Remedios Copa
Colectivo Prometeo
No haber iniciado un
decrecimiento sensato y programado, tal como recomendaban los expertos ya por
los años 70, nos está llevando a la quiebra del sistema capitalista y a que el
colapso civilizatorio nos empiece a enseñar los dientes.
Esa tarea de
decrecimiento racional que no se hizo a su debido tiempo la está imponiendo el
planeta con la crisis provocada por la escasez de determinados recursos finitos,
cuyo consumo insensato nos está sumergiendo en una espiral que estrangula todo
el sistema. Y lo verdaderamente grave es que los gobiernos siguen sin afrontar
medidas serias y urgentes frente a la verdadera emergencia que amenaza a la
humanidad.
La crisis energética está siendo la primera en poner en jaque a todo el sistema productivo, rompiendo la cadena de suministros y provocando una amenaza de desabastecimiento de alimentos para lo que ya se dictaron medidas que pueden llegar a limitar el acceso a determinados productos en los supermercados. Pero las restricciones no se van a limitar a eso.
Estamos hablando de la
posibilidad de racionamiento ante la escasez de determinados alimentos, pero
según los expertos en el campo de las energías, pronto nos encontraremos con la
necesidad de tomar medidas restrictivas en el uso de la energía.
Cuando se habla de
escasez, podemos pensar en dos formas de afrontar la situación. Una sería por
el precio, basada en la ley de la oferta y la demanda del mercado; con la ley
del mercado, subiría el precio de determinados bienes pero sin poner tope al
consumo. Con esta opción, quienes tengan dinero podrán seguir disfrutando del
bien en cuestión mientras siga existiendo en el mercado, pero la gran mayoría
de la sociedad estaría marginada de su consumo desde el momento en que su
precio se eleva.
La otra sería un
racionamiento equilibrado que permita a todos participar del acceso limitado a
un bien escaso pero necesario para la vida.
Existe discusión sobre la
conveniencia de una u otra medida cuando el bien es escaso y, según la opción
que se tome, sobre todo cuando dicho bien resulte vital, podremos hablar de
especulación feroz y acaparamiento por parte de unos pocos y carencia y
sufrimiento para la mayoría de la población,
o bien, la opción de equidad y justicia social en el acceso a los bienes
vitales disponibles en el planeta.
Tanto de una opción como
de la otra, ha llegado la hora del debate social para hacerle frente de la
manera más solidaria posible, sin olvidar que habremos de prepararnos para el
reparto de lo escaso y la posibilidad de que la extinción de determinados
insumos no nos pille sin haber previsto la alternativa para poder vivir sin
ellos.
Muchas de las carencias a
las que nos vamos a tener que enfrentar forzosamente se podrían solventar con
la vuelta a modelos de economía y formas de producción sostenibles y
respetuosas con el medioambiente, que contribuyan a recuperar los ecosistemas
naturales y aprovechar el ciclo de producción tradicional en el que la rotación
de unos cultivos deja la tierra preparada para otras variedades y contribuye a
la garantía de la soberanía alimentaria, que es la necesidad vital.
Es un problema que la
agricultura y ganadería tradicional, que
es la menos contaminante y la más sostenible, estén tan denostadas y su
práctica y sabiduría se hayan perdido en gran medida. Hace falta mucha
pedagogía, recuperación de saberes y dignificación del trabajo agrícola y
ganadero. La falsa creencia de que la gente que trabaja y vive del campo es
menos culta y avanzada, o menos sabia y feliz que la de las ciudades es un
estigma que urge erradicar.
Cuando la crisis de todo
nos pegue de lleno en plena cara y no podamos acceder a los alimentos, veremos si el trabajo agrícola y ganadero,
impulsado de forma natural y sostenible, es importante o no para garantizar
nuestra soberanía alimentaria. Pero por ahora solo parecen importantes los
poseedores de macrogranjas y monocultivos intensivos, precisamente los que más
contaminan y no contribuyen a solucionar los problemas a los que nos
enfrentamos. Por supuesto que habremos de
repensar la economía en todos los ámbitos, porque todos están afectados.
Vivimos momentos que
requieren conocer otros enfoques en la economía y también, llevar esos nuevos
enfoques a la política económica y hacerlo con urgencia. Hace más de 10 años
que un grupo de economistas criticó duramente la formación que las
universidades imparten a los economistas, como si solo existiera una
orientación económica y un pensamiento económico ortodoxo y netamente
capitalista.
Actualmente se aboga,
para su formación, por el compromiso en la construcción de estructuras económicas
y sociales más justas, la erradicación de la pobreza, el desarrollo humano y
sostenible y el ejercicio de los Derechos Humanos, pero pese a los intentos por
el cambio y por introducir una teoría más crítica en los estudios de Economía,
en la mayoría de universidades continúa siendo inadecuada e insuficiente para
entender la realidad que nos rodea.
Por mucho que nos
empeñemos en no querer verlo, el ciclo de la abundancia de recursos se está
agotando y exige cambiar el paradigma actual. El crecimiento continuo, base del
capitalismo actual toca a su fin y ,aunque las garras de la fiera que se hunde
ya nos están arañando, no se ha generado ni debatido en serio otro paradigma
que permita hacer frente a este decrecimiento forzoso.
Es la hora de repensar
nuestra economía y sistema de vida para poder administrar el decrecimiento de
los recursos diseñando un Decrecimiento sostenido y sostenible; una urgencia en
la que cada minuto cuenta.
Gracias por tu artículo, que nos recuerda los límites recursivos, y como la voracidad de este capitalismo insensato nos llevará al caos.
ResponderEliminarSolo una sociedad socialista donde se planifique éticamente la producción nos salvará del ecocidio.
Remedios nos diagnostica la situación con gran fidelidad.