Juan
García Ballesteros
Presidente
del Colectivo Prometeo
Ante
el escenario tan grave que estamos padeciendo con una pandemia que
puede afectar a millones de ciudadanos europeos, posiblemente
bastantes miles de muertos, cabe preguntarse ¿Toda la política
social y económica de la UE desarrollada durante las ultimas décadas
con un neoliberalismo salvaje que ha potenciado las privatizaciones,
que ha promovido la austeridad y desmantelamiento de “lo público”
está en condiciones técnicas, humanas y del necesario material
sanitario para afrontar esta dura situación? Indudablemente no.
La
crisis del capitalismo-neoliberal, que se lleva gestando en las
últimas décadas, ha conducido a la conformación de unas sociedades
en las que ha aumentado escandalosamente la desigualdad, la pérdida
casi insalvable de derechos sociales y laborales y la condena a
millones de personas a situaciones de exclusión social y pobreza
extrema.
Si
recordamos los eslóganes, mantras repetidos continuamente. para
convencer a la ciudadanía de las bondades del injusto sistema, como:
los
mercados son los que deben regular y desarrollar las economías de
los países. Los Gobiernos deben dejar que la iniciativa privada sea
el motor del crecimiento,
nos daremos cuenta como estas políticas nos han conducido a una
total indefensión de la inmensa mayoría de la población ante
situaciones de emergencia graves (COVID-19) por el desmantelamiento
de servicios públicos esenciales.
Mientras
determinados países asiáticos (sobre todo China, Corea del Sur y
Japón) han sido capaces de controlar la expansión de la pandemia y,
por tanto, demostrar que actuando a tiempo y poniendo al servicio no
sólo de los profesionales sanitarios los medios técnicos, con
abundantes equipos de protección y de medicación, con suficientes
espacios para el tratamiento personal de los más afectados (camas,
UCI,…), sino también controlando a la población con test masivos
para detectar el coronavirus y aislando a inmensas zonas (millones de
personas) para evitar el contagio y la extensión de la enfermedad,
se puede parar en poco tiempo (dos o tres meses) la pandemia y
comenzar la recuperación de la población infectada.
Estas
políticas austericidas han demostrado que la UE no está preparada
para una catástrofe humanitaria. Han sido muchos años de despojo,
de desmantelamiento de los servicios públicos y con una clara
apuesta por el debilitamiento de los servicios sociales y de
transferencias del dinero público a entidades privadas para las que
su implantación y desarrollo ha sido un “negocio”.
Ya
estamos viendo estas consecuencias. Italia ha sido la primera en
sufrir este peligroso deterioro. Es indudable que la grave extensión
de la pandemia en este país ha sido como consecuencia de una falta
total de responsabilidad para una respuesta rápida del propio
Gobierno, pero lo peor es que Italia no está preparada (ni con
personal sanitarios, ni con los medios necesarios) para afrontar la
expansión del COVID-19 a muchos miles (quizás millones) de
italianos. Un país que es una potencia económica (Tercera de la UE)
ha tenido que pedir ayuda médica (China y Cuba) y de medios
materiales (medicinas y equipos de protección) a un país que ya ha
controlado la pandemia (China). Las mismas dificultades están
sufriendo Francia, Bélgica y otros países de la UE, entre ellos, el
nuestro.
El
caso de España, por ser el nuestro, merece un apartado especial. Los
poderes económicos europeos (neoliberalismo) han impuesto unas duras
políticas de privatizaciones y han conseguido de los sucesivos
Gobiernos (PSOE y PP) la devastación del potente sector público
español que, desde los años ochenta y de forma paulatina e
imparable, ha ido casi desapareciendo, sobre todo los sectores
relacionados con industrias imprescindibles (siderurgia, construcción
naval, minería) y sectores estratégicos (energía, banca,
comunicaciones, transporte, …).
A
esto se ha unido el desmantelamiento de una parte importante del poco
estado de bienestar que conservaba nuestro país. Las distintas
Autonomías (mucho más las gobernadas por el PP) han ido
esquilmando, privatizando sectores sociales, cuyas competencias
tenían asumidas, tan necesarios y vitales como la Sanidad, la
dependencia o la Educación. Esta política depredadora de lo público
no sólo ha servido para privar de estos derechos fundamentales a
muchos ciudadanos, sino que ha engordado los bolsillos de
“empresarios amigos” que han compensado con prebendas económicas
a los partidos sobornados (mucho más al PP que al PSOE).
En
España los casos de contagio por el Covid-19 son ya cerca de 25000 y
algo más 1300 las personas fallecidas. A pesar de las medidas de
aislamiento impuestas acertadamente por el Gobierno (ya funcionó en
China, Corea del Sur y Japón) hace casi una semana, la pandemia se
extiende a lo largo y ancho del país y aún no se sabe hasta cuándo
llegará el pico de subida y en qué momento descenderán los
contagios. Para esta situación de emergencia sanitaria nuestro país
no estaba preparado. El gravísimo deterioro de este fundamental
servicio público (la sanidad) ha complicado, tanto en personal
asistencial como en material, la capacidad de reacción y ha tenido
un impacto muy negativo en los momentos álgidos de la demanda y en
las necesidades urgentes para afrontar la crisis.
Saldremos
adelante porque la población está obedeciendo el confinamiento en
casa, porque se ha generado una ola de solidaridad en determinadas
empresas (aumentado su producción o cambiándola para producir
materiales sanitarios necesarios), por la necesaria labor que prestan
las fuerzas de seguridad del Estado y, sobre todo, por los miles de
personas (médicos, enfermeros, personal auxiliar) que están dando
todos sus conocimientos y su tiempo, incluso su vida, para atajar la
pandemia. También porque otros países solidarios, como China, nos
están enviando no sólo medios técnicos y materiales
imprescindibles, sino personal sanitario experimentado que ha sido
capaz de controlar, en muy poco tiempo y escasez de fallecidos, el
Covid-19 en su país. A todos ellos, gracias.
Aunque
se podría decir lo mismo de todas, voy a hablar de la Comunidad
Autónoma que hoy se lleva la palma de contagiados, Madrid. El
presupuesto anual de la sanidad pública madrileña ha sufrido una
continúa bajada, desde 12,67 % en 2010 a 10,97 % en 2019, siendo la
segunda que menos invierte por habitante/año de todas las CCAA. A
esto hay que añadir que en las últimas décadas el dinero
presupuestado para sanidad se ha destinado mayoritariamente a
financiar y desarrollar hospitales privados (50), en perjuicio de los
hospitales públicos (33).
Tanto
la Federación de Asociaciones en Defensa de la Sanidad Público,
como los sindicatos CCOO y UGT (sin olvidar las declaraciones de
algunos sanitarios demostrando la grave situación) han denunciado
el escandaloso el deterioro sufrido por la Atención Primaria
(bajadas continuas y acentuadas en la última década), las largas
demoras para las citas de espacialidades, la pérdida de 8000 empleos
(médicos, enfermeros, personal de servicios), la escasez de medios
materiales (mascarillas, guantes, respiradores, protectores
corporales, gafas,…), la elevada cifra del gasto farmacéutico y el
cierre de cerca de 3000 camas. Por ello, no es de extrañar que la
sanidad pública madrileña esté colapsada, que no cuente ni con los
suficientes profesionales sanitarios y de servicios, ni con los
medios materiales que necesitan para atender adecua y suficientemente
a la población contagiada por el coronavirus. Ahora no se les cae la
cara de vergüenza y las que han hundido y desmantelado la sanidad
pública madrileña (Cifuentes, Ayuso), exigen al Gobierno los medios
necesarios, que ellas han escatimado, para combatir la pandemia. Es
indudable que el Gobierno tiene el deber de hacer un enorme esfuerzo
y dotar lo antes posible a los hospitales de todo lo que necesiten,
sin escatimar medios económicos para llegar remedios (equipos,
medicinas, materiales) a todos los afectados de nuestro país.
Como
consecuencia de la paralización de la actividad económica, los
despidos temporales (ERTE´s) o definitivos (ERE´s) y el cierre de
miles de negocios han provocado que millones de personas se
encuentren en una situación angustiosa, sin medios económicos para
una vida mínimamente digna. Si los despidos son sólo temporales y
se ponen medios suficientes para amortiguar el impacto se podrá
salir adelante. Pero me temo que muchas empresas van a aprovechar la
difícil situación para, como ocurrió con la crisis de 2008,
despedir a trabajadores y aligerar sus plantillas a bajo coste. Esto
lo tiene que evitar a toda costa el Gobierno, mediante leyes que
prohíban abusos empresariales en contra de los derechos de sus
empleados.
El
estado de alarma y las acertadas medidas que el Gobierno (explicadas
con total claridad por el Vicepresidente, Pablo Iglesias) ha tomado
para ayudar a las familias y mitigar las graves consecuencias de la
pérdida del empleo para millones de ciudadanos (necesaria una renta
básica de cuarentena), para paliar la situación de miles de
autónomos y posibilitar préstamos ventajosos para que las PYMES
continúen su actividad sin despidos cuando pase la crisis, no es
suficiente. Se deben ampliar para que las familias o personas
vulnerables no se vean en la perversidad de sufrir un desahucio o de
no tener las necesidades básicas cubiertas.
El
Gobierno debería tener claro que los fondos públicos sólo deben
servir para mejorar la vida de la inmensa mayoría de la población
golpeada tanto por la crisis de 2008 como por la pandemia y evitar
que, con los medios legales de que dispone, las grandes empresas y
los poderes económicos sin escrúpulos se aprovechen de la
situación, pidiendo subvenciones públicas con la amenaza de
despidos, cuando lo que en realidad intentan es engordar la cuenta de
sus accionistas.
Es
indudable que esta peligrosa crisis está afectando gravemente (ya he
recogido las causas) a determinados países de la UE (Italia, España,
Grecia, Portugal, Francia, …) que deberían tomar conciencia de las
consecuencias que para su población tiene la política económica
aplicada ¿No debería ser el momento, cuando pase la pandemia, para
plantear, entre todos estos países, un cambio de rumbo posible y
necesario, para lograr una Europa social, “la Europa de los
pueblos”?
Cuando
salgamos de esta situación, la ciudadanía de nuestro país debe
aprender de esta pandemia que su comportamiento responsable y
solidario no debe ser flor de un día, pues estas situaciones de
emergencia social son cíclicas. Debe comprender quienes han sido los
causantes de que la tragedia haya tenido unas consecuencias tan
devastadoras y reclamar la necesidad de cambios imprescindibles, pues
no podemos afrontar otras crisis en las condiciones sociales,
económicas y laborales que padecemos, con tanta precariedad, tanto
miedo y tanta resignación. Nuestra sociedad, una gran mayoría,
debe asumir el protagonismo, siendo conscientes de la realidad que
estamos padeciendo para plantear qué futuro queremos. Necesitamos
que esa toma de conciencia colectiva sirva para exigir a nuestro
Gobierno unos servicios públicos fuertes (sanidad, educación,
dependencia, vivienda, I+D,…), unos dignos derechos laborales y
sociales y una red de empresas públicas que abarquen los sectores
estratégicos (banca, energía, transportes, comunicaciones, …)
para que se puedan acometer los cambios profundos que nuestra
sociedad necesita. Debemos mejorar las condiciones de vida de la
ciudadanía (salarios, viviendas, pensiones, dependencia,…) y
acometer los cambios hacia una sociedad más justa e igualitaria. Una
sociedad que pueda afrontar los retos de un desarrollo económico que
respete nuestro medio ambiente para que dejemos un Planeta habitable
a las futuras generaciones.
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