El Bosco: Extracción de la piedra de la locura (detalle) |
Colectivo Prometeo
Reza uno de los titulares del diario digital Público (edición del martes 6 de febrero) lo siguiente: “La casta está de fiesta y la factura la paga el pueblo; Milei, a punto de destruir la clase media argentina”.
Leído así, yo digo: bien por Milei.
Pero como los tiempos no están para confiar en la prensa, sea del supuesto color que sea; y menos aún en sus titulares, habida cuenta de las ignorancias benditas o mezquinas que se usan como moneda de cambio, considero oportuno ahondar un poco más en lo que ahí se afirma.
Digo esto porque de una primera lectura de tal titular -también del desarrollo de la noticia- lo que se desprende, al menos visto a los ojos de un marxistas irredento como es un servidor, es el marasmo de confusión progre que el plumillas progre de turno, en su bienintencionada ignorancia, deja caer tan pancho.
“Milei se carga la clase media argentina”. Bendito Milei, vuelvo a sostener.
Pero dejemos el énfasis y vayamos un poco más allá del efectismo; y comencemos entonces con la negación del hecho consumado: la existencia de tal clase media; una entelequia tan linda como un unicornio con alas, la libertad o la meritocracia, que se nos ha puesto por delante como un concepto tan fatuo que se pincha cuando se roza como pompa de jabón. Bien construido y mejor pensado, constituye otra engañifa exquisita del sistema que perseguía, y lo ha conseguido, desclasar a esa parte de la clase trabajadora que alcanzó, activa o pasivamente, a materializar parte de sus aspiraciones a través de la conquista de derechos, o bien, como hecho más frecuente, a través de la adquisición directa de estos derechos como remanente de las luchas obreras emprendidas en el pasado.
Sostener desde las posiciones de la izquierda el relato de la clase media es tanto como entregar al enemigo de clase toda nuestra derrota. ¿Acaso esos individuos, denominados o auto denominados clase media, no dependen ya de su fuerza de trabajo para subsistir? Bien, podría pensarse que cierto nivel de comodidad material los ha hecho escapar de la pobreza, las necesidades y la incertidumbre inmediata, gozando así de unas prebendas materiales que los alejan de su natural razón de ser en una sociedad como la nuestra. ¿Pero qué ocurre a medida que las sucesivas y cíclicas crisis del capital operan en el seno de esta sociedad? Desprendidos de parte de esos elementos intangibles de riqueza -seguridad social, derechos laborales, instituciones públicas, financiación comunitaria de servicios, culturas colaborativas, asociativas y comunitarias- se adentran peligrosamente en la ley de la selva. Una ley que por momentos irreales les favorece, pero que en su discurrir pausado pero continuo,inexorablemente los va alejando de ese falso ideal, aunque persista en ellos a fuego la creencia de saberse en él, llevándolos a su condición material real.
Las sociedades deben mirarse en su conjunto y observarse en términos de generaciones. Aquellos mismos que hoy se sitúan en ese limbo artificioso podrán también sentir en primera, segunda o tercera mano, en presente continuo o en futuro inmediato, la precarización de que gozan hijos, vecinos, amigos o ellos mismos; esas generaciones presentes y futuras condenadas ya al mundo que se nos viene. Un escenario que se adivina mucho menos amable y al que se asoman desprovistos, no solo de gran parte de eso que se viene a denominar como conquistas de clase, si no, y lo que es más importante, despojados por completo de las herramientas teóricas y prácticas del movimiento obrero. He ahí el momento cumbre del desclasamiento. Un hacer generacional que propicia, en dos direcciones -pérdida de condiciones materiales y derechos, por un lado, y erradicación del acervo obrero, por el otro-, ese abismo al que se asoma la clase trabajadora en su conjunto. Si ya esta vanguardia que goza de los parabienes de las conquistas anteriores rehusa de manifestarse como tal, huyendo de su propia realidad material, la derrota presente y la futura están garantizadas. Solo queda ver cómo vamos cayendo al agujero.
La segunda de las cuestiones que obvia el artículo viene enbadurnada en ese “buenísmo” que hace demasiado tiempo anida corrosivo entre los círculos de izquierdas. El modismo no es nuevo, ni tampoco excluyente de la prensa. Se puede encontrar en muchas de las manifestaciones del espectro ideológico, organizado o no, de la izquierda sociológica. Tomemos el titular: “...Milei a punto de destruir la clase media argentina”. Se presenta aquí a Milei como el sátrapa medieval que barre de un plumazo, cual acto divino, toda posibilidad de subsistencia de la susodicha y bondadosa clase., convirtiendo el devenir de los acontecimientos históricos en una especia de tragedia griega. Ahora bien, ¿acaso Milei ha llegado al poder auspiciado por Dios, por el ejército o por simple voluntad propia? Asumidas las imperfecciones y falacias de nuestros sistemas democráticos burgueses, el hecho innegable al respecto es que hubo un porcentaje mayoritario de argentinos y argentinas que llevaron a Milei y a sus políticas al poder. No hay más. Y puede argüirse que los medios de comunicación, el poder económico y el resto de fuerzas vivas de nuestras decrépitas democracias operaron en este sentido. Por supuesto. ¿Pero dónde queda la responsabilidad del individuo en cuanto a construir un relato de futuro? ¿Dónde la del movimiento obrero como elemento de oposición, debate y empuje? ¿Se puede asumir que todos aquellos que votaron por estas tesis -en ningún momento ocultó sus intenciones, lo cual es de loar- lo hicieron bajo coacción o engaño? Sería absurdo pensar así. Basta echar una mirada a nuestro país y a nuestra sociedad si no.
Seguir tirando balones fuera es tanto como hundirnos cada vez más en el cieno. La ignorancia asumida y vanagloriada de nuestras sociedades contemporáneas en general, y del común de la clase trabajadora en particular, lejos de ser un eximente para consecuencias futuras, es si cabe un dato más que justifica episodios como el de Argentina.
Milei no ha destruido la clase media argentina porque tal clase no existe; es esa clase trabajadora, votante y defensora de las políticas de Milei y, por tanto, disfrazada de lo que no le corresponde, la que así misma se consume en las ideas y tretas del enemigo mientras juega a derretirse en su propia indolencia.
Queda por último comentar ese concepto de pueblo. ¿A qué se refiere el autor? ¿Quién es ese sujeto al que se apela? Pueblo también es Milei, Menem, de la Rúa o los Kirchner; pueblo también es la oligarquía nacional o transnacional, la clase que se cree lo que no es, el lumpen o esos que fatuamente se denominan “apolíticos”. ¿Quién paga entonces la factura? No el pueblo en su conjunto. La pagará esa parte de la sociedad que legisla y opera en contra de sus propios intereses; esto es, esa entelequia que prendida al encanto de la apariencia de lo que no se es, cercena toda posibilidad de avance con su torpeza.
Solo cabe ya reformular el titular en cuestión. No lo soporto. Asumo el fuego enemigo, porque es natural y va de suyo. Lo que ya no aguanto más es el fuego amigo. Este titular, junto con toda la palabrería buenista que los sostiene, deben ser erradicado. Pongamos el lenguaje al servicio de “nuestras” ideas y digamos: “La casta sigue de fiesta mientras la clase obrera se disfraza de ella y se autodestruye”.
Bien por Milei, entonces, vuelvo a afirmar, porque la clase media es tan enemiga de la clase trabajadora como la poseedera. Muerte a la clase media.
Tal vez solo haya que volver a llamar a las cosas por su nombre.
Empecemos por ahí.
Estupendo y clarificador artículo. Lección para es@s politic@s que viven del ensueño de" encantar" a esa susodicha "clase media", que vive en el limbo y se cree a salvo de la catastrofre que se avecina si no tomamos conciencia y actuamos para remediarlo.
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