Colectivo Prometeo
He esperado al acuerdo entre Sumar y Podemos. El equipo de Yolanda Díaz tiene expectativas electorales espléndidas. Buena cosa. Hay que salir a ganar; al menos, intentarlo. El día a día de los cuadros y militantes de fuerza aliadas no parece tan feliz: se ha sufrido mucho y las heridas siguen abiertas. No hay que llorar por el pasado. Unidas Podemos fue lo mismo que Sumar: una coalición parlamentaria sin programa y sin organizaciones unitarias de base. Lo que ha cambiado es la hegemonía interna: Sumar es todo y Podemos solo refuerzo para una operación política de calado. Lo paradójico es que de Podemos formaron parte (casi) todos, empezando por una Yolanda Díaz que, por fin —le ha costado y mucho—, construye su propia legitimidad sobre la derrota política de Irene Montero. Como diría un clásico: no hemos venido hacer amigos. Y tanto que sí.
Tampoco es el momento para intentar hablar de política a lo grande o señalar los desafíos de país, que precisamente por serlos, están fuera de la agenda electoral. España o Sánchez, Feijoó o Sánchez, esos parecen ser los grandes dilemas de unas elecciones que se presumen decisivas. Sé que no es el momento, pero la coyuntura está determinada por tres asuntos relacionados entre sí, a saber:
a) El fin del ciclo 15M y el triunfo de la enésima restauración, siempre borbónica y constitucional. He escrito tanto sobre esto que no merece la pena subrayarlo más. Solo un apunte. Podemos ha jugado, al final, en los dos campos: con la ruptura y con la restauración, su muerte política expresa el dramático final de toda una generación que quiso asaltar los cielos y terminó defendiendo el gobierno de coalición con su principal adversario electoral, el PSOE;
b) El lento y constante cambio de cultura política. El eje de gravedad está pasando —la guerra acelera todos los procesos— del "neoliberalismo progresista" al liberalismo autoritario. Una vieja historia que tiene uno de sus orígenes en un Carl Schmitt defensor de un "Estado fuerte y de una economía sana" duramente criticado por un Hermann Heller que anticipaba el futuro. Insisto, liberalismo autoritario y su incompatibilidad sustancial con cualquier izquierda; ese es el modelo político que ya está inscrito en la "constitución material" de una Unión Europea que gira hacia el Este, organizada y dirigida por la OTAN, es decir, por los EEUU.
c) El agotamiento del gobierno de coalición PSOE/UP. La pandemia cambió muchas cosas. La inseguridad y el miedo se convirtieron en una segunda piel. La "elites" reclamaban libertad y el "gran hermano" nos recluía en nuestras casas a la espera de un covid que exigía el sacrificio de nuestros mayores, de nuestros compañeros y compañeras. La parca nos hizo diferentes.
La pregunta hay que hacerla: ¿ganó el PP o perdió el Gobierno de Pedro Sánchez? Una vez más —ha ocurrido varias veces— las derechas unificadas construyeron una "coalición negativa" sumando decepciones, rechazos, negaciones y ofensas reales o imaginarias. Todos contra el gobierno social-comunista. Tanto hablar de Gramsci y a la hora de la verdad se nos olvida pensar en términos de bloques sociales, construcción de hegemonías en la sociedad civil y de cambios culturales significativos. El "escudo social" fue mucho más débil que el "escudo político" organizado molecular y difusamente por las derechas en redes sociales y en espacios privados-públicos que resignificaban e invertían cada medida del gobierno y las transformaban en materia prima para organizar la oposición general. La (contra)hegemonía existe en gran medida ya en la sociedad, organizada en torno a una idea fuerte de seguridad, de orden y, sobre todo, de garantía de futuro. Patria, familia y ley. En el trasfondo, el viejo principio monárquico.
Con Vox, el eje vertebrador de la política gira hacia la derecha; todo el sistema se hace más liberal-conservador y el anticomunismo se convierte en la nueva ideología legitimadora. ¿Democracia militante? Seguramente. ¿Polarización? Sí, pero ¿qué polarización? Lo decía el otro día Page: el PP y el PSOE quieren acabar con el centro, es decir, el sistema político se polariza en los extremos y el centro se difumina. Un error inmenso: mala geometría y mala política. Cuando todo el sistema gira a la derecha, las posiciones cambian y desaparece la izquierda del debate. No es entre extrema derecha y extrema izquierda donde se establece el debate público. Hay derecha extrema y extrema derecha, lo que no hay es una izquierda social-comunista en cualquiera de sus versiones conocidos. La confrontación real se da entre liberal-conservadores y neoliberales progresistas. Polarización sí, pero asimétrica: desde la derecha y frente a la izquierda.
Las derechas unificadas ganaron las elecciones municipales y autonómicas convirtiéndolas en un plebiscito contra el Gobierno de Pedro Sánchez. La estrategia funcionó; ahora bien, el PSOE no solo no se desintegró, sino que dio muestras de solidez y de peso electoral. La tendencia en favor del PP parece consistente pero el PSOE ve una posibilidad, si no de ganar, sí, al menos, para seguir siendo una fuerza política determinante de la vida pública e impedir una mayoría sólida de las derechas unificas. El problema estaba a su izquierda, en el mundo de Unidas Podemos y en el enfrentamiento entre Yolanda Díaz y Pablo Iglesias. ¿Podrán las derechas obtener una mayoría suficiente en ambas cámaras solo con una estrategia basada en el gran rechazo a Pedro Sánchez y en un discurso electoral impugnador y esencialmente negativo? Es posible. Vox juega un papel esencial: blanquea al PP, no al revés. Levanta los temas claves y los sitúa en la agenda pública, defiende sin complejos un programa liberal extremo y un nacionalismo español perfectamente compatible —¿ cuándo no lo fue? — con la subordinación nítida, férrea a la política exterior de los EEUU y a la pertenencia a una OTAN centinela y guardiana de Occidente. La primera ministra italiana Giorgia Meloni enseña mucho. Se puede decir que Vox es, en muchos sentidos, el programa oculto del PP.
Se habla mucho del espacio común de Unidas Podemos. Nunca existió, nunca se quiso. UP fue esencialmente una coalición parlamentaria que no llegó a convertirse en una alianza política estable, organizada y vinculada a los territorios y a las bases. La pugna entre IU/PCE y Podemos se incrementó exponencialmente cuando el partido de Pablo Iglesias perdió votos y referentes organizativos. La propuesta Sumar agudizó todos los problemas y cuarteó un espacio previamente dividido. Las recientes elecciones lo han mostrado claramente hasta el punto de que Sumar ha sido percibida como una operación contra la unidad de Podemos con IU. Aquí hay un problema no resuelto y que no sabemos qué trascendencia tendrá en el futuro: ¿la unidad conseguida será capaz de superar las dramáticas divisiones de hace apenas unas semanas? Está por ver y dependerá del tipo de campaña electoral que se haga. Siempre he pensado que Sumar es una operación pactada por Yolanda Díaz y Pedro Sánchez. La clave es conseguir una mayoría suficiente para gobernar; es más, el futuro de Sumar dependerá en gran medida de si se gobierna o no. Dicho de otro modo, las claves de la operación Sumar dependerán del día después del 23 de Julio. Nada está cerrado.
Un análisis acertado pero obviando la estafa de la oligarquía de partidos en la que estamos sumidos, como si este sistema de partidos estatales fueran a solucionar algo que no sea sus propios intereses, cuotas de poder y sueldos
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