lunes, 4 de abril de 2022

Anguita, Lafontaine, Mélenchon: Lecciones de futuro







 
Fuente:Nortes

Manolo Monereo


Para Aniceto Muñoz

Las personas cuentan y los dirigentes también. Anguita, Lafontaine y Mélenchon vivieron en el mismo tiempo y en el espacio común de una Europa en crisis y bifurcación. Venían de tradiciones diferentes, de culturas en conflicto y de fuerzas políticas muchas veces enfrentadas. Las transformaciones del capitalismo, las derrotas y la ferocidad del neoliberalismo los unieron. Fueron grandes por eso, porque no se rindieron, porque siguieron luchando contracorriente, pero siempre con voluntad de mayoría y de gobierno. Estuvieron en el filo de las contradicciones, hicieron política, se equivocaron y supieron rectificar. Fueron derrotados en ocasiones, pero nunca bajaron las banderas. No estuvieron solos. Combinaron lealtades profundas con traiciones de alto calibre. Nunca hicieron de la política venganza. Dejan ejemplaridad, coherencia y coraje moral. Mélenchon es el único que queda en la política activa, Oscar ya lo dejó y Julio se nos fue, pero sigue vivo entre nosotros.

Estos políticos, a los que se podrían añadir algunos más, aportaron principios ético-jurídicos que es necesario recuperar en un momento en el que la izquierda casi nada es y el mundo vive una transformación radical en sus fundamentos que, dicho sea de paso, ellos entrevieron y se prepararon activamente para estar a la altura de unos desafíos de época. Quiero señalar algunos elementos que nos podrían ayudar mucho en esta etapa:
a)Pensar a lo grande; es decir, situarse en el momento histórico, definir la fase y hacerla productiva para los movimientos emancipatorios. Conocer el mundo para transformarlo fue un estilo que relacionaba de modo específico teoría y práctica, viejos y nuevos problemas. Analizaron con mucha información lo que significaba la globalización capitalista y se opusieron rotundamente a ella. Defendieron el Estado nacional sabiendo que era el lugar del conflicto de clases, de la democracia de los de abajo, de la soberanía entendida como programa. Lo hicieron compatible y necesario con el internacionalismo, con la solidaridad con las clases trabajadoras en busca de un proyecto común basado en un nuevo orden internacional más justo, democrático e igualitario.
b)Punto de vista de clase. Nunca tuvieron dudas de que el capitalismo era un mal que había que superar conscientemente. Sabían que actuaban a favor del mundo del trabajo, que era su mundo. Querían convertir a los que nada eran, en protagonistas activos y en clase dirigente para un nuevo proyecto de país. Lo hicieron buscando alianzas con otros sectores sociales y con otros movimientos que reivindicaban el feminismo socialista y un ecologismo político vinculado a las clases trabajadoras. Sabían que en estas sociedades la vía democrática y la lucha por las reformas eran fundamentales. Asumieron la contradicción y la llamaron de muchas formas: “reformismo no reformista”, “reformismo revolucionario” o “reformismo anticapitalista”.
c)Otra Europa posible. Sabían positivamente que había una dimensión europea en las luchas y en la propuesta. Se dieron cuenta que Maastricht era una señal clara de iniciativa política de las clases dirigentes y un modo específico de construir una Europa neoliberal, subalterna a EEUU y estructuralmente ligada a la OTAN. Se opusieron a esta Unión Europea porque llevaba a la organización de un centro y una periferia, que incrementaría las desigualdades, limitaría la democracia y haría imposible políticas de izquierdas.
d)Programa, programa, programa. Se ha pretendido (y a veces conseguido) caricaturizarlo, pero el programa era muy importante para esta forma de hacer política. El programa era entendido como la concreción, en un tiempo y en un espacio dado, de valores, propuesta política y estrategia. Se buscaba cabalgar sobre el tigre sin que este te derribara; es decir, formular alternativas que fuesen a la vez posibles y transformadoras, que generasen dinámicas de conflicto, de acción/reacción que impulsaran hacia adelante el movimiento. Gobernar no era solo una forma de concretar alianzas y de gestionar un programa sino un instrumento para promover la movilización contra los grandes poderes económicos. Gobernar, en este sentido, era construcción de sujetos, fortalecimiento de la unidad popular y organización de un contrapoder social.
e)La unidad popular como estrategia. Hay siempre una vieja pregunta que ha hecho del debate sobre la organización un elemento esencial del programa de las grandes formaciones de la izquierda europea. La pregunta era ¿cómo adquieren poder los que no lo tienen y viven en condiciones de desigualdad estructural? La respuesta fue unánime: organizándose, generando dispositivos políticos que promovieran comunidad, solidaridad, consciencia y acción común. Sin ese sujeto organizado, sólidamente insertado en los espacios sociales y actuando unitariamente no se podía convertir el conflicto de clase en fuerza social, en fuerza material y en alternativa política. Sabían que la vieja forma-partido estaba en crisis y que las experiencias del pasado tendrían contenidos y concreciones nuevas en sociedades que están mutando sustancialmente y que hacen de la comunicación un instrumento clave de poder y de control social.
Se podrá decir que todo esto es el pasado, que hacer política hoy es jugárselo en el límite de unas posibilidades muy limitadas por la UE y por la OTAN. Es el discurso oficial de la izquierda de gobierno. A mi juicio, este realismo de andar por casa lleva inevitablemente a la derrota y que lo que queda de la izquierda europea desaparezca en poco tiempo. Esto está ya muy avanzado y no da mucho más de sí. En momentos en los que el mundo cambia de base, retorna el conflicto geopolítico y la guerra, los valores, propuestas y proyectos de la izquierda deben de ser revaluados y definidos de forma nueva, no abandonados. La tarea de una izquierda que no asume su derrota es hoy la de siempre: hacer posible lo que parece imposible, no renunciar a los valores y a la cultura socialista, defender la soberanía popular y una democracia que sitúa en su centro la emancipación social, la igualdad sustancial y unas relaciones armoniosas con un medio del que somos parte.

La tarea la expresó muy bien en otro contexto Max Weber: “La política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. Es completamente cierto y así lo prueba la Historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez. Pero para ser capaz de esto no solo hay que ser un caudillo, sino también un héroe en el sentido más sencillo de la palabra”.

Las personas cuentan y los dirigentes también.

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