Antonio
Pintor Álvarez
Córdoba Laica/ Colectivo Prometeo
“Que
pueda inquietaros toda cosa llamada habitual”
Bertolt Brecht
Hemos comenzado el año con un “grave
conflicto” que algunos de manera irónica han catalogado como “la
mayor crisis democrática en los últimos cuarenta años”. Me
refiero a la polémica suscitada en algunas ciudades acerca de la
cabalgata de los reyes magos.
Resulta llamativo en este asunto cómo
los hechos origen de la polémica (trajes en Madrid, magas en
Valencia, suspensión por lluvia en Córdoba…) han sido soslayados
rápidamente, probablemente debido a su banalidad y fácil
justificación por parte de los afectados, siendo sustituidos, a modo
de “profecía autocumplida”, por la supuesta “intencionalidad”
de las autoridades municipales en “eliminar las tradiciones
religiosas”, de manera que en el vocerío propagado se ha olvidado
“el hecho causal” para centrarse en el prejuicio de “la
intencionalidad supuesta” como objetivo a criticar, algo similar
al “dolor del miembro fantasma” que sigue atormentando al sujeto
a pesar de que el miembro origen del mismo ya no exista por haberle
sido amputado. Esta permuta mental ha permitido que se produzcan
airadas protestas por parte de una ruidosa parte de la población
encabezada por significativos políticos de la derecha más clerical,
en las que todos han utilizado el mantra de “jugar con la ilusión
de los niños” y la “sagrada tradición”.
Ante estos hechos quisiera resaltar, al
menos en el caso de nuestra ciudad-Córdoba- lo poco que les ha
importado a los “airados protestantes” la salud y seguridad de
quienes participaban como protagonistas en el desfile, entre los que
se incluían a numerosos niños que tras el chaparrón caído
quedaron empapados. Sería oportuno preguntarles a estos irritados
padres si les hubiera parecido correcto que los organizadores
hubiesen autorizado la continuidad del desfile una vez finalizada la
lluvia con las ropas mojadas y con la seguridad de las carrozas
mermada, según dicen los técnicos, en el caso de que fueran sus
hijos los que iban en ellas. Estoy seguro que la respuesta sería
negativa, por mucha ilusión contrariada que ello ocasione a los
demás.
En cuanto a la supuesta “ilusión de
los niños” por este tipo de desfiles, desconozco si se ha hecho
algún tipo de estudio que demuestre tal aseveración, pues no sería
la primera vez que algo que nos parece intuitivamente correcto
descubramos que no lo es tanto. La infancia es una etapa muy compleja
de la condición humana y desgraciadamente hasta fechas recientes no
ha sido considerada de interés su estudio e investigación, la hemos
dado por tan sentada que no hemos reparado en ella. Nos estamos
llevando muchas sorpresas con lo que psicólogos del desarrollo y
neurocientíficos están descubriendo, como que en las primeras
etapas de la vida no solo aprenden más, sino que imaginan más, se
preocupan más y experimentan más de lo que nunca habríamos
sospechado, incluso llegando a afirmar que en ciertos aspectos, los
niños pequeños son más inteligentes, más imaginativos, mas
afectuosos e incluso más conscientes que los adultos. Algo obvio si
consideramos al niño, no como un adulto deficiente, sino como una
etapa del desarrollo del ser humano diferente al adulto en
capacidades y necesidades. Es la etapa de I+D del desarrollo del
individuo.
Existe la posibilidad de que estemos
potenciando un mito, lo felices que son los niños asistiendo
a estos actos, basado en otro mito, el de los reyes magos de
oriente.
Por otra parte deberíamos valorar lo
adecuado que pudiera ser para un desarrollo mental equilibrado y
saludable de los niños la utilización por parte de los adultos, en
especial los padres, de una mentira, aunque sea piadosa, apoyada en
el argumento de la tradición. Una consecuencia inmediata de tal
actitud, pudiera ser, el destronamiento de los padres como elementos
de referencia donde buscar respuestas correctas y modelos de
integridad, al menos para algunos niños, cuando descubren la
mentira, además de inocularse en su personalidad la disonancia
cognitiva del “haz lo que yo diga, pero no lo que yo haga”.
En mi opinión, a falta de estudios, en
lo referente al mito de la ilusión, es fácil observar que durante
los primeros años de la vida del niño, hasta los 2-3 años, este
tipo de espectáculos tienen más probabilidad de provocarles miedo y
malestar que placer; y a partir de los 6-7 años han averiguado “motu
proprio” o por sus compañeros de juego y de estudios la verdad del
asunto, quedando una franja etaria en la que es posible en familias
muy “tradicionales” y niños “poco curiosos” la creencia en
el mito, dándome la impresión que “los padres quieren creer que
sus hijos se lo creen y éstos simulan creérselo para no
defraudarlos en su ilusión”, algo parecido a la anécdota-chiste
siguiente:
Maestro de escuela examinando a un
joven alumno.
- Maestro: ¿Qué son los rayos catódicos?
- Alumno: Isabel y Fernando
El maestro, bastante socarrón, intenta
que el alumno descubra su error acorralándolo con otra pregunta.
- Maestro: ¿Y quiénes eran los reyes católicos?
- Alumno: Melchor, Gaspar y Baltasar
El maestro, no se desanima y continúa
en su empeño.
- Maestro: ¿Y quiénes son los reyes magos?
- Alumno: Susurrándole al oído del maestro: ¡Pero todavía no se ha enterado usted que los reyes magos son los padres!
El otro aspecto de la polémica, la
tradición, es más grave si cabe. El biólogo evolutivo Richard
Dawkins, escribió una carta a su hija de 10 años en la que le
explicaba las “buenas y malas razones para creer” Entre las
“buenas” le señalaba los conocimientos científicos que se basan
en las evidencias que aporta la observación directa por nuestros
sentidos o las pruebas que los demuestran mediante la experimentación
propia o ajena. Entre las “malas” le advertía de la
tradición, la autoridad y la revelación,
como argumentos para aceptar una creencia, precisamente las
“herramientas” utilizadas por las religiones para justificar sus
creencias.
La tradición es la
transmisión de creencias de los abuelos a los padres, de los padres
a los hijos, y así sucesivamente, o mediante libros que se siguen
leyendo durante siglos. Muchas cosas que los adultos les dicen son
ciertas y se basan en evidencias, o, por lo menos en el sentido
común. Pero si les dicen algo que sea falso, estúpido o incluso
maligno, ¿cómo pueden evitar que el niño se lo crea también? ¿Y
qué harán esos niños cuando lleguen a adultos? Pues seguro que
contárselo a los niños de la siguiente generación. Y así, en
cuanto la gente ha empezado a creerse una cosa -aunque sea
completamente falsa y nunca existan razones para creérsela-, se
puede seguir creyendo para siempre. Por ello me parece poco ético
por parte de los adultos que se transmitan a los niños “creencias”
sin haberlas pasado previamente por el filtro de los conocimientos
científicos o, al menos, por el sentido común, ya que el cerebro
del niño es una “máquina de aprender” y absorbe a modo de
esponja toda la información que le llega, incluyendo mensajes
tradicionales acerca de las personas y realidad de su entorno, su
lenguaje, etc. siendo habitual que tiendan a creer todo lo que los
adultos les dicen, sea cierto o falso, tengan razón o no, y como
dice Dawkins, “el problema con la tradición es que, por muy
antigua que sea una historia, es igual de cierta o de falsa que
cuando se inventó la idea original. Si te inventas una historia que
no es verdad, no se hará más verdadera porque se trasmita durante
siglos, por muchos siglos que sean” y no podemos esperar que el
niño seleccione la información correcta y útil, como las palabras
del idioma y descarte la información falsa
o estúpida,
como creer en brujas, en diablos, en reyes magos y en vírgenes
inmortales, pues lo que si nos dicen los estudios de neurociencia es
que la zona del cerebro que se ocupa de lo que piensan o creen otras
personas situada en la unión Temporo-Parietal derecha (RTPj) se
desarrolla tardía y lentamente por lo que los niños no son capaces
de comprender hasta alrededor de los cinco años la posibilidad de
creencias falsas en los demás.
Como ejemplo del
disparate de algunas tradiciones tenemos una concreta como la de
María, la madre de Jesús, que para los católicos era tan
especial que no murió, sino que fue elevada al cielo con su cuerpo
físico, este cuento se inventó 600 años después de su muerte y se
convirtió en creencia oficial de la iglesia católica (dogma de fe)
en 1950 por el Papa Pio XII, el cual utilizó la revelación y su
autoridad (las otras dos malas razones) para justificarlo. En cambio
otras tradiciones, también cristianas, discrepan y afirman que María
murió como cualquier otra persona. De manera que nos encontramos con
la paradoja de que, según la tradición, María está viva y en los
cielos en la católica Irlanda del Sur y muerta en la protestante
Irlanda del Norte. Situaciones como ésta son bastante frecuentes en
las religiones, como creer en uno o varios dioses, en el cielo, en
que Jesús no tuvo un padre humano, en que las oraciones son
atendidas, en que el vino se transforma en sangre..., ninguna de
estas creencias está respaldada por pruebas auténticas. Sin
embargo, millones de personas las creen, posiblemente porque se les
dijo que las creyeran cuando todavía eran suficientemente pequeñas
como para creerse cualquier cosa.
Lo paradójico es
que todos afirman estar convencidos de tener razón, de que la suya
es la verdadera y los otros están equivocados, hasta el extremo de
estar dispuestos a matar y morir por ellas, algo que choca con el más
elemental sentido común, que como sabemos “es el menos común de
los sentidos”, de manera que cuando alguien nos diga que una cosa
es verdad, sería conveniente aplicar una buena dosis de escepticismo
y preguntarle por las pruebas que posee, y si no las puede aportar,
deberíamos pensárnoslo dos veces antes de creer una sola palabra de
lo que nos diga.
¡Cuánta luz has aportado a las tinieblas, Antonio!
ResponderEliminarUn pequeño lapsus: se te ha acelerado el dedo en el teclado y has puesto Pío XII donde debía decir Pío XI.
Por lo demás, ¡chapeau!
Tomo nota de lo que explicas sobre la "madurez" y capacidad de la infancia porque llevo un tiempo dándole vueltas a cómo convencernos de que hay que delegar en nuestros jóvenes el protagonismo de los cambios tan necesarios. En tres palabras: Cómo hacer cantera.
Disculpa, Antonio, el lapsus ha sido mío. Tus datos son correctos.
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