Javier Lucena
Colectivo Prometeo
Se tiende a hablar de Europa como de un espacio con una entidad propia definida. Pero a poco que se rasque, eso no queda nada claro. Por poner solo dos ejemplos, ¿Es Europa sólo la Unión Europea o va más allá, o más acá?; ¿forma parte de Europa ese inmenso país euroasiático que es Rusia o no?...Si tan dudosa es la cuestión en términos meramente institucionales y geográficos, mucho más compleja se torna cuando de lo que se trata es de definir Europa según su tradición histórica, cultural, económica, política, etc.
En cualquier caso, sea cual sea su definición, se suele abordar el término Europa de forma positiva. Europa sería así un dechado de virtudes: la cuna de la Ilustración, de las libertades (Revolución Francesa mediante), de los derechos sociales y laborales (Revolución Soviética también mediante, aunque esto se reivindique poco o casi nada), de los derechos humanos (tras la II Guerra Mundial), del bienestar social, etc. A partir de ahí, los crecientes síntomas de deterioro de Europa se explicarían a partir del debilitamiento de tales características que la conforman, de modo que bastaría con volverlas a reforzar para revertir tal deterioro; se trataría, en suma, de corregir y reajustar las piezas del artefacto europeo, y todo resuelto.
Sin embargo, esa visión halagadora del continente se desmorona si consideramos que Europa es así mismo la cuna del colonialismo, del racismo, del esclavismo y de los genocidios asociados a ellos; la cuna del fascismo y el nazismo y los masivos asesinatos y también genocidios que ejecutaron en el continente; y el origen de las más devastadoras guerras que ha conocido el mundo, por mencionar los aspectos negativos más importantes.
Por eso creo que se debería hablar mejor de las dos “almas” de Europa, el alma burguesa y capitalista y el alma plebeya y popular. Es bajo la tensión, a la luz de la lucha de esas dos almas, de esos dos vectores, cuando se entiende mejor la evolución del continente y la situación actual que atraviesa. Porque se tiende a exponer en los medios de comunicación como si esos rasgos negativos hubieran desaparecido en un lejano pasado, cuando en realidad todavía están presentes y bien presentes, si no en expansión.
El alma oscura de Europa