Jorge Alcázar González
Colectivo
Prometeo
En un día temprano de principios de
siglo XX, como si fueras hija de la madre revolución, como siempre adelantada a
tu tiempo, abriste los ojos y empezaste a comprender, desde tan temprano, que
el mundo te esperaba con palos, obligaciones y miserias. Ya entonces, por lápiz
te dieron una fregona; por alimento, las sobras del varón al que dabas sombra;
por calor, las amenazas que te correspondían por pretender ejercer tu condición
de ser humano en una España negra, hecha a golpes de señoritos, caciques y crucifijos.
Tanto te hicieron postrarte que ni
siquiera pudiste ser consciente de que en el calendario se marcaban en rojo un
14 de abril, un 27 de octubre o un 3 de abril, y sólo te dieron a aprender sibilina
e interesadamente, desde las pocas aulas de sotana, toca y hábito que te
permitieron por tu doble condición de trabajadora, que el santoral santurrón
excluía los nombres de Clara Campoamor, de Rosa Luxemburgo, de María Zambrano,
de Federica Montseny, de La Pasionaria, y de tantas, tantas más, abuela, que juntas,
una a una, formaban una colección gigante de gigantas que nos alzaron desde la
cuna a la luna para hacernos hombres y mujeres de futuro y esperanza.
Y así llegó la guerra y la posguerra
y la noche y la oscuridad, más negras aún, para reconocerte en mula de carga,
en buscavidas de pan duro que a las bocas tenías que arrimar, en detentora de
obligaciones más nunca de derechos; tú, la que sólo podía fregar y cuidar del
amo y la prole, la única que entre tanta miseria humana supiste inculcar desde
la infancia la ingente sustancia de dignidad con que elevabas todos los días -los
de guardar y los de servir, que acaso no fueron los mismos?, a la condición
humana, a tus hijos e hijas, a tus hombres todos -pobres bestias ciegas- y a tu
España. Llegó de nuevo, redoblado en su fuerza, el doble dogal de la pobreza y
de tu ser de mujer, remendado para la ocasión en los ancianos y enfermos
talleres de las costumbres rancias, de la caspa y el sermón, de la falsa
bandera de ellos, con la intención de doblegarte y anularte, con el firme
propósito de dibujarte en objeto de soba, en mirada lasciva, en mano de obra
esclava, de diseñarte en traje estereotipado de nulidad nula que sólo servía
para todo lo que esa sociedad enferma no podía decir, que era todo. Y a pesar
de que fueron años duros, muy duros –eso sólo lo sabes tú y quienes
compartieron contigo la obligación de ser mujer y pobre en esos días- tiraste
pa’lante con todo, arrimando de aquí y de allá, inventando a base de sisa,
humor, trabajo, amor, cariño y esa genial compresión e inteligencia que te
caracteriza, la complicidad, el respeto y la dignidad en el páramo yermo del
pan de cada día, en los arrabales del anónimo y de la lucha diaria.
Y mientras te acostumbrabas cada
noche – qué valor – a la vieja costumbre de acostarte con la necesidad, la
urgencia, la incomprensión y la humillación, entre las brumas amargas del
alcohol barato asalariado con que “tu hombre” apagaba la resignación y el odio
propios de las fiestas de los perdedores; mientras ponías fe y fuerza nueva
-pero de las de verdad, de las que se viven en las rojas carnes golpeadas de
los pobres y las pobres- en cada mañana para vestir con pantalón y camisa y luz
de olor a limpio, a digno y a humilde, a una sociedad negra que se disfrazaba de
hombre patriarca de bigote y pantalón, trajinabas de aquí para allá, al son de
la que no se cansa, de la infatigable, de la que si se queda quieta, el mundo
se para. Fuiste tan fuerte que ni siquiera Hollywood te pudo copiar y rebajarte,
pues sólo en ti reside el original. Y ni la Iglesia ni Franco, con todas sus
procesiones de acólitos, supieron humillarte y negarte cuanto hubieran deseado.
Y aunque te quitaron el alfabeto, los libros, la cultura y todo aquello que se
estimaba no te pertenecía pues no era propio a tu reino, el de la casa y los
fogones según ellos, fuiste capaz de aprender por ti misma, de crecerte y hacer
crecer, pues en tu piel se imprimieron los duros surcos de la condición de
mujer trabajadora. Sin leer a Marx ni escuchar a Dolores Ibarruri, sin saber
siquiera que existió un viejo ruso que clamaba por ti y por las de tu
condición, aprendiste de cuño propio que serán tus manos, las nuestras, las que
nos levanten del suelo para romper estas cadenas que todavía hoy oprimen duro.
Inventaste sin descanso lenguajes, palabras, álgebras, canciones, risas,
hogares, sueños, sin necesidad de pisar una universidad o un teatro, pero con
el anhelo y la pena de nunca ya poder hacerlo, y eso sí nos lo robaron abuela,
eso sí que no lo podremos perdonar.
Por ello ahora, mientras agotas los
pocos días que te quedan, cuando bordeas el siglo de distancia que de allí aquí
viviste y cuando sé que pronto nos dejarás, de forma callada y humilde, como
viviste, quiero dedicarte mi monumento particular, mi reconocimiento público y
compartido hacia ti y hacia todas las mujeres que como tú habéis hecho de mí un
hombre en el sentido más amplio y honesto de la palabra, un ser humano que
quiere recoger vuestra mano y nuestra lucha para arrimar lo que se pueda, como
siempre me enseñaste, para cambiar el mundo en que vivimos, para trocar la ley
en Justicia, el llanto en risa, la desesperanza en ilusión. Y como sé de tu
generosidad y reconocimiento hacia los demás, como sé de tu compromiso
compartido a mil manos y en mil luchas, te gustará que mis palabras no sean
privadas si no públicas, que vayan allá donde tienen que ir, y que se sumen, en
el día de hoy, a todas las que encabezan la lucha, vuestra, mía, nuestra, y que
hacen de todos los días un ejemplo de compromiso y justicia. ¡Vaya por todas
vosotras!
Feliz y reivindicativo día de la
Mujer.
Con dos cojones Jorge.... gran homenaje,precioso
ResponderEliminarPrecioso!!
ResponderEliminarGratitud, reconocimiento, emoción, sentido, sentimiento, justicia y rebeldía. Todo en un solo paquete de bondad. Lo que tan bien has expresado trasciende a todas las personas de buena voluntad. Gracias por el regalo. Pepe Castaño.
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