Kim: Martínez el Facha |
Manolo Monereo
Colectivo Prometeo
Se han dado muchas explicaciones del giro del partido de Santiago Abascal. Siempre con el mismo discurso -el día a día mata la imaginación- de Orbán, de Putin y del nuevo grupo de los Patriotas por Europa; lo que se ha buscado insistentemente es ensanchar las diferencias entre el Partido Popular y Vox y usar a la extrema derecha como arma contra Feijóo. A veces, gentes de las derechas centradas, hablan de oportunidad para que el PP vuelva a ser un partido de Estado y busque acuerdos con el PSOE, operación que, según ellos, les llevaría de nuevo al poder. Hasta aquí todo normal.
El problema, a mi juicio, es otro y tiene que ver con los dilemas de una fuerza obligada a hacer política en un sistema de partidos consolidado en su variante bipartidista. El dilema estratégico de Vox es sabido: ser un instrumento para hacer girar hacia la derecha al PP o construir una alternativa política con vocación de mayoría. Ambas cuestiones están relacionadas, pero implican estrategias diferentes. Si Vox construye una fuerza política implantada sólidamente en el territorio, con un programa político fuertemente autónomo y una dirección coherente, influirá poderosamente sobre la derecha mayoritaria y la obligará a cambiar de una u otra forma, pero, esto es decisivo, desde una correlación de fuerzas más favorable. ¿Dónde está el problema? Vox emerge como fuerza electoral significativa en un contexto marcado por una crisis de régimen y por el secesionismo catalán. La coyuntura está cambiando y las posibilidades de un gobierno del PP crecen. Los poderes reales y los que hicieron posible (mediática y económicamente) el avance de partido de Abascal, le exigen ahora que se convierta en escudero de Feijóo y en su fiel aliado. La maniobra del presidente de VOX tiene que ver centralmente con esto: marcar perfil, diferenciarse y dar la batalla por la alternativa. Dilemas similares, en contextos diferenciados, llevaron a Izquierda Unida casi a su desaparición, a Podemos a la insignificancia y a Sumar a la nada.
El “sistema” tiene reglas no escritas que dan fundamento, interpretación y visibilidad a las normas escritas, al ordenamiento jurídico-político vigente. Es, debería entenderse, la “normalidad” que expresa una correlación de fuerzas sociales y económicas dominantes que cambia, unas veces lentamente, otras aceleradamente, y en determinadas coyunturas, a velocidad de vértigo. Vox ha significado un giro a la derecha de todo el sistema político, señal y símbolo del agotamiento del 15M y punto final de las aventuras de Podemos. La ferocidad de las derechas es tal que no nos damos cuenta de que la polarización se da cada vez más en el territorio de Abascal y Feijóo, en los marcos de un discurso ampliamente colonizado por sus prioridades, cultura y propuestas. Tendré que insistir una vez más: seguimos viviendo en una crisis de Régimen, que se nota menos porque ahora la respuesta viene por arriba y por la derecha. La autonomización del aparato judicial es parte de esta crisis y su consecuencia más visible; hay otras más opacas, menos transparentes.
El bipartidismo político ha sido un instrumento, un modo de organizar el régimen político para impedir que se cuestione el sistema; es decir, el poder omnímodo de la plutocracia financiera, corporativa y mediática. Calificar a este gobierno, a Pedro Sánchez y a Yolanda Díaz, de comunistas no es solo una exageración superlativa sino, sobre todo, poner un muro bien visible y macizo de exclusión política, de demonización y de futura criminalización. ¿Quién define los límites? Las derechas unificadas y sus medios jurídicos, culturales y mediáticos. Pongo un ejemplo de fuera: la Francia Insumisa, programática y políticamente está a la derecha del programa común de comunistas y socialistas franceses del 1982. Su programa se podría definir de keynesiano en lo económico, social y ecológicamente avanzado y políticamente republicano. No mucho más; seguramente lo más radical seria su defensa de una política exterior de no alineamiento y la crítica a la subordinación de la Unión Europea a las directrices norteamericanas vía OTAN. A Mélenchon lo han convertido en la extrema izquierda revolucionaria; él no ha cambiado, en todo caso se ha moderado. Lo que se pone en evidencia es que en el sistema euro militarizado ya no caben políticas socialdemócratas. En esta operación discursiva han sido claves la señora Le Pen, la señora Meloni, el señor Abascal, el señor Milei: todos los que no son (neo)liberales son comunistas.
El tratamiento de los poderes a los movimientos que cuestionan los equilibrios básicos del sistema se ha basado en una estrategia que ha combinado -con mayor o menor sofisticación- integración y represión, zanahoria y palo. Lo hemos visto con Podemos: usar a fondo las cloacas del Estado, fabricar “hechos comunicacionales”, conectarse con el aparato judicial y chantajear y dividir al equipo dirigente; convertirlos en el enemigo. El otro lado ha sido la integración. La vía maestra: la respetabilidad, el realismo. Los que mandan te golpean una y otra vez dejándote siempre una salida: la sabia integración, la realista acomodación a los limites del sistema, a las reglas de hierro no escritas del poder. Los maestros italianos hablaban de transformismo; es decir, cooptar a las élites de los movimientos subalternos, integrarlos en la clase política, ofrecer promoción social al servicio de una renovación en clave restauradora. Alguno habló de revolución pasiva.
El tratamiento a Vox está siendo y será diferente. Abascal es de los suyos, defiende explícitamente y sin complejos la monarquía, la OTAN, la Europa del euro, el férreo alineamiento con la política de los EEUU, el neoliberalismo y, sobre todo, profesa un odio militante al movimiento obrero, a las fuerzas que vienen de la tradición socialista/comunista, a los republicanos. Son los defensores más resueltos de los que mandan y enseñan a obedecer. Su rebeldía es siempre controlada; se saben protegidos y tienen complicidades en todos los niveles de los aparatos del Estado. Su problema es que para ser como Le Pen, Meloni u Orbán les falta sustancia popular, capas medias y trabajadores. Ellos son las “fuerzas vivas” de los pueblos, los que siguen teniendo gente a su alrededor que siempre han mirado a los que mandan y siguen pensando que hay que estar a bien con ellos.
La gran aportación de Vox ha sido hacer emerger un nacionalismo español de masas que le ha permitido movilizar a sectores juveniles, engarzar con el nacional-catolicismo latente y organizarse en contra de la cultura woke. Trabajan con y por el sistema y siempre van más lejos que el PP. Por ahora cumplen un papel subalterno y puede ser que, en determinadas circunstancias, puedan ser recambio y muro. Tampoco en esto hay que engañarse. La crisis de nuestras democracias no se debe a la fuerza de la extrema derecha ni la derecha extrema. Son efecto y no causa. La clave está en la enorme influencia, en el férreo control que los poderes económicos-financieros ejercen sobre la vida pública y el régimen político en su conjunto.
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