Manolo Monereo
Colectivo Prometeo
Durante bastante tiempo he venido defendiendo tres ideas: 1) que el PSOE es el verdadero partido del régimen; 2) que estamos viviendo en plena etapa de restauración; 3) que el proyecto real de Pedro Sánchez no es otro que resituar al partido socialista en la nueva centralidad de un régimen en transformación. Las tres cuestiones, obviamente, están relacionadas y se engarzan positivamente.
Sobre la primera cuestión no creo que haya demasiadas dudas. El PSOE, desde la Transición, ha cumplido este papel con plena eficacia; en su centro, conseguir el apoyo de las clases populares sin poner en cuestión los equilibrios básicos del sistema. Ha sido más “juancarlista” que ningún otro partido y ahora está empeñado en asegurar el futuro del régimen monárquico de Felipe VI. Tezanos, que conoce bien el tema, dice desde hace tiempo que la derecha no gana las elecciones, las pierde el PSOE. El mapa político ha cambiado, pero sigue habiendo mucha verdad en esta afirmación.
La segunda cuestión es más compleja. Como nos enseñó un viejo maestro italiano, cambio y restauración van de la mano. El agotamiento de la renovación democrática impulsada por el 15M y el fracaso relativo de Unidas Podemos tiene mucho que ver con la incapacidad del núcleo dirigente para situarse bien en la fase histórica, dotarse de una estrategia definida y, sobre todo, organizar una fuerza política de masas. Pablo Iglesias, con su conocido talento populista, lo que hizo fue dar un salto -como siempre sin red- para intentar aprovechar lo que quedaba del impulso transformador del 15M para tocar poder y acompañar al PSOE en la restauración incipiente. Los resultados están ahí y tiempo habrá para evaluarlo.
Conviene detenerse en este punto. Cuando un proceso de transformación se bloquea y se impide, el eje político no está situado en la misma centralidad de la etapa precedente, sino que gira hacia la derecha; es decir, a la reorganización restauradora de los viejos poderes. La llegada de Felipe VI tenía mucho que ver con esto. Hay que añadir como elemento fundamental la llamada cuestión territorial que ha reconstruido, en cierta medida, el mapa político en el país. El fenómeno más sobresaliente ha sido la emergencia de Vox como referente nacionalista de las viejas derechas españolas.
El tercer tema es causa y efecto de todo lo anterior. En las elecciones de diciembre de 2015 se perdió la oportunidad de derrotar electoralmente al PSOE. Pedro Sánchez es hijo de esta crisis política y se ha movido con una prodigiosa capacidad para aprovechar, en un sentido u otro, todas las ocasiones con el objetivo de llegar al gobierno y definir una nueva centralidad en torno al Partido Socialista. Sin apenas despeinarse, liquidó a su vieja guardia, pactó con UP y, hay que asombrarse, ahora busca la unidad de su izquierda en torno a Yolanda Díaz. Por primera vez el “juntos podemos” lo defiende el PSOE que, no solo te abraza, sino que además te reconoce.
Quizás tenga interés hablar ahora de la polarización política. La idea que se pretende transmitir por los medios es que se está produciendo un alineamiento de las fuerzas políticas en los extremos y que el centro ha desaparecido. Pedro Sánchez se habría ido a un extremo junto con Podemos y los separatistas y la derecha, empujada por Vox, al otro extremo. Rizando el rizo, se traslada la situación a la 2ª República y vemos a Pedro Sánchez convertido en Largo Caballero. ¿Dónde reside el problema? En que, efectivamente, las derechas se han ido reconvirtiendo en todas partes en derechas duras y en alianza, nada problemática, con las extremas derechas realmente existentes, pero no así en la izquierda. Esta ha desaparecido como tal en muchos países. Donde existe, defiende un programa que difícilmente se podría llamar socialdemócrata. Nancy Fraser la definió como neoliberales progresistas. Dicho de otro modo, hay neoliberales de derechas y neoliberales progresistas en según qué temas. Se podría decir, siguiendo el razonamiento de la conocida feminista, que gran parte de la izquierda es hoy atlantista.
Polarización sí, pero asimétrica, dirigida y organizada desde la derecha. El ejemplo de Georgia Meloni sirve para profundizar en nuestro razonamiento. Habría que leer la prensa y seguir los noticiarios que alertaban dramáticamente de la llegada de los neofascistas al gobierno de Italia. Esa alarma ya ha desaparecido. Como dicen prestigiosos analistas, la extrema derecha italiana está siendo ya domesticada y acepta los consensos básicos del sistema:
a) Un férreo alineamiento con la política exterior norteamericana y sus prioridades estratégicas dirigidas a la derrota de China. La guerra en Ucrania es solo el principio, forma parte de una política de fuerza (diplomacia coercitivo-militar) que disciplina a la Unión Europea, limita significativamente el poder alemán y, lo fundamental, desindustrializa una península que los europeos consideran un continente.
b) Fortalecimiento y expansión de la OTAN y defensa intransigente de una alianza estrecha con la administración norteamericana. Las clases políticas, en sus diferentes versiones, están de acuerdo en suprimir cualquier veleidad de autonomía estratégica de la UE; en estrechar los vínculos tecnológicos y productivos con industria militar, espacial y ciberespacial norteamericana y, decisivo, en fortalecer las relaciones comerciales con los EEUU en momentos donde la gran potencia en declive pone en marcha políticas agresivamente proteccionistas, financia masivamente a sus industrias y rompe -selectivamente y en proceso- el mercado mundial. Charles Tilly diría que hay que pagar ahora el “coste de protección” adeudado al “amigo” norteamericano.
c) El proceso de integración europea no es cuestionado; más bien sale reforzado por su lado más duro: imposición sin fisuras del modelo económico ordo liberal, democracias limitadas y devaluación de la soberanía popular. Conforme avanza la guerra en Ucrania, el eje de gravedad del poder de la Unión va girando hacia el Este, superando en los hechos el eje franco alemán. La vieja/nueva Europa de la que hablaba Donald Rumsfeld reclama su protagonismo en estrecha alianza con EEUU e impulsando la guerra en el marco de una cruzada contra la cultura eslavo-ortodoxa.
d) La variante española de este consenso es el principio monárquico y, derivadamente, el constitucionalismo. No merece mucho la pena intentar explicar unos temas que forman parte de un discurso público trufado de mentiras, opacidades y de supuestos inconfesables en torno a una monarquía corrupta y siempre subalterna a las grandes potencias. La monarquía española es algo más que una forma de gobierno. La crisis territorial ligada al secesionismo catalán puso de manifiesto los rasgos del “soberano” decisor de la constitución material del régimen del 78 (el discurso del Rey del 3 de octubre del 17 lo hizo visible con toda su potencia). La restauración se convierte de nuevo en “cuestión de Estado” y define la fase política.
Sánchez se ha movido en este terreno con una pericia envidiable. El objetivo era protagonizar la nueva fase, neutralizar el conflicto político-social que cuestionaba o podía cuestionar a los poderes existentes y volver a ganar apoyo en las clases populares y en las capas medias. La táctica ha sido vivir al día y sacar partido a los errores de los demás. Principios, pocos pero flexibles; mover las piezas y jugársela en cada movimiento. El PSOE será el eje de recomposición de la nueva fase. Las cosas han cambiado tanto y el mundo es tan otro que Felipe González y Alfonso Guerra no aciertan a entender que Pedro Sánchez intenta hacer lo que ellos hicieron en un contexto más difícil donde -es bueno recordarlo- Podemos amenazaba su supremacía y se entraba en una crisis de régimen.
La polarización es el gran aliado del gobierno, precisamente porque es, a su modo y forma, verdad. La polarización organizada por la derecha e ideada por los medios hace que cada medida del gobierno sea percibida como munición revolucionaria y un progresivo acercamiento al conflicto civil. Viendo y escuchando a sus voces protegidas, se diría que estamos ante un golpe de Estado contra la Constitución y la monarquía en pleno desarrollo. ¿Funciona este discurso? Si nos atenemos a las encuestas últimas o a las elecciones andaluzas parece que sí, que medio país está dispuesto a votar al PP o a Vox.
Como decía Bourdieu, la emergencia de la extrema derecha francesa cambió el mapa político y el discurso público y, lo más significativo, tiró hacia la derecha el sistema. ¿Qué significó tirar hacia la derecha el debate público? Pillar a contra pie a una izquierda que había roto con el nexo entre soberanía nacional, democracia plebeya-jacobina e independencia nacional, y poder concretar un nuevo discurso nacionalista y republicano creíble. La mayoría de la izquierda, incluida la más radical, compró el discurso globalista-europeísta de los poderes angloamericanos y empezó a defender a las nuevas capas medias y sus debates identitarios engarzados a un feminismo y a un ecologismo de importación desligados del conflicto de clases y de la emancipación social.
Vox -y todas las extremas derechas, incluida la neonazi ucraniana- ha venido para quedarse con este formato o con otro. Su dilema, cambiar el PP o ser su alternativa, lo están dirimiendo los hechos. Los intelectuales que se definen a sí mismos como progresistas suelen presentar a Abascal y a su gente como una anormalidad del sistema, como algo anacrónico e incomprensible. Son incapaces de entender que la extrema derecha está relacionada con esta modernidad tardía, con la desintegración de nuestras sociedades y con una globalización en crisis. Hay muchos espacios-tiempo en nuestras dislocadas formaciones sociales y más que se van creando en el universo mediático e (i)real. La “nueva normalidad” post Covid, la normalización acelerada de la guerra en Ucrania, obliga a una nueva lectura de una realidad que no deja espacio para la izquierda y que hace de la contrarrevolución una perspectiva razonable para las mayorías. Eso es, a mi juicio, lo que hay detrás de tanta palabrería hueca, de tantas soflamas insulsas de un mundo que cambia aceleradamente y que cuestiona el orden internacional basado en las normas impuestas por la gran potencia anglosajona.
Sánchez juega, insisto, al día y saca partido de cada crisis. Su directriz básica es cumplir con los grandes consensos, ser más pro norteamericano que nadie y polarizarse con las derechas. Nada a su izquierda y quedar bien con los que mandan y no se presentan a las elecciones. El gobernar con Unidas Podemos fue, al final, una buena idea, sobre todo una vez que Iglesias se fue y le permitió navegar entre sus dos alas. Si nos fijamos con cierto detenimiento, Sánchez sabe sacarle partido hasta a las divergencias con y dentro de UP. Su búsqueda permanente de la centralidad del tablero político le permite hacer de mediador y de hacerse valer reconociendo lo bueno y lo menos malo de su izquierda.
Llamar a lo que hace este gobierno “keynesianismo militar” es una exageración y una apropiación indebida de un término que en un plano más general calificó Joan Robinson de “keynesianismo bastardo”. No, el sistema no da para eso, sirve para apuntalar nuestra industria militar, negociar con la UE y ser alguien en una OTAN que cada vez manda más y que gira y gira a la derecha. Lo importante es combinar los mayores presupuestos militares con el incremento del gasto social; mejorar el salario mínimo y, a la vez, incrementar la compra de artefactos militares provenientes de los EEUU; implementar una moderada (y estimable) reforma laboral y aliarse sin fisuras con las políticas de la OTAN en Ucrania y más allá. Quizás se ha ido demasiado lejos con Marruecos; todo sea por la mejor causa de la política energética y de quedar bien de verdad con nuestro aliado fraternal. Menos mal que todo se ha quedado en la cuestión saharaui y no se ha entrado en lo fundamental; a saber, que España se subordina a las políticas que harán de Marruecos el Estado guardián de los intereses del Occidente colectivo en África.
Llegamos a Sumar. Esperamos que no sea dividir o restar y que se mantenga los mimbres de lo que hoy se es. A estas alturas Sumar Plus no es mucho más que una buena idea que el tiempo ha hecho envejecer rápidamente. No entraré, no los conozco bien, en los dimes y diretes de un mundo al que parece que no llega el sol y que se queda en el duro frio de este corto invierno. La vicepresidenta no llega a las autonómicas y municipales, y nos dice que pronto nos enseñará su proyecto de país. Es una buena noticia. Mucha gente ha trabajado en él y el equipo de síntesis parece solvente. Sabremos de qué discutir.
Había dos posibilidades: propiciar un proceso a la ofensiva buscando ampliar espacios o quedarse en lo mínimo evitando riesgos y negociar con lo que hay. Al final se ha impuesto, en los hechos, esta última. De aquí a mayo habrá dos dinámicas entremezcladas: Sumar y su mundo, y Unidas Podemos en sus múltiples singularidades haciendo política, movilizando a una base social sin mucho pulso e intentando no perder en unas elecciones decisivas para las gentes y, sobre todo, para revitalizar una alicaída organización. Es, permítaseme, una versión castiza del deber ser soñado y del ser real del mundo de las personas de carne y hueso.
Lo importante es conseguir la unidad en las mejores condiciones posibles. No será fácil. Se requiere inteligencia y un programa que unifique voluntades y expectativas. Existe el riesgo de que Pedro Sánchez acabe convocando elecciones generales junto con las municipales y autonómicas. Los que saben de estas cosas dicen que no. Ya se verá. ¿Qué haría falta? Lo primero, hacer una evaluación seria del gobierno de coalición, sus éxitos y fracasos, sus aciertos y errores. En segundo lugar, habría que definirse sobre las mutaciones que están ocurriendo en el sistema mundo capitalista, sus desafíos y dilemas para una izquierda que quiera seguir siéndolo. Lo tercero, concretar un programa fuertemente autónomo de UP. La clave, hay que insistir sobre ello, impugnar los consensos básicos que unifican a las derechas con el PSOE y concretar una alternativa de país. Cuarto, aprovechar el carácter molecular de estas elecciones para impulsar la auto organización social, candidaturas plurales y fortalecer el tejido unitario por abajo. En quinto lugar, crear la conciencia de que a las derechas unificadas solo se les puede ganar desde la izquierda, fortaleciendo a UP. En sexto lugar, salir de las ambigüedades de la guerra en Ucrania defendiendo un proceso veraz de paz que contemple la seguridad real que busca Rusia y los intereses del pueblo ucraniano. Como decía recientemente Oskar Lafontaine, la principal tarea de Europa es poner fin a la tutela que EEUU, a través de la OTAN, ejerce sobre nuestros Estados y pueblos.
Leído el artículo de Monereo, hay que preguntarse: dejará el profesor Monereo de apoyar a UP?
ResponderEliminar"Sin apenas despeinarse, liquidó a su vieja guardia, pactó con UP y, hay que asombrarse, ahora busca la unidad de su izquierda en torno a Yolanda Díaz. Por primera vez el “juntos podemos” lo defiende el PSOE que, no solo te abraza, sino que además te reconoce". Pues claro: una vez inactivada la izquierda transformadora, ya no hay problemas para ir juntos....Sabe ya el PSOE que ya no existen inconvenientes ideológicos o programáticos. La izquierda, una vez que renunció a sus esencias, solo le queda la contingencia. Y esta se modula a conveniencia de las élites políticas.
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