Julio Anguita González
22/10/2014
La confrontación ideológica que la izquierda va
perdiendo por incomparecencia, se evidencia palmariamente tanto en el
lenguaje usado en medios de comunicación como en el de la cotidianeidad
de la calle. Una de las manifestaciones más reiteradas la constituye el
papel de algunos periodistas como entrevistadores y a la vez
contradictores con las personas que acceden al diálogo. Unas personas
que por supuesto, suelen ser con harta frecuencia representantes de la
izquierda política e ideológica.
Hace unos días pude comprobar cómo el interrogador, que no entrevistador, entraba en confrontación con su interlocutor a causa de que aquél se había permitido sacar a relucir la corrupción empresarial. Inmediatamente el periodista alegó que él también era pequeño empresario y en consecuencia integrante de esa hermandad benéfica y filantrópica que además de “crear riqueza” daba trabajo. Reparen los lectores en la expresión antedicha “dar trabajo”, regalar empleo o aliviar el paro. Considero que nosotros debemos empezar ya a contradecir a tanto sofista aún a riesgo de que no nos vuelvan a llamar. La mayoría de los lectores y de los espectadores de radio y de televisión nos lo agradecerá.
Con harta ligereza cuando no alevosa tendenciosidad, los defensores del sistema suelen identificar en una relación unívoca a la empresa y al empresario. Es evidente que la empresa entendida ésta como la conjunción de trabajadores, medios de producción y procesos organizativos en orden a crear valor, es indispensable en cualquier economía y en consecuencia su existencia es insoslayable. Sin embargo no puede decirse lo mismo del empresario. La Historia nos da ejemplos de autogestión empresarial en empresas colectivizadas y/o públicas que se encargan de echar por tierra la pretensión de unir en un conjunto cerrado al centro laboral y al empresario privado. La figura del empresario privado es contingente la de la empresa no. En consecuencia se deben separar ambos conceptos para evitar así que la necesaria existencia de la empresa sea trasladable a algo puramente accesorio: el empresario.
En el lenguaje político oficial, es decir el del poder económico y sus alternantes representantes en el Gobierno, la denominada “clase empresarial” es fundamental para crear empleo. De ahí que cuando comparecen sus miembros o los que les representan, el discurso monotemático es que sin ayudas de todo tipo a los empresarios la creación de empleo no puede realizarse. Como verán los lectores la historia se enraíza en el imaginario colectivo del señor feudal que de manera munificente y totalmente altruista accede a dar un salario a algunos ciudadanos o ciudadanas. El que escribe estas líneas ha sido testigo en las distintas localidades en las que ha ejercido su profesión de cómo algún que otro jornalero decía lo bueno que era D. Zutano porque daba trabajo. Nunca llegaron a pensar quién habría recolectado las aceitunas o segada la mies sin que ellos estuvieran.
Ya es hora de que recobremos lo que hemos aprendido en los textos de los maestros del pensamiento liberador y de la experiencia de la vida. Sin trabajadores o asalariados en general, la empresa no funcionaría. El empresario compra la fuerza física o mental del trabajador porque ésta es indispensable para la existencia de la empresa. Lo que ocurre es que, sabedores de ello, los empresarios y sus coros invierten el sentido de las cosas para velar, ocultar y distorsionar la auténtica naturaleza de las mismas. Se trata de que el trabajador no sea consciente de su importancia y del papel que juega en la producción.
Para distorsionar enmascarar aún más la realidad, el poder se ha inventado una palabreja que a modo de ungüento amarillo o bálsamo de Fierabrás, ejerce de lubricante en la tarea de inyectar en las cabezas de los dominados una buena nueva: seréis como los triunfadores, perteneceréis a la élite, entraréis en el selecto club de los emprendedores.
La palabra empresario queda difuminada por el nuevo vocablo. Un vocablo que debido a su origen semántico suena a aventura, a romanticismo social, a forjadores de un new deal en esta época de crisis del capitalismo. Porque además, en la gran mayoría de casos, el o la aspirante a emprendedor o emprendedora, deben endeudarse para montar algo que a continuación termina siendo una herramienta de esclavitud por mor de canales de comercialización, subcontratas y demás dependencias de estructuras cuasi mafiosas del capitalismo en grande.
Creo que la izquierda globalmente considerada debe retomar una de sus luchas más importantes que en otros tiempos sirvió de concienciación a la gran masa de explotados y marginados: la lucha ideológica en todos los frentes y desde luego en el más importante de ellos, el lenguaje.
Hace unos días pude comprobar cómo el interrogador, que no entrevistador, entraba en confrontación con su interlocutor a causa de que aquél se había permitido sacar a relucir la corrupción empresarial. Inmediatamente el periodista alegó que él también era pequeño empresario y en consecuencia integrante de esa hermandad benéfica y filantrópica que además de “crear riqueza” daba trabajo. Reparen los lectores en la expresión antedicha “dar trabajo”, regalar empleo o aliviar el paro. Considero que nosotros debemos empezar ya a contradecir a tanto sofista aún a riesgo de que no nos vuelvan a llamar. La mayoría de los lectores y de los espectadores de radio y de televisión nos lo agradecerá.
Con harta ligereza cuando no alevosa tendenciosidad, los defensores del sistema suelen identificar en una relación unívoca a la empresa y al empresario. Es evidente que la empresa entendida ésta como la conjunción de trabajadores, medios de producción y procesos organizativos en orden a crear valor, es indispensable en cualquier economía y en consecuencia su existencia es insoslayable. Sin embargo no puede decirse lo mismo del empresario. La Historia nos da ejemplos de autogestión empresarial en empresas colectivizadas y/o públicas que se encargan de echar por tierra la pretensión de unir en un conjunto cerrado al centro laboral y al empresario privado. La figura del empresario privado es contingente la de la empresa no. En consecuencia se deben separar ambos conceptos para evitar así que la necesaria existencia de la empresa sea trasladable a algo puramente accesorio: el empresario.
En el lenguaje político oficial, es decir el del poder económico y sus alternantes representantes en el Gobierno, la denominada “clase empresarial” es fundamental para crear empleo. De ahí que cuando comparecen sus miembros o los que les representan, el discurso monotemático es que sin ayudas de todo tipo a los empresarios la creación de empleo no puede realizarse. Como verán los lectores la historia se enraíza en el imaginario colectivo del señor feudal que de manera munificente y totalmente altruista accede a dar un salario a algunos ciudadanos o ciudadanas. El que escribe estas líneas ha sido testigo en las distintas localidades en las que ha ejercido su profesión de cómo algún que otro jornalero decía lo bueno que era D. Zutano porque daba trabajo. Nunca llegaron a pensar quién habría recolectado las aceitunas o segada la mies sin que ellos estuvieran.
Ya es hora de que recobremos lo que hemos aprendido en los textos de los maestros del pensamiento liberador y de la experiencia de la vida. Sin trabajadores o asalariados en general, la empresa no funcionaría. El empresario compra la fuerza física o mental del trabajador porque ésta es indispensable para la existencia de la empresa. Lo que ocurre es que, sabedores de ello, los empresarios y sus coros invierten el sentido de las cosas para velar, ocultar y distorsionar la auténtica naturaleza de las mismas. Se trata de que el trabajador no sea consciente de su importancia y del papel que juega en la producción.
Para distorsionar enmascarar aún más la realidad, el poder se ha inventado una palabreja que a modo de ungüento amarillo o bálsamo de Fierabrás, ejerce de lubricante en la tarea de inyectar en las cabezas de los dominados una buena nueva: seréis como los triunfadores, perteneceréis a la élite, entraréis en el selecto club de los emprendedores.
La palabra empresario queda difuminada por el nuevo vocablo. Un vocablo que debido a su origen semántico suena a aventura, a romanticismo social, a forjadores de un new deal en esta época de crisis del capitalismo. Porque además, en la gran mayoría de casos, el o la aspirante a emprendedor o emprendedora, deben endeudarse para montar algo que a continuación termina siendo una herramienta de esclavitud por mor de canales de comercialización, subcontratas y demás dependencias de estructuras cuasi mafiosas del capitalismo en grande.
Creo que la izquierda globalmente considerada debe retomar una de sus luchas más importantes que en otros tiempos sirvió de concienciación a la gran masa de explotados y marginados: la lucha ideológica en todos los frentes y desde luego en el más importante de ellos, el lenguaje.
Publicado en el Nº 277 de la edición impresa de Mundo Obrero octubre 2014
¡ Efectivamente ! buen sofisma es asociar necesariamente al empresario privado con la empresa. Y que degradación interesada está recibiendo de un tiempo a esta parte la empresa pública, esa empresa de todos, no de uno, esa empresa de un colectivo. Precisamente al minarse los cimientos de la empresa pública en este país hemos caído en que nos "dan cada vez menos empleo" y las empresas privatizadas han sido pasto de la corrupción. ¡ Volvamos a hacer público nuestro tejido empresarial fundamental !
ResponderEliminar¡Jode! Ya era hora de que alguno de los "conocidos" personajes populares de izquierdas hablará sobre la enajenación de los significados (además del valor) que se han normalizado gracias a los medios de desinformación así como a la nula capacidad de pensamiento critico y a la no solo nula sino contraria necesidad del mono amaestrado asalariado medio que se cree toda cosmogonía vestida de racionalismo que le venden; como pueda ser la de que los empresarios CAPITALISTAS crean trabajo.
ResponderEliminarPues la progresía humana está tan en desventaja que ya siquiera la propia mente de los sujetos es capaz de contradecir la antinatural y mentirosa falacia.
Otra igual de propagandizada es la de que sin bancos privados el capital no fluye lo suficiente (consecuencia del empresario capitalista que requiere del CONSUMO cada vez mayor para seguir obteniendo mayores beneficios) y ese "fluir" es necesario y, además, lo es de esa manera (con esa organización financiera ladrona, asesina y especulativa).
Para empezar el capital debería desaparecer, pero si no es así, como mínimo debería dejar de ser concentrado y sí repartido equitativamente.
Pero los capitalistas en su mundo de ensueños para los dominados, les dan otros calmantes oníricos para que no vislumbren la realidad en su mundo de látigos y botas; ya, una vez anulada la posibilidad de que siquiera piensen correctamente en quien CREA Y GENERA REALMENTE EL VALOR MEDIANTE EL TRABAJO QUE ELLOS HACEN, lo siguiente es crear sistemas a los que jamás acceden como gestores (como pueda ser la gran banca) y definir a los mismos como absolutamente imprescindibles para la simple existencia humana civilizada (¿ qué y quien hay más bárbaro que un capitalista esclavista?).
Ya, las empresas no deben especificarse entre capitalistas o no capitalistas, al parecer, ahora, un ser humano no puede vivir sin capital y, además, sin que sea un esclavista quien se lo suministre después de habérselo robado por triplicado, en la plusvalía, directamente desde el estado (robo directo o impuestos) así como en la supeditación total de sus libertades (como el derecho a un hogar) a otro tipo mafioso del capital; el banquero que otorga dadivas (derechos que hipotéticamente no se pueden comprar o vender) en forma de créditos e hipotecas esclavistas a plazo de toda la vida; como los buenos esclavos que, se suponía solo existían en Ben Hur. Te pagas tu esclavitud con tu dinero, ¡claro que sí! ¡Viva el progreso que nos oferta el Capital!
Los emprendedores capitalistas, ahora ya no son ladrones y asesinos, por gracia de la mentira y el engaño. ¡¡¡Magia!!! ¡¡¡El capitalismo funciona!!! Al menos si no piensas y te conviertes en un ser no humano, en una mercancía...