Decrecer no es una elección. Es ya un imperativo para la supervivencia.
A nadie se le escapa, por mucho que cierre los ojos, que la realidad actual impone cambios drásticos que afectan a la economía y los hábitos de vida de la población en su conjunto. Son muchas las razones que imponen cambios drásticos en la forma de producir y consumir y que forzosamente darán un vuelco a nuestros valores y forma de vivir.
A raíz de la pandemia y de cara a las ayudas que la UE destinará a paliar sus consecuencias, se señalan líneas de actuación que deben condicionar la dirección del desarrollo de la nueva economía, orientándola a la línea verde y a la sostenibilidad.
Se proponen las energías limpias y el desarrollo tecnológico, entre otras consideraciones, pero puede que de poco sirva si no se cambia radicalmente el paradigma actual que concibe la solución reinterpretando el capitalismo; algo que se intentó ya con la socialdemocracia pero que no funciona.
El capitalismo ha cumplido su función y agotado su ciclo pero no tiene encaje en la situación actual. Puesto que su motor es el crecimiento continuo, ningún intento por transformarlo dará resultado, al menos a largo plazo. Lo único que puede permitir es sostenerlo un poco más, a consta de continuar consumiendo a gran escala los recursos cada vez más limitados, tanto materiales como energéticos; recursos cuyo uso es preciso racionalizar con cautela porque se van a necesitar para la subsistencia futura y no los tendremos.
Cuando escuchamos hablar de la emergencia climática a los portavoces del establishment, no dicen que está causada por el modelo de desarrollo propio de los países ricos, basado en el crecimiento infinito gracias a los avances tecnológicos. Lo que tampoco dicen es que aunque se consigan mayores niveles de eficiencia gracias a la tecnología y la innovación, no redundan en el ahorro de consumo y de recursos.
A modo de ejemplo, las dificultades que supone fabricar las baterías de los coches eléctricos, debido a las escasas reservas de litio y cobalto, cuyas existencias se calculaban en 2019 como incapaces de surtir la producción necesaria para el número de coches que la UE preveía en circulación para el 2030, causado por agotamiento de las reservas existentes en el planeta. A esto hay que añadir el consumo de energía eléctrica, cuando se debe imponer el ahorro de energía. Pero parece que todo vale para seguir aumentando el número de coches en lugar de reducirlo.
Jorge Riechmann, profesor titular de filosofía moral de la Universidad de Barcelona y uno de los pensadores más lúcidos y que de forma más tenaz y menos evasiva se adentra en las raíces de la problemática de nuestra época, dice que está en juego “no es dejar de ser una especie tecnológica, sino poner coto a la hybris tecftular de filosofiaesor tinoentusiasta”. En definitiva, si la moral griega es una moral de la mesura, la moderación y la sobriedad, la “Hybris”, como antítesis hace referencia al orgullo exagerado y la insolencia, y muy especialmente, de aquellos que ostentan el poder.
Cuando este autor, (“Otro fin del mundo es posible”), habla de emergencia climática se plantea qué consecuencias socioeconómicas traerá consigo el cambio climático, cómo podemos preverlas y anticiparnos, y se pregunta si estamos preparados para cambiar nuestra forma de vida y conseguir que el planeta no se convierta en un cocedero.
Estamos en una situación de emergencia que requiere de medidas contundentes, y no precisamente en la dirección que apuntan las propuestas del neocapitalismo, ni siquiera un capitalismo moderado, sino en un cambio radical del sistema.
Nuestro desarrollo está ligado con todos los sistemas que sustentan la vida, y recetar más tecnología e innovación es un ejercicio de optimismo que nos llevará al colapso si no va acompañado de grandes cambios en nuestros hábitos, con la mirada puesta en la regeneración de la naturaleza, el refuerzo del desarrollo comunitario sostenible, la autonomía alimentaria producida y consumida en la proximidad de su origen, y teniendo muy presente que si hay un exceso de carbono en la atmósfera es por culpa de décadas de crecimiento y de búsqueda de eficiencia.
Debemos abandonar este crecimiento irracional y suicida. Es hora de cuidar nuestro único hogar: el planeta.
A nadie se le escapa, por mucho que cierre los ojos, que la realidad actual impone cambios drásticos que afectan a la economía y los hábitos de vida de la población en su conjunto. Son muchas las razones que imponen cambios drásticos en la forma de producir y consumir y que forzosamente darán un vuelco a nuestros valores y forma de vivir.
A raíz de la pandemia y de cara a las ayudas que la UE destinará a paliar sus consecuencias, se señalan líneas de actuación que deben condicionar la dirección del desarrollo de la nueva economía, orientándola a la línea verde y a la sostenibilidad.
Se proponen las energías limpias y el desarrollo tecnológico, entre otras consideraciones, pero puede que de poco sirva si no se cambia radicalmente el paradigma actual que concibe la solución reinterpretando el capitalismo; algo que se intentó ya con la socialdemocracia pero que no funciona.
El capitalismo ha cumplido su función y agotado su ciclo pero no tiene encaje en la situación actual. Puesto que su motor es el crecimiento continuo, ningún intento por transformarlo dará resultado, al menos a largo plazo. Lo único que puede permitir es sostenerlo un poco más, a consta de continuar consumiendo a gran escala los recursos cada vez más limitados, tanto materiales como energéticos; recursos cuyo uso es preciso racionalizar con cautela porque se van a necesitar para la subsistencia futura y no los tendremos.
Cuando escuchamos hablar de la emergencia climática a los portavoces del establishment, no dicen que está causada por el modelo de desarrollo propio de los países ricos, basado en el crecimiento infinito gracias a los avances tecnológicos. Lo que tampoco dicen es que aunque se consigan mayores niveles de eficiencia gracias a la tecnología y la innovación, no redundan en el ahorro de consumo y de recursos.
A modo de ejemplo, las dificultades que supone fabricar las baterías de los coches eléctricos, debido a las escasas reservas de litio y cobalto, cuyas existencias se calculaban en 2019 como incapaces de surtir la producción necesaria para el número de coches que la UE preveía en circulación para el 2030, causado por agotamiento de las reservas existentes en el planeta. A esto hay que añadir el consumo de energía eléctrica, cuando se debe imponer el ahorro de energía. Pero parece que todo vale para seguir aumentando el número de coches en lugar de reducirlo.
Jorge Riechmann, profesor titular de filosofía moral de la Universidad de Barcelona y uno de los pensadores más lúcidos y que de forma más tenaz y menos evasiva se adentra en las raíces de la problemática de nuestra época, dice que está en juego “no es dejar de ser una especie tecnológica, sino poner coto a la hybris tecftular de filosofiaesor tinoentusiasta”. En definitiva, si la moral griega es una moral de la mesura, la moderación y la sobriedad, la “Hybris”, como antítesis hace referencia al orgullo exagerado y la insolencia, y muy especialmente, de aquellos que ostentan el poder.
Cuando este autor, (“Otro fin del mundo es posible”), habla de emergencia climática se plantea qué consecuencias socioeconómicas traerá consigo el cambio climático, cómo podemos preverlas y anticiparnos, y se pregunta si estamos preparados para cambiar nuestra forma de vida y conseguir que el planeta no se convierta en un cocedero.
Estamos en una situación de emergencia que requiere de medidas contundentes, y no precisamente en la dirección que apuntan las propuestas del neocapitalismo, ni siquiera un capitalismo moderado, sino en un cambio radical del sistema.
Nuestro desarrollo está ligado con todos los sistemas que sustentan la vida, y recetar más tecnología e innovación es un ejercicio de optimismo que nos llevará al colapso si no va acompañado de grandes cambios en nuestros hábitos, con la mirada puesta en la regeneración de la naturaleza, el refuerzo del desarrollo comunitario sostenible, la autonomía alimentaria producida y consumida en la proximidad de su origen, y teniendo muy presente que si hay un exceso de carbono en la atmósfera es por culpa de décadas de crecimiento y de búsqueda de eficiencia.
Debemos abandonar este crecimiento irracional y suicida. Es hora de cuidar nuestro único hogar: el planeta.
Hola: por favor, corrijan este texto... ¡Gracias!
ResponderEliminarLo que está en juego “no es dejar de ser una especie tecnológica, sino poner coto a la hybris tecftular de filosofiaesor tinoentusiasta”.
Por lo que dice una de las fuentes donde aparece la cita original:
Lo que está en juego no es dejar de ser una especie tecnológica, sino poner coto a la hybris tecnoentusiasta.
http://istas.net/descargas/dialegs.pdf