viernes, 15 de agosto de 2025

Memoria y desmemoria histórica: Qué ocurrió en Baena en julio de 1936 ( II )


Columna del golpista y sanguinario  Buruaga entrando en Baena





LA GUERRA Y MI ABUELO.

Antonio Bujalance Cantero.

Pablo Carrascal Meneses (ilustraciones)


Después de la publicación en este mismo medio, del artículo sobre los sucesos de 1936 ( enlace) los numerosos lectores que tuvo, muchos más de los que yo esperaba, me han urgido a que cumpliera con el compromiso, adquirido al final del mismo, y contar las tribulaciones de mi propia familia, pues la anterior entrega ya tenía una extensión considerable para un artículo. 
Ya avancé, como un final propio de una serie por entregas, donde cada capítulo debe terminar en un momento “in crescendo” para asegurar la fidelidad del lector en el siguiente, después de contar la masacre que vivió Baena la tarde del 28 de julio y siguientes días, con un apunte rápido, cómo por los pelos se salvó mi abuelo del tiro en la nuca, el fatídico 28 de julio de 1936.


Sobre lo ocurrido en el paseo del Ayuntamiento esa tarde hay numerosos testimonios de testigos directos, lo cual debemos agradecer a la gran labor que en los años 80 hizo Francisco Moreno Gómez, que pudo escuchar de los propios labios de algunos de sus protagonistas testimonio de lo ocurrido, de uno y otro bando. 
Su primer libro “República y guerra civil en Córdoba” ve la luz en 1982. Este libro ha tenido varias revisiones y ampliaciones a lo largo de los años, la más actual de la que tenga constancia, publicado por la editorial Crítica, “El genocidio franquista en Córdoba”, fácil de encontrar todavía. 
Si no fuera por él, que tuvo la ocasión de entrevistarlos cuando todavía vivían, hoy ya no queda ninguno, habríamos perdido en buena medida la verdadera historia de lo que ocurrió en Baena y en otras localidades, más allá de la versión camuflada de la propaganda franquista, pues se recorrió toda la provincia durante sus vacaciones como profesor de secundaria. 
Para no ser tildado de tendencioso me limitaré a recoger de todos los que aporta Moreno Gómez, sólo el testimonio de Juan Martínez Imbern, que entró en Baena como integrante del ejercito rebelde, en la columna del coronel Sáenz de Buruaga:

Teniente de la Guardia Civil Pascual Sánchez asesinando a baenenses 


Se oyó un disparo y fue el teniente de la guardia civil (Pascual Sánchez Ramírez) que disparó sobre uno de los tendidos (es decir no los fusilaban, los tendían en el suelo y les disparaban en la nuca, seguramente para ahorrar munición)… Me parecía estar durmiendo, en medio de una pesadilla… A medida que subía la calle, me daba cuenta que no era una pesadilla, que era verdad lo ocurrido, pues al lado del bordillo de la acera bajaba un líquido rojizo, agua mezclada con sangre. Al llegar a la plaza vi dos montones de cadáveres, unos encima de otros, como si fueran sacos. En algunos lugares de la plaza echaban agua para lavar la sangre, pero en otros hacían estirar a los detenidos que iban llegando (de sucesivas redadas) sobre la sangre de los anteriores fusilados” (aunque no se trató en ningún caso de fusilamientos, técnicamente hablando, sino de algo mucho más indigno).


Las ejecuciones en la plaza del Ayuntamiento 


Según diversos testimonios, mandaron subir a los hombres al paseo. La plaza o paseo del Ayuntamiento se llenó de vecinos a los que obligaban a subir, sin criterio alguno, muchos de ellos campesinos que a esa hora de la tarde regresaban del campo, puesto que el cuartel general de los defensores de la República no fue liberado hasta el día siguiente, por lo que la mayoría pudo huir hacia Castro del Río. 
El dato revelador es que el escarmiento se hizo indiscriminadamente sobre población civil, casi exclusivamente hombres adultos, la mayor parte ajenos a la resistencia, que efectivamente hubo en Baena pero sin medios y carente de armas. Resistencia contra los golpistas locales, a los que sin embargo lograron acorralar.

Pues una de las personas congregadas en la plaza esa tarde, como convidado de piedra, fue mi abuelo. El escritor local Fernando Jiménez Ocaña le contó una anécdota al periodista Francisco E. Expósito, que también recoge Arcángel Bédmar en su monografía sobre Baena, de la cual todavía existen algunos ejemplares en las librerías locales.
 Su abuelo estaba ya tendido en el suelo para ser ejecutado, de lo que se salvó por los pelos por idéntico motivo que el mío: obtuvo un aval a tiempo; muchos otros, la mayoría, no tuvieron esa fortuna: “Mi abuelo era un campesino, no estaba metido en política, pero un día las milicias lo llevaron al Paseo, lo tumbaron y le iban a pegar un tiro en la nuca, pero un señorito, un terrateniente, lo vio y dijo: -A este hombre no lo ejecuten porque nunca se ha metido en política y me ha trabajado a mí-. Mi abuelo se levantó asustadísimo el hombre, le pusieron un brazalete, que era una especie de salvoconducto. Lo que mi abuelo me dijo se me ha grabado para siempre, él vio como cargaban muertos en camiones preparados para llevarlos al cementerio”

Golpistas moros  asesinando

No sólo los asesinaban o les obligaban a huir del pueblo, también les confiscaron sus bienes. La apropiación por moros y soldadesca del botín de guerra empezó esa misma tarde, entraban en las casas y se agenciaban de todo lo que tuviera algún valor: comida, joyas, dinero, aparatos de radio, etc. Después, el robo se seguiría haciendo de forma legal. Arcángel Bedmar en su blog, analiza una interesante documentación al respecto, que le proporciona al historiador Gabriel Caballero Cubillo, nieto del que fuera responsable de la Comunidad de Labradores, derechista que estuvo sitiado en el Cuartel de la Guardia Civil, que perdió a mujer e hijos en de San Francisco, y finalmente terminada la guerra fue nombrado juez militar jefe de los partidos judiciales de Baena, Castro, Cabra, Priego y Rute. 
Entre sus papeles, está el que lleva por título “Relación de muebles traídos de los marxistas y entregados por don Manuel Cubillo”. En suma, una buena fuente de ingresos para las nuevas autoridades municipales fue el expolio de los bienes muebles, ajuares y viviendas de los que habían muerto o escapado. No tengo constancia de que a mi abuelo o a mi abuela le pudieran haber robado algo, puesto que entre poco y nada tenían.

Ahora damos un salto temporal. Noche Buena, finales de los años 60. Es curiosa la memoria. No tengo demasiados recuerdos de esa época, sólo algunos fogonazos han quedado grabados. Y este que voy a contar es uno de ellos. Tendría no más de seis o siete años. Era costumbre, antes o después de la cena, subir a la casa de mis abuelos, que vivián con mi tía Manuela y mis primos.
 En una familia numerosa como aquella nos podíamos juntar en torno a treinta personas . Mis tíos tomaban algo con los abuelos y los chiquillos jugábamos en el patio o directamente en la calle. Esta Nochebuena, en concreto, habíamos subido (literalmente, pues la casa estaba en la cima del cerro y nosotros vivíamos mucho más abajo) antes de la cena. La televisión estaba puesta como era habitual, sin que nadie le prestara especial atención, hasta que sale Franco a felicitar la Navidad a los españoles. Mi abuelo prorrumpe en insultos e improperios contra aquel “viejecito” aparentemente inofensivo (Franco tenía entonces 75 años o más, mi abuelo alguno más probablemente). La apacible escena de encuentro familiar se trocó en drama. Mi abuela se puso histérica, lloraba: “Este hombre… No vas a aprender nunca...” y decía cosas por el estilo, supongo que temerosa, eso lo sé ahora pero no entonces, de que alguien pudiera escucharlos. Los primos, todos más o menos entre los cinco y los doce años, no entendíamos nada, no sabíamos nada, pero tampoco eramos bobos, nos dábamos cuenta, al menos algunos, de qué había algo oculto en la escena que estábamos contemplando, faltaba una pieza del puzzle para su cabal comprensión. Pero en aquella época de nada hubiera servido preguntar. 
Mi primo Victor, hijo de mi tía Manuela, al vivir en la casa, lo vió en alguna ocasión más verter alguna lágrima cuando salían Franco o algún desfile militar en la tele. Pero si le preguntaba a su madre, era por la emoción, la que le producía la música militar. Hasta ahí se atrevían a contarnos.

Realmente en mi familia no empezamos a conocer la historia de mi abuelo, e igualmente un esbozo de lo sucedido en Baena en 1936, hasta después de la muerte del dictador, que a mí me pilló en el primer curso de BUP, con 14 años. Supongo que la noticia nos alivió el día, no porque en esa época tuvieramos conciencia política alguna, sino porque se suspendieron las clases durante dos o tres días. Con cuentagotas, mi padre y mis tíos empezaban ya a contar algo, poco.


Mi amiga Pura Sánchez, incansable investigadora sobre el franquismo, no sólo en sus aspectos históricos sino también sociológicos y antropológicos, tiene una teoría que a mí me parece especialmente reveladora: El ocultamiento que las familias de los represaliados hacían (la historia de mi familia permaneció oculta como casi todas ellas) no fue sólo por miedo a la represión, que fue ciertamente implacable ante la menor disidencia. Había también en ello un espíritu de resistencia, de protección hacia nosotros, pensaban que no saber nos proporcionaba seguridad. La ignorancia nos protegía de una amenaza que siempre sintieron latente, incluso después de la muerte del dictador.


La huida 

Nuevo salto atrás en el tiempo. Volvemos a julio de 1936. Mi abuelo, Juan Bujalance Moreno, salvó la vida “in extremis” la aciaga tarde del 28 de julio de 1936. Pero no se fiaba de que no volviera a ser objeto del siguiente escarmiento. Así que decidió abandonar Baena. Sus seis hijos ya habían nacido. Mi padre, en 1928 si no me falla la memoria, hacía el cuarto; había todavía dos más pequeños. Así que con los dos mayores, Pepe y Rafael, supongo que porque podían caminar, mi abuelo cruzó a la provincia de Jaén, zona roja a escasos treinta o cuarenta kilómetros de Baena.

Alcalá la Real, Lopera y Porcuna fueron las tres únicas localidades que pudo tomar Queipo en su avance por tierras jiennenses. El frente quedó estabilizado y así, el resto de la provincia quedó dentro de la zona republicana prácticamente hasta el final de la guerra. Esta peripecia, el exilio a Jaén, la vivieron muchos más baenenses, aprovechando la cercanía de Baena con una zona que permaneció fiel a la República. Concretamente, recuerdo que un vecino de Baena ya fallecido, un niño entonces, me contó como su padre y él mismo hicieron lo mismo.

Mi abuelo no volvió a Baena hasta 1939, una vez finalizada la guerra. Las penalidades que tuvo que pasar mi abuela, Carmen Valenzuela Ocaña, con cuatro hijos a su cargo -Paco, Antonio, Manuela y Eduardo-, hasta que regresó se lo puede imaginar cualquiera. Pasaron si no hambre severa, una severa escasez de cualquier cosa. Durante alguna época que estuvieron al parecer en el campo, en un cortijo, sobrevivir se hizo algo más llevadero, porque en el campo hay menos necesidad de dinero o más recursos sin necesidad de tener que adquirirlos.


Por lo que he podido averiguar, mi abuelo y mis tíos estuvieron todo o la mayor parte del tiempo que duró la guerra alojados en Cabra de Santo Cristo, supongo que fue la localidad que le asignó la autoridad republicana por motivos de intendencia, pues se encuentra bastante alejada de la frontera cordobesa, ya en el margen occidental de Sierra Mágina. En cualquier caso era una zona de retaguardia, alejada de los frentes y al parecer acogió a numerosos refugiados y brigadistas. En aquella época tenía una población de más de 6.500 habitantes censados. En la actualidad, menos de la cuarta parte. Estamos en pleno corazón de ese territorio denominado “la España vaciada”. Pero no es ahora la ocasión para entrar en las razones por las que determinados territorios se han vaciado y siguen vaciándose.








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