Héctor Illueca Ballester *
La obra de Milton Friedman
constituye una referencia ineludible para comprender la auténtica
naturaleza del denominado neoliberalismo. Laureado con el Premio Nobel
de Economía en 1976, es sin lugar a dudas el referente más importante de
la teoría política monetarista, que orienta e inspira la política
económica adoptada en muchos países del mundo y muy especialmente en la
Unión Europea. Sus ideas y opiniones, ancladas en la prehistoria de la
ciencia económica, han adquirido una influencia cada vez mayor en
nuestro continente a medida que la crisis se ha ido transformando en una
recomposición capitalista en clave autoritaria y conservadora. Por
decirlo claramente: la teoría elaborada por Milton Friedman y otros
ideólogos conservadores como Hayek, constituye la sustancia
vertebradora de la tentativa reaccionaria que se proyecta en la
actualidad sobre el teatro político de Europa. Su apelación al mercado
como principio rector de la organización social y económica ocupa un
lugar preponderante en la praxis económica de los gobiernos europeos,
tanto de las potencias centrales como de los países periféricos que
comparten el espacio económico de la eurozona.
El razonamiento básico de Milton Friedman, expresado en su obra Capitalismo y libertad,
es que sólo hay dos maneras de coordinar las actividades económicas de
millones de personas: una forma política, que se basa en la coerción de
un aparato especializado y se desarrolla mediante la intervención del
Estado; y una forma extrapolítica, que se basa en la cooperación
voluntaria de los individuos y se desarrolla a través del mercado. La
forma política, o sea, el Estado, representa la coerción, la opresión y
el autoritarismo; la forma extrapolítica, o sea, el mercado, representa
la cooperación, la autonomía y la libertad individual. Bien entendido
que éste es un modelo teórico y, en consecuencia, se presenta en la
realidad bajo diversas formas, nunca en estado puro. El Estado y el
mercado constituyen principios antagónicos que se entremezclan y
coexisten en una sociedad determinada, pero uno de ellos acaba por
imponerse y contamina con su lógica a todo el cuerpo social. Para
Friedman, la victoria del Estado implica la claudicación definitiva de
las libertades individuales. El triunfo del mercado, en cambio,
garantiza el disfrute de las posesiones terrenales sin interferencias
coercitivas de ninguna especie.
Esta concepción del orden social abona la consideración del Estado
como un agente externo a la sociedad, una respuesta patológica del orden
social que debe separarse de la economía para proteger la libertad y la
autonomía individual. La separación de política y economía, he aquí el
núcleo duro del pensamiento neoconservador progresivamente difundido a
partir de la II Guerra Mundial. La clave es excluir al Estado de la
economía para consagrar el imperio del mercado, la ley del más fuerte,
el darwinismo social que se reproduce en el mercado. La abstención del
Estado en la economía permite que la explotación capitalista se
reproduzca sin turbulencias, viabilizando un programa abiertamente
reaccionario y favorable a los sectores más privilegiados de la
sociedad. A veces, hay que decirlo, son necesarias ciertas dosis de
despotismo político para imponer planes de ajuste estructural a las
poblaciones, pero eso nunca ha representado un problema para los
ideólogos del neoliberalismo. Milton Friedman lo admitía con una
naturalidad pasmosa, casi con desparpajo, afirmando que sus recetas
económicas sólo podrían aplicarse si el Estado disponía de suficiente
fuerza política para imponerlas.
Pues bien, el proceso de construcción europea concentra y resume los
principales postulados de la doctrina neoliberal arriba enunciada: crear
un marco político que reduzca a la mínima expresión la gestión de la
economía a través de las políticas macroeconómicas, bajo la premisa de
que el mercado constituye un sistema estable que tiende a
autorregularse. Esta ha sido la constante desde sus primeros pasos en el
Tratado de Maastricht, cuando se aprobaron los criterios de
convergencia, hasta las reformas más recientes que pretenden reforzar la
gobernanza de la zona euro (Pacto por el Euro, Pacto Fiscal). Esta
realidad pudo permanecer oculta mientras el crecimiento económico
extendía un velo de silencio sobre las destrucciones sociales que estaba
provocando el mercado único, pero la crisis ha revelado de manera
despiadada la auténtica naturaleza del proyecto europeo: una gigantesca
operación política orientada a secuestrar la soberanía popular y
sustraer las políticas económicas al control democrático de la
ciudadanía.
En efecto, la implantación del euro hizo desaparecer las monedas
nacionales, que constituían uno de los principales símbolos de la
soberanía. De este modo, los Estados renunciaron al principal
instrumento del que disponían para afrontar los desequilibrios
comerciales internacionales: la devaluación de la moneda. Ello tenía
especial importancia en países periféricos como España e Italia, que
tradicionalmente habían recurrido a esta medida para equilibrar la
balanza comercial y mejorar su posición en el esquema europeo,
reduciendo los diferenciales de competitividad con Alemania y otros
países. Paralelamente, la creación de un Banco Central Europeo
independiente permitió aislar la política monetaria de cualquier
interferencia democrática, ignorando las necesidades específicas de cada
país en la determinación de los tipos de interés, que pasó a vincularse
a la situación registrada en la media de la Eurozona.
La existencia de la moneda única y de un Banco Central independiente
definieron un espacio económico progresivamente liberado de las
interferencias y regulaciones que tradicionalmente han caracterizado el
modelo europeo, alumbrando un nuevo tipo de capitalismo puro,
hipercompetitivo y plenamente mercantilizado. A modo de corolario, la
capacidad de los Estados para realizar políticas fiscales se limitó
estrictamente en el Tratado de Maastricht, primero, y en el Pacto
de Estabilidad y Crecimiento, después, que establecieron objetivos
sumamente rigurosos en materia económica y presupuestaria. Atados de
pies y manos, los gobiernos de la periferia quedaron atrapados en la
trampa del mercado autorregulado, sin apenas margen de maniobra. Al
desencadenarse la crisis, vieron reducirse sus ingresos e incrementarse
sus gastos por el juego de los estabilizadores automáticos, haciendo
imposible cumplir el objetivo de déficit máximo, fijado en el 3 por
ciento del PIB. Acosados por los mercados y abandonados por el BCE, los
países del sur de Europa emprendieron drásticos recortes en el gasto
público para satisfacer aquel objetivo. Sin embargo, los recortes no han
hecho sino agravar los problemas de crecimiento y alejar los objetivos
de reducción del déficit, provocando una espiral diabólica que agudiza y
empeora la situación de crisis.
Llegados a este punto del razonamiento, se entiende mucho mejor la
verdadera naturaleza del proceso de construcción europea, en la que
conviene insistir de nuevo: separar al Estado de la economía para que la
explotación capitalista se desarrolle sin turbulencias. Lógicamente, si
el tipo de cambio ha desaparecido, la política monetaria ha sido
transferida y la política fiscal se encuentra limitada por una estricta
disciplina presupuestaria, la única variable que puede servir de base
para un ajuste económico en una situación de crisis es la flexibilidad
de los salarios. Esto es lo que explica que las actuaciones estatales de
control sobre el mercado y de protección de los derechos sociales estén
siendo destruidas al ritmo de los dictados de la unión económica y
monetaria. El dumping social no sólo no se ha combatido, sino que se ha fomentado, situando la regulación del trabajo asalariado como único factor de competitividad y desencadenando un feroz darwinismo normativo para reducir los estándares laborales y de protección social.
En este contexto, salir del euro constituye una alternativa posible y
deseable para nuestro pueblo, que se enfrenta a la necesidad de
recuperar la soberanía para superar la gravísima crisis que atravesamos.
Como he defendido en otro lugar,
ello sería el primer paso de una estrategia constituyente que pretenda
el reequilibrio de la economía en el marco de un desplazamiento del
poder económico y social hacia el Trabajo. Una estrategia que empieza
con el impago de la deuda soberana y se amplía a una salida unilateral
del euro que permita a nuestro país escapar del cataclismo de la
devaluación interna impuesta por la Unión Europea. La solución no pasa
por un europeísmo débil y subordinado al diktat de Berlín, sino
por trabar relaciones de solidaridad entre las clases populares del
Estado con la finalidad de impulsar una alternativa general para romper
con la Europa de Maastricht. Es la hora de abolir el euro, recuperar la
soberanía y encarar una reconstrucción europea al servicio de los
pueblos y no de los poderosos. Mañana podría ser demasiado tarde.
Desde que la burguesía asesina se percató de que el acceso a la política de sectores progresistas y prohumanos, pro-igualdad y pro-justicia, dignidad, fraternidad, solidaridad y un largo etcetera conllevaba el peligro de la desaparición de la esclavitud, desde ese momento, tuvo que crear teorías socioeconómicas completamente irreales que dirijiesen la mentalidad de los participes del sistema hacía los intereses que representaban sus personas.
ResponderEliminarEs sencillo: estas personas identifican sus necesidades privadas y las convierten en públicas y necesarias convirtiendolas, sin fundamento racional coherente, en la única vía para desarrollar a los seres humanos.
Es decir, son dictadores.
Nada saben ni quieren saber de la libertad sino de la total y absoluta disposición de la humanidad y de todos los estamentos y mecanismos del sistema y de la propia sociedad a sus intereses privados. A eso lo suelen llamar libertad.
Pero, obviamente, solo un estúpido caería ya en esa estupidez. Pues la libertad solo puede entenderse, en un mundo colectivo, a partir de la colectividad, y nunca desde la individualidad. A no ser que se pretenda la esclavitud.
Pero, como facilmente comprenderán los más avispados [ironía], la esclavitud dista mucho de la libertad. De hecho, es lo contrapuesto.
La libertad hace mención, entre otras cosas, a los derechos y responsabilidades tanto individuales como colectivos de individuos y sociedades.
Huelga decir la inexistencia total y absoluta, en la actualidad, de un punto de equilibrio adecuado entre estos dos factores.