domingo, 8 de septiembre de 2024

Nuestros esclavos

Foto: Niños mineros inicios siglo XX
                            



Remedios Copa
Colectivo Prometeo

Nuestra sociedad, para mantener su nivel de consumo y crecimiento económico continuo, tiene esclavos. La razón de la mayoría de guerras y genocidios se basa en el empeño de mantener un “crecimiento continuo” suicida e insostenible.

Es por esa razón que la rebelión y la desobediencia se han convertido en obligaciones morales para quienes todavía conserven la esencia humana. Si te preguntas por las razones que están generando movimientos sociales al respecto podemos repasar algunos ejemplos; unos esclavizan a seres humanos cuyas caras no verás delante de ti, otros afectarán a tu salud y al futuro de la vida en el planeta aunque sus efectos no siempre los vean tus ojos.

Para continuar el desarrollo infinito que este sistema capitalista extractivista necesita para sostener su paradigma ha esquilmado siempre las riquezas de los países menos desarrollados, a los que a su vez siempre impidió que tuviesen desarrollo propio porque de esa forma los grandes capitales de los países desarrollados se pueden apropiar fácilmente de lo común de esas tierras y hacerlo a un precio irrisorio. Si esos países pudiesen gestionar sus recursos en su propio beneficio, los beneficios económicos del capitalismo del llamado “primer mundo” descenderían y la sociedad “desarrollada”, mirando para otro lado, también se ha beneficiado de unas condiciones de vida que distan mucho de las que padecen los países del “tercer mundo” cuyos bienes les están siendo esquilmados.

Pero ahí no termina la cuestión, porque para la extracción de las materias primas que el “primer mundo” necesita, también tiene que convertir en esclava a la población de los países esquilmados. De ahí que, si hablamos con propiedad, al consumir esas materias estamos contribuyendo al expolio de sus recursos naturales y convirtiendo a quienes trabajan en las minas en nuestros esclavos.

Aunque podríamos hablar de esclavitud también en otras áreas de producción, situadas incluso en pleno corazón de los países “desarrollados”, lo cierto es que el ámbito dónde la esclavitud es más flagrante es el de la minería.

Los datos aportados por OIT y ONU reconocen en el mundo aproximadamente unos 50 millones de esclavos modernos de los que más de 12 millones son niños y niñas. Esta población esclava realiza trabajos forzados, vende sus cuerpos, (a veces sus órganos), son objeto de trata de personas e incluso entregados en matrimonios forzosos.

La mayoría de la esclavitud está centrada en la minería, pero también el textil y la prostitución ocupan importantes porcentajes. Lo común a todos ellos es que esas personas malviven y son explotados. No solo son explotados en su trabajo sino también en su cuerpo, muchas veces víctima de abusos sexuales.

La deslocalización de las empresas del textil en aras del máximo rendimiento económico al mínimo coste, no contenta con ubicarse en países del “tercer mundo” también ha puesto en funcionamiento naves de producción clandestinas ubicadas en países del “primer mundo”; naves en las que trabajaban y vivían encerradas personas que tenían la condición de inmigrantes ilegales y no disponían de “papeles”, bien porque no los tuvieron o porque quienes les explotaban les habían secuestrado la documentación. México y Brasil no fueron los únicos países en lo que se detectó dicha práctica, pero el continente europeo no está libre de culpa, porque la producción de esos talleres iba a parar a empresas del textil españolas, italianas y, posiblemente de más países europeos.

En España también se ha denunciado, en estos últimos años, ese tipo de explotación en la producción agrícola. En el negocio de la prostitución las cifras son vergonzosas y tampoco los niños se libran en este tipo de lacras.

Hablamos siempre de la minería y el trabajo infantil porque la minería para la extracción de los codiciados recursos geológicos imprescindible para la industria moderna, (alta tecnología, digitalización, robótica, armamento, e incluso desarrollo de energías alternativas, coches eléctricos, etc.), requieren de esos materiales escasos en el planeta y muy diseminados, lo que obliga a mover ingentes cantidades de tierra para su extracción pero de muy difícil procesamiento mediante maquinaria o inteligencia artificial por lo que ese tipo de extacción no puede prescindir de la mano humana, incluida la infantil que en algunos casos es la más eficiente e incluso imprescindible para trabajar en ciertas condiciones. Recordemos las minas de coltán, de diamantes, o los “niños del cobalto” del Congo, vergüenza para ese país, para los capitales y fondos de inversión que los explotan, y para los consumidores de los productos finales que requieren de esos elementos y tierras raras, todos ellos recursos no renovables.

El nuevo paradigma tecnológico, fundamentalmente militar como estamos constatando en Palestina, Sudán o Ucrania, se basa en la minería de tierras raras; el cobre, litio y cobalto son necesarios para el almacenaje y distribución de la energía y también para la interconexión de dispositivos tecnológicos. El cobalto forma parte de nuestros dispositivos digitales, de las infraestructuras de transformación y obtención de energías “limpias”, baterías de coches eléctricos, etc., pero sobre todo de la industria armamentística de precisión.

A los que juegan a maximizar los beneficios económicos no les preocupan las condiciones de vida o la salud de las personas que intervienen en el proceso; tampoco les preocupa la contaminación o el calentamiento global; pero paradójicamente las exigencias medioambientales y la implementación de la economía “verde” son la excusa que esgrimen para desplegar parques eólicos, huertos solares y otros proyectos que están abocados al fracaso, pero que interesan a unos pocos, proyectos que tienen como principal objetivo favorecer la inversión subvencionada en el cambio de modelo extractivista para beneficio de los grandes fondos de inversión y de políticos corruptos comprados por los lobbies del sector. Son proyectos que no tienen en ningún caso como objetivo ralentizar el crecimiento continuo, recomendado y necesario, porque lo que pretenden es mantener el paradigma actual de producción y consumo; en ningún caso prima un interés sincero por fomentar un decrecimiento racional y justo.

Así, mirando para otro lado y “dejando hacer” a esos grupos de poder, tenemos a nuestros esclavos; miles de personas que utilizadas en una economía extractiva en la que trabajan niños de 5 o 6 años, cavando y raspando en la superficie para reunir una tierra que las niñas lavan, tamizan y seleccionan metidas en un agua altamente contaminada. Cuando esos niños crecen, pasan a excavar túneles sin medida de seguridad alguna en los que muchos de ellos quedarán enterrados vivos en plena adolescencia, o incluso antes de alcanzarla.

Los desastres que está generando el cambio climático con los fenómenos adversos que se llevan por delante cosechas, vidas, destrucción de infraestructuras y desplazamientos forzosos, no están incluidos en las cuentas de resultados de los grupos de poder económico y político, por eso se permiten negar el cambio climático, los hechos reales y las advertencias de los científicos.



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