Julio Anguita
Colectivo Prometeo
FCSM
De
un tiempo acá, y en acelerada progresión, se vienen produciendo en
ámbitos judiciales, gubernativos, ciudadanos y culturales decisiones y
posicionamientos impensables hace menos de una década. La fina pátina
que sobre el franquismo puso la Transición, empieza a desconcharse
permitiendo atisbar el despertar del monstruo que el consenso hibernó.
Pero no caigamos en la tentación de hacer recaer sobre la figura
personal del dictador la responsabilidad única de un régimen asentado
sobre sangre y persecución.
La
Historia de España nos ilustra sobre algunas cuestiones que nos
evitarán caer en simplezas y lugares comunes. Franco no inventó nada. Su
Movimiento Nacional no fue otra cosa que la amalgama y sistematización
de los contenidos de tres realidades históricas.
En primer lugar la Contrarreforma
Católica (siglos XVI y XVII) que consolidó la simbiosis entre el trono y
el altar junto con la ausencia de sentido cívico ciudadano en beneficio
de una religiosidad de prácticas externas de oropel. La segunda, la
institucionalización con Fernando VII del rechazo a usar la razón en los
ámbitos de la vida, tanto privados como públicos; el casticismo, el
misoneísmo y la persecución política extrema. La tercera ha sido la
inmutable estructura de la propiedad como base de la también inmutable
estructura del poder.
Este hábitat se ha cohesionado
aún más cuando ha creído que su estatus social y la modorra mental en la
que se ha instalado, corrían peligro. La tendencia hacia lo inercial y
hacia la comodidad del no pensamiento, constituyen la base del
franquismo sociológico de actividades culturales, fiestas patronales y
discursos de cargos públicos. Incluso de muchos que se declaran de
izquierdas. España, como decía Pierre Vilar, lucha siempre contra su
pasado. Un pasado plagado de victimarios y víctimas por el nefando
delito de ser librepensadores, reformistas, demócratas y demás
especímenes que han incurrido en la funesta manía de pensar por su
cuenta.
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