad de la gente. Votamos de forma informada y consciente, pensando que
sinceramente una vez elegidos nuestros representantes van a trabajar por conseguir
que sean realidad las promesas electorales.
Si se produce el
incumplimiento de lo prometido, los administrados deberíamos tener la opción de
emitir algún tiempo de queja ante alguna instancia pública, que previamente
tuviera un registro oficial de los diferentes programas electorales suscritos
por las personas candidatas, para que asuman, si no cumplen lo prometido o
justifican la imposibilidad de cumplimiento, su responsabilidad, y pueda
producirse algún tipo de consecuencia, como pudiera ser su revocación o su
imposibilidad para volver a ser candidato. Lógicamente serían necesarias
reformas constitucionales y en el resto del ordenamiento jurídico, en especial,
el electoral. Una más que se suma a las
muchas que habría que abordar.
Se trata de hacer más fiable
y creíble nuestro Estado democrático. Se trata de aproximar los intereses
generales ciudadanos con nuestros representantes públicos. Se trata de hacer
eficaz y transparente el mandato representativo. Se trata de que el principio de
responsabilidad opere también en la representación democrática de la soberanía
popular. Se trata, finalmente, de respeto al votante, a su libre voluntad
expresada en la urna pensando en lo que se le ha prometido.
La mentira y el engaño es la única forma que la clase capitalista dominante tiene, sabedora de su condición, de falsificar la legitimidad de su teatro institucional a ojos de la ganadería que explotará. No hay buena voluntad porque eso supondría la inexistencia de clases y la igualdad entre iguales seres humanos, con la consiguiente organización del trabajo en donde tanto los Botines y monarcas como Pepe el fontanero fueren idénticos en su poder coercitivo e influencia para con los demás.
ResponderEliminarAsí, podemos concluir que el poder piramidal lo suele ostentar, con prácticamente absoluta certeza, el exponente más criminal de la sociedad.
Esto se ve ensalzado especialmente a través del Capital, sistema aneconomico e improductivo en donde este se usa como aparente justa e inocua herramienta para organizar los recursos materiales e inmateriales de la ganadería. Digo ganadería porque en capitalismo, el capitalista impide la existencia de pueblos y sociedades. Lo que existe son ganaderías humanas. Ingentes masas amorfas, desvertebradas, atomizadas, dispuestas a ser explotadas, desarraigadas de cualquier cultura y conocimiento que los libere de la vil naturaleza su repugnante existencia.
La falsa izquierda, la que no lucha eficazmente contra el capitalista, esa que se inserta en su institucionalidad y acepta su falsa, injusta y mezquina legalidad es también producto indisoluble de ese magma maléfico y repugnante.