jueves, 22 de abril de 2021

Ayuso: lecciones para la izquierda

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Manuel Monereo y Francesco Campolongo

  Es una pregunta constante: ¿cómo es posible que una persona como Ayuso pueda ganar ampliamente en las próximas elecciones madrileñas? Las opiniones son muchas y las descalificaciones abundan, pero hay pocas respuestas. Fuera de Madrid aún más. Intento responderlas partiendo de dos tesis: 1) el carácter (contra)revolucionario del proyecto neoliberal es porque pretende (y lo consigue) ser irreversible; es decir, que gobiernos posteriores se vean obligados a tener que moverse en el horizonte neoliberal; 2) la clave que hace posible esto (lo podríamos llamar la paradoja Hayek) es el Estado; mejor dicho, una nueva relación entre el Estado y la sociedad que lleva aparejado un intervencionismo masivo de los aparatos y las instituciones públicas. El capital en general, y el neoliberalismo en particular, necesitan imperiosamente del Estado para perpetuarse; en tiempos de crisis mucho más.
   Para entender, desde estas premisas, lo que pasa en Madrid hay que hablar de un proceso que lleva tiempo, una práctica sistemática, alianzas sociales y un proyecto claro desde el principio. El PP lleva gobernando en Madrid 26 años, “tamayazo” por medio. Ha ido creando una coalición social y económica que sitúa en su centro a las grandes corporaciones y aprovechándose sistemáticamente de ser la capital del Estado. Desde el primer momento, los sucesivos gobiernos han tenido claro que la clave estaba en cambiar la sociedad y que, para esto, el gobierno de la Comunidad iba a ser decisivo. Privatizaciones, externalizaciones y compromiso sistemático de los intereses de la patronal han sido la parte más visible de una estrategia política que pocas veces ha sido puesta en cuestión.

Las cifras de la pandemia son pavorosas y difícilmente otro gobierno autonómico podría haberlas resistido. El número de muertes, de contagiados, la catástrofe humanitaria de las residencias de ancianos, el desborde permanente del sistema sanitario, la improvisación iban acompañados de una actitud, a veces negacionista, y siempre echando la culpa a los demás. El gobierno de Ayuso nunca ha tenido dudas: aprovechar la crisis para culpabilizar al gobierno socialcomunista y defender a Madrid frente a Madrid; es decir, buscando apoyo en el pequeño y mediano comercio, la restauración, hoteles, taxis… combinado con los grandes poderes económicos que tienen su asiento en la Comunidad. Como otrora hizo Susana Díaz, Ayuso ha practicado un regionalismo de oposición desde un nacionalismo español clásico de las derechas históricas.

Si nos quedáramos aquí todavía estaríamos en la superficie. En este bloque económico social y cultural hay mucho más, novedades que conocemos desde hace tiempo pero que nunca son tomadas en serio por las izquierdas y, específicamente, por el PSOE. La Comunidad interviene continua y masivamente en la sociedad desde el punto de vista económico, político, cultural y, por decirlo así, metapolítico. Lo decisivo, fortalecer movimientos, asociaciones, aparatos de hegemonía en la propia sociedad civil madrileña. Una equilibrada estrategia entre políticas públicas que favorecen a organizaciones económicas, sociales y culturales que, de una u otra manera, defienden el proyecto liberal-conservador. Primero, proyecto; después, política y programa.

No es este el lugar para hacer un detallado informe de los componentes que articulan y organizan la cultura política favorable a un sentido común nacional-católico y neoliberal. Solo señalar lo que no suele aparecer en los debates públicos y que quedan ocultos en la campaña electoral. ¿Quién hay detrás del gobierno Ayuso? Un partido fuerte y organizado en toda la Comunidad que la permanente y archiconocida corrupción parece no haber debilitado. En segundo lugar, no nos engañemos, una sintonía perfecta con los poderes económicos construyendo una coalición que va desde los grandes fondos de inversión (incluidos los buitres) pasando por la banca, las grandes empresas en una alianza “políticamente construida” con las capas medias tradicionales, el comercio, la hostelería y la restauración. Hay un tercer elemento que podríamos llamar los aparatos organizadores de la hegemonía. En su centro, la escuela concertada y la inmensa capacidad articuladora de la jerarquía conservadora de la Iglesia Católica madrileña. La concertada siempre ha sido mucho más que un lugar de privilegio, socialización de costos y adoctrinamiento. Ha sido un movimiento social que ha ido creciendo y creciendo conforme esta se implantaba y ganaba espacio. Obviamente,dentro de este espacio hay excepciones; me refiero a su parte central mayoritaria. El poder de la jerarquía católica es conocido; también sus desacuerdos profundos con el actual Papa; quizás lo es menos el papel de los movimientos eclesiales, de sus estructuras comunitarias en la sociedad civil y su influencia en universidades privadas, medios de comunicación y en la formación de cuadros sociales y gerenciales. En cuarto lugar, el manejo de la opinión pública y el control político de los medios. Sobre esto se ha escrito mucho y conocemos la capacidad de la administración autonómica para intervenir. Toda la política de medios ha consistido en entregar televisiones y radios a la parte organizada que, de una u otra forma, defiende el proyecto nacional-católico. Resumiendo, el Partido Popular ha creado el “laboratorio Madrid” para construir una mayoría social entorno a valores, creencias y marcos, sabiendo que las operaciones políticas de verdad implican un proyecto cultural como fundamento de una propuesta de país nacional-liberal.

Frente a lo que suele pensar la izquierda, la ideología, ya lo sabemos, es fundamental para la derecha extrema madrileña. Nunca ceden, nunca pactan y la defienden hasta el final. Cuando se habla de que el eje izquierda/derecha no tiene hoy mucho sentido, se dice una verdad a medias. Existe la derecha como proyecto histórico, la izquierda solo existe como oposición, pero sin programa, sin modelo económico y social alternativo, sin proyecto de país creíble y solvente. En otros lugares he insistido mucho sobre esto a partir del libro de Marco D’Eramo que no por casualidad se llama Dominio. Para esta izquierda, la ideología es una superestructura desligada de la base material; se equivoca. Nunca existe en el aire y tiene su fundamento en las relaciones de poder, en la organización del dominio. La ideología se organiza, se convierte en programa y cuando se enlaza con las clases trabajadoras, se convierte en una fuerza material. Una izquierda no ideológica es una izquierda sin programa y sin proyecto; es, aquí y ahora, una izquierda subalterna a las derechas y condenada a la derrota.

El gobierno de Ayuso ha manejado muy bien lo que podríamos llamar las relaciones entre el partido institución y el partido orgánico. Siempre ha estado muy pendiente de que no emergiera una fuerza política alternativa en la derecha y para eso – es clave- ha fortalecido las relaciones con asociaciones, movimientos y organizaciones que defienden su modelo económico, de sociedad y cultural. No le ha importado demasiado ser criticado por alguna de estas asociaciones; tampoco le ha importado impulsar proyectos político culturales más a su derecha. Lo decisivo es que la parte movilizada, organizada, de la sociedad civil vote a la derecha y le de mayorías sucesivas. En Madrid se pondrá de manifiesto que Vox y el PP son un solo partido orgánico, que defienden un mismo proyecto histórico y que se reparten hábilmente un electorado común.

La izquierda, frente a su propia tradición y a la experiencia, ha hecho una cosa muy diferente. Los gobiernos del PSOE en la administración local, autonómica y estatal se han caracterizado por intentar neutralizar el conflicto social, por debilitar la autorganización de las clases subalternas y los movimientos alternativos y, sobre todo, por disminuir sustancialmente el poder contractual de los trabajadores y fortalecer el control empresarial sobre el mercado laboral en un escenario presidido por el dominio creciente de los grandes grupos oligopólicos. Pablo Iglesias lo ha intentado desde el gobierno en un sentido preciso: fortalecer a los sujetos sociales alternativos movilizándolos, crear condiciones para su protagonismo político. Su salida del gobierno obliga a repensar tácticas y estrategias.

En Madrid hay partido. Está difícil, pero se puede ganar. La clave es movilizar, organizar, generar ilusión y compromiso. Pero hay desengaño, decepción, frustración y una resignación que se está convirtiendo en una segunda piel. Sobre todo, miedo al futuro, inseguridad existencial de una juventud que no encuentra soluciones y que empieza no creer que en la política esté la alternativa, al menos en la democrática. Nuestra experiencia nos dice que las campañas electorales sirven, son útiles y que puede ser una oportunidad para organizar una esperanza colectiva que venza a la resignación.

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