Javier
Lucena
No, no es un error. Ya sé
que lo que se gritaba en el 15M era “que no nos representan”,
refiriéndose a los políticos del bipartidismo, PP y PSOE, siempre
aparentando un enfrentamiento alternativo y radical para luego, en la
realidad, discrepar sólo en lo anecdótico y coincidir en lo
fundamental, a mayor beneficio del IBEX 35. Una oligarquía que a los
beneficios “naturales” que les depara la economía capitalista,
suma el aprovechamiento de las prebendas del Estado, de la
legislación a medida, de las concesiones y privatizaciones amañadas,
en lo que se ha dado en llamar capitalismo hispano de amiguetes,
traducido en un mercado que distorsiona la libre competencia para
convertirla en un albañal donde se disparan los precios y donde
prospera la corrupción, que es el combustible imprescindible de ese
modelo.
Con todo el cinismo del
mundo, decían entonces desde el bipartidismo que, si tanta
indignación y tantas ganas de protestar tenía la gente del 15M, que
se presentara a las elecciones y consiguiera sus metas por vía
democrática. Pero desde que apareció Podemos y, luego, se configuró
Unidas Podemos, y vieron peligrar los amaños que tanto les
beneficiaban a ellos y tanto perjudicaban a la mayoría, desde los
poderes fácticos no pararon de atacarlos por tierra, mar y aire,
incluidos los medios de comunicación a sueldo y las cloacas del
Estado. La vieja estrategia de las esferas del poder: aunque en un
primer momento de desconcierto declaren que aceptan parte de las
demandas populares, ya desde ese entonces comienzan con el manual de
liquidación: atacar, denigrar, desmoralizar, dividir, desorganizar y
desmovilizar a los movimientos sociales para que de verdad no los
representen quienes pueden hacer cambiar el estado de cosas… hasta
que la estabilidad, hasta que las Mayorías Cautelosas pongan todo en
orden de nuevo.
Fenómenos que no vienen
sino a poner en evidencia el creciente déficit democrático de las
llamadas sociedades liberales de Occidente, que en nuestro país
también presenta peculiaridades propias. Como la de que jamás de
los jamases los “rojos” a la izquierda del PSOE podrán entrar en
el Gobierno de España, cueste lo que cueste ello. Y esa es la misión
que le han encomendado ahora a Pedro Sánchez y que él intenta
llevar a cabo, no sin ciertas torpezas. Es posible que la jugada no
le salga bien, pero será su personal sacrificio en aras del orden,
sacrificio que le será debidamente recompensado, porque, más allá
de tópicos, Roma sí que paga (no otra cosa que pago son las puertas
giratorias)
Y ahí
andan todos, Vox, el PP, Ciudadanos y Rivera y, más sutilmente,
Errejón, envueltos con sus eslongans de campaña en la bandera, en
España. Claro que, como recordaba Jordi Évole en un reciente
artículo a propósito de la película de Amenabar sobre Unamuno, “y
pensarán que dicen algo...” , que era lo que replicaba el escritor
a quienes le gritaban “¡Arriba España!”
En el fondo, ese elemento
común de los “partidos de orden” viene a estar en sintonía con
lo que, tras hacerlo por vía de los hechos, declaraba Trump ante la
ONU hace unas semanas: “el futuro pertenece a los patriotas, no a
los globalistas”. Si hay algo que recuerda en nuestros tiempos al
espesamente antidemocrático periodo de entreguerras, el que va entre
la I y la II Guerra Mundial, no es tanto lo que sería un síntoma,
el resurgimiento de la extrema derecha y el neofascismo, como esa
mezcla de déficit democrático y patrioterismo, sobre un trasfondo
de crisis económica y precariedad, que se trata de obviar
envolviéndose en la bandera de turno, a ver quien la tiene más
grande.
Los dinosaurios del bipartidismo
resucitan a la política en el club de la comedia