Juan García Ballesteros
Presidente del Colectivo Prometeo
Uno de los
imprescindibles objetivos de una escuela pública debe ser, además de la
adquisición por el alumnado de conocimientos necesarios para futuro,
desarrollar valores sociales (respeto, responsabilidad, igualdad. empatía,
colaboración, solidaridad y resiliencia) que le formen como ciudadano
democrático, crítico y comprometido con los problemas de su tiempo.
Lógicamente, no sólo
en la escuela, sino también (y quizás mucho más) en el ámbito familiar y social
se deben potenciar estos valores ciudadanos que contribuyan a conseguir una
sociedad más democrática, libre, fraternal e igualitaria.
La resiliencia es la capacidad que tiene una persona o un
grupo para sobreponerse a traumas
vitales (sean personales o sociales), recuperarse
frente a la adversidad para proyectarse fortalecido al futuro. Según los
especialistas, la resiliencia está muy unida a la autoestima, de tal manera que un niño o niña con una alta
autoestima desarrollará una buena capacidad de resiliencia y, por tanto, estará
mejor preparado para superar los obstáculos que encuentre en su vida.
Adquirir esta
capacidad, la resiliencia, supone por una parte conocer la realidad, las
circunstancias difíciles o los traumas que nos afectan, analizarla y tomar
partido para sobreponerse y luchar para superar estas situaciones. Esta
superación, como una resistencia vencedora de los problemas, en muchas ocasiones,
permite desarrollar recursos latentes que la persona no siquiera sabía que los
tenía.
Este valor social, la resiliencia, ha
tenido una importancia fundamental a lo largo de la historia. Han sido muchas
las personas, los pueblos y naciones oprimidos que se han levantado, tomando
conciencia de su situación, en contra del opresor o invasor. Algunos han
triunfado y logrado liberarse, otros han sido abatidos.
En cuanto a España,no podemos olvidar lo
ocurrido en América Latina (la “Conquista”), dónde millones de personas (casi
sin posibilidades de respuesta) fueron aniquiladas (pueblos enteros
desaparecidos) yque con la excusa de la “cristianización”, acabaron con
culturas milenarias con el único objetivo de expoliarlos de sus riquezas.
Después de la Guerra Civil, según recoge
el escritor y periodista Carlos Hernández de Miguel (“Los campos de
concentración de Franco. Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas”
–PenguinRandonHouse-) había que sembrar el
“miedo” con una feroz represión para evitar cualquier tipo de respuesta. Las
posibilidades de los vencidos dentro de nuestro país para oponer una
resistencia, resiliencia, quedó anulada (sólo lo hicieron los huidos, los
maquis). Los fusilamientos estaban a la orden del día y aquellos republicanos
significados por cargos institucionales (políticos o sindicales) eran fusilados
en un consejo de guerra sumarísimo. Para los demás se instalaron en nuestro
País 296 campos de concentración, repartidos por toda la .geografía. Por ellos
pasaron entre 700000 y 1000000 de españolas y españoles, auténticos esclavos,
cuyo delito fue defender la legalidad republicana, pertenecer a un partido o
sindicato o simplemente “ser familia o amigo de…”. Las condiciones de vida eran
inhumanas; poca y mala comida, sin posibilidad de curación de enfermedades que
las inclemencias del tiempo (el frío, el calor) y las malas condiciones
higiénicas desarrollaban. La barbarie, la crueldad y el terror era la forma
salvaje de condenarlos, humillarlos y convertirlos en objetos sin ningún tipo
de derechos. Muchas y muchos se quedaron en el camino.
La posibilidad de redimirse y hacerse afecto al
régimen, por “lavado de cerebro” o para sobrevivir, contribuyó a la salvación
–negación de su identidad- de bastantes personas (esto me recuerda lo ocurrido
con miles de moriscos y judíos que se quedaron en su país, España, después de
las sucesivas expulsiones en los siglos XVI y XVII y se convirtieron al cristianismo para salvar
su vida y hacienda).
Estamos atravesando una etapa política,
social y económica muy difícil. La última década ha supuesto un enorme
retroceso en derechos sociales y laborales. Millones de personas se encuentran
en situación de exclusión social (8,6 millones moderada y 4 millones severa),
con 15 % de paro (con cerca del 40 % en los jóvenes), con la tasa de empleo
temporal más alta de UE (26,9 % y 71 % en los jóvenes), una falta de inversión
necesaria en servicios públicos en sanidad (deterioro de la pública, falta de
personal sanitario, cierre de camas, demora de intervenciones y
especialidades….), en educación (falta de profesorado, cierre de centros
públicos, ampliación de los concertados,…), congelación de pensiones, falta de
viviendas públicas,…Estas últimas elecciones han supuesto un fuerte retroceso
en representación política de los partidos de izquierdas que son los que realmente
quieren transformar esta sociedad.
¿Cómo es posible que con estarealidad tan
difícil, tan dura para la inmensa mayoría de la población siga el poder
político en manos de los que defienden y apoyan este sistema? ¿Cómo se entiende
que haya sacado en las últimas
elecciones generales la derecha extrema (trifachito) el 43 % de los votos y el
PSOE, que no cuestiona esta sociedad casi el 29 %?
Nuestro pueblo tiene poder en potencia
para cambiar este complejo escenario. Pero ¿Qué sucede para que esto no ocurra?
¿Resignación, incultura, miedo? El marxista italiano, Antonio Gramsci, dio algunas
claves para entender este tipo de situaciones. Decía “hay que hacer más y
más política, luchar por la hegemonía en el complejo mundo de la
sociedad civil”. Para él la hegemonía “es un mecanismo invisible por el cual
las posiciones de influencia en la sociedad están siempre controladas por
miembros de la clase dominante”. Y sigue, “la hegemonía se da sobre todo en el
campo de la ideología, como la
percepción que cada individuo tiene de la realidad (valores, ideas, creencias y concepciones sobre lo que los
seres humanos y la sociedad son) a propósito del lugar que ocupa cada
individuo en esa sociedad”. Continúa que “los principales impulsores de la
ideología dominante en nuestra sociedad son: la TV (controlada por el poder
político y económico), el sistema religioso y la cultura. Éstos mecanismos son
la forma fundamental de imponer una ideología hegemónica (cultura oficial) que
somete a las clases subalternas (pueblo) que, sin poder de respuesta, quedan
excluidos del sistema hegemónico”.
Sigue Gramsci afirmando “que para
conseguir la dominación cultural (hegemónica) se valen no sólo de los medios
aludidos, sino también de la coerción (miedo), con la utilización de los
poderes del estado (fuerzas del orden, judicatura, poder económico,…) que
controlan. Así una clase (los privilegiados) imponen al resto de la sociedad un
sistema de significados propios, acerca de cómo se es y cómo se debe estar en
el mundo, imponiendo la clase dominante una hegemonía, visión del mundo que les
beneficia. Se trata de educar a los dominados para que acepten el sometimiento
como algo natural. Esto lleva a una neutralización de la capacidad de respuesta
de las clases populares, convencidas que las propuestas hegemónicas de los
poderosos son las adecuadas para mejorar sus condiciones de vida”.
Gramsci afirma que para beneficiar a la
inmensa mayoría de la población hay que producir un cambio en el modelo de
dominación hegemónica. Y dice que “la política está para intentar cambiar la
situación existente y tratar de encontrar los elementos que puedan modificar,
en una dirección más favorable, la realidad”.
Si estamos de acuerdo con Gramsci hay
que ponerse en marcha. Debemos partir de uncontexto insoslayable y es que hay
que movilizar a una base social colectiva, a la inmensamayoría de la población
que está sufriendo los estragos de este sistema y que acepta como natural la
hegemonía existente. Será muy difícil pues formar yeducar a la ciudadanía, al
no contar con medios masivos de difusión, pero se deben utilizarlosmedios alternativos
y con la implicacióny el trabajo de muchísimas personas que se encarguen de
explicar, si hace falta pueblo por pueblo, barrio por barrio, las propuestas de
cambio a la población, se puede lograr. Se deben comprometer los partidos
políticos y sindicatos con sus bases movilizadas, también los intelectuales, personas a título
individual y las asociaciones y colectivos sociales para emprender, desde hoy,
mediante un programa elaborado por una amplia mayoría social, una gran
movilización cultural que eduque en la resiliencia y que llegue a todos los rincones.
Indudablemente se debe partir de un
análisis rigurosode la realidad existente (la pobreza y la exclusión social, causas
estructurales y legales del desempleo, la inversión y los servicios públicos,
los derechos laborales, la desigualdad y la violencia de género, la vivienda, la
fiscalidad,…) y plantear alternativas serias, creíbles y necesarias, capaces de
despertar ilusión, fomentar la autoestima
y devolver la esperanza a amplias capas de la inmensa mayoría de la población
para que entiendan que son capaces de sobreponerse a los traumas vitales
que sufren y recuperarse frente a la adversidad
para proyectarse fortalecidas,como una resistencia vencedora de los problemas, a
un futuro en el que puedan ser los protagonistas (un nuevo poder hegemónico)..
Para terminar voy a centrarme en esta
acepción de la palabra esclavitud “Sujeción excesiva por la cual se ve sometida
una persona a otra o a un trabajo u obligación”, para denunciar la situación de muchos jóvenes, nuevos esclavos, en nuestro país.El
exilio por un empleo en el extranjero de casi dos millones de personas (la
mayoría jóvenes), ha maquillado las cuentas, aunque seguimos siendo el segundo
país de la UE con el mayor porcentaje de paro. Si analizamos uno de los
elementos más sangrantes de la situación del mundo laboral español podemos
comprobar que, como he recogido, el drama del empleo temporal marginal y mal pagado
afecta a 3 de cada 4 jóvenes. Las reformas laborales y
los sucesivos gobiernos han permitido que muchos empleos caigan en una nueva forma de
esclavitud. Los empleados jóvenes se ven sometidos a empresarios sin escrúpulos
con contratos de horas, días, semanas o meses,…en los que no les pagan
vacaciones, ni despidos, ni horas extras y con sueldos de miseria, pero que no
pueden rechazarporque no tienen ninguna opción (tienen que comer), ni defensa
ante tanto abuso.
Como ya ocurre con otros colectivos
jóvenes que denuncian el cambio climático o se han manifestado por una
República, creemos necesaria la concienciación y movilización (resiliencia) de
estos millones de trabajadores en precario para que sean capaces de luchar por
un trabajo digno y unas mejores condiciones de vida.
¡La izquierda debe ponerse en marcha,
tenemos tiempo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario