Giotto: Expulsión de los mercaderes del templo |
José Aguza Rincón
Colectivo Prometeo
FCSM
Un año más comienza la campaña de
la Declaración de Hacienda en la que una gran parte de la ciudadanía deberá cumplir
con la obligación de informar sobre sus bienes y patrimonios y digo una gran
parte porque no toda cumple con tan importante deber. Amplios sectores
relacionados con “el estado eclesial” se encuentran exentos de dicha
obligación, aunque eso sí, para reclamar parte de lo que otros declaran y
abonan, sí que lo hacen.
Como cada año, la Iglesia realiza
sus campañas publicitarias pidiendo a los ciudadanos que marquen la casilla de
la Iglesia para recibir de éstos a través del Estado un buen pellizco de sus
impuestos. Sin embargo en los últimos años no tienen bastante con reclamar dicha
casilla, sino que también solicitan marcar los dos apartados, el de la Iglesia
y el de Fines Sociales… o sea recibir por todas partes. ¡Es inaudita la falta
de moral y de ética de quienes predican la austeridad que se conviertan en
individuos avariciosos y codiciosos,
totalmente alejados de lo que su propia religión predica!.
Para empezar los católicos
deberían escuchar las palabras de su propio pastor, el Papa Francisco, cuando
dice “El dinero corrompe, no hay
escapatoria. Enferma el pensamiento y la fe y la hace andar por otros caminos.
De ahí nacen las envidias y los conflictos que consideran la religión como una
fuente de lucro”.
Por otra parte Mateo, el que
fuera recaudador de impuestos, reconvertido en apóstol y evangelista (aunque
existan fuentes que cuestionen esta última apreciación), ya lo decía en sus
Evangelios VI.19 “No queráis amontonar
tesoros para vosotros en la tierra…” y
VI,24 “Ninguno puede servir a dos
señores …No podéis servir a Dios y a las riquezas”.
La ignorancia es la madre de
infinitos males y el pueblo español sigue siendo un pueblo ignorante y
desconocedor de su historia, así como de los orígenes de algunos asuntos como
el que nos incumbe. La sociedad actual vive una situación de parálisis
intelectual permanente, aún a pesar de los modernos medios de comunicación con
que cuenta.
En el siglo XVIII la Revolución
Francesa terminaría con el poder de la monarquía y de la Iglesia, dando paso a
una etapa de progreso, basándose en fundamentos como el pragmatismo, el empirismo
y el racionalismo y de la que España poco ha aprendido.
El origen de estos “derechos” no
corresponden a tiempos inmemoriales de la Iglesia, sino a épocas muy recientes
y de acuerdos de la monarquía española con la curia, allá por el siglo XIX,
concretamente a la Década Moderada (1844-1854) de la reina Isabel II, que a
través de su Ministro de Gobernación Pedro José Pidal, sería el responsable de
firmar en 1851 el primer Concordato con la Santa Sede.
Con posterioridad a dicho
acuerdo, los únicos Concordatos firmados correspondieron a gobiernos fascistas
como el rubricado por Benito Mussolini, primer ministro del rey Víctor Manuel
de Italia, en los Pactos de Letrán el 11 de febrero de 1929 con el cardenal
Pietro Gasparri en nombre de Pío XI y más tarde el Reichskonkordat firmado el
20 de julio de 1933 por el de en aquel tiempo presidente alemán Paul von
Hindenburg a través del vicecanciller Franz von Papen y el cardenal Eugenio
Pacelli (más tarde llamado Papa Pío XII) en nombre del entonces Papa Pío XI.
Los artífices de regularizar las
relaciones político-religiosas del Estado con la Iglesia, fueron inicialmente
el propio Franz von Papen y el sacerdote católico político de derechas Ludwig
Kaas, que previamente habían apoyado la Ley Habilitante que otorgaba plenos
poderes al líder nazi Adolfo Hitler.
Y el último acuerdo recuperado en
España en los años cincuenta y que sigue
en vigor con las modificaciones de 1976 y 1979, vuelve a ser el Concordato
entre el Estado Español y la Santa Sede, inicialmente firmado en época de la
Dictadura de Franco en la Ciudad del Vaticano el 27 de agosto de 1953 por el
entonces ministro de Asuntos Exteriores Alberto Martín Artajo y su sucesor el
embajador de España en la Santa Sede Fernando María Castiella y Maíz con el
Secretario de Estado representante de la Iglesia Domenico Tardini.
Franco en la indispensabilidad de
reconocimiento de su régimen nacionalcatolicista, buscaba incesantemente apoyos
de miembros de la iglesia para perpetuar sus fines y en esa necesidad se dirige
al Papa Pío XI con un tono de humildad y sumisión que más bien parece una carta
humillante y rastrera, recordándole el
centenario del primer Concordato español con la Santa Sede y solicitándole “lo antes posible la celebración de un
Concordato según la tradición católica de la nación española… Y asegurarán una
pacífica y fecunda colaboración entre la Iglesia y el Estado en España …Seguro
de su comprensión y benevolencia postrado ante su Santidad, besa humildemente
su sandalia el más sumiso de vuestros hijos”.
Así surgió de nuevo en España
este indignante acuerdo, que a pesar de haber sido ratificado por la
Constitución de 1978, habría que cuestionarse seriamente dicha
constitucionalidad, dado que amparado por dicha norma, nadie ha presentado
recurso contra el fondo del mismo ante el Tribunal Constitucional u organismos
superiores como el de la Haya.
El Concordato español de 1953
reconocía que el Estado español se comprometía a sufragar los gastos de la
actividades de la Iglesia y otorgarle privilegios legales, políticos,
económicos y fiscales, a cambio de la potestad de Franco (además de pasear en
todos los actos religiosos bajo palio) para nombrar obispos y el apoyo de ésta
a su autárquico régimen para facilitar su reconocimiento internacional.
Entre los privilegios recibidos
por la Iglesia estaban las exenciones fiscales, subvenciones para el
mantenimiento de su patrimonio, restauración y construcción de nuevos
edificios, el derecho a fundar estaciones de radio y publicaciones de libros,
prensa y revistas, censura de material cultural (libros, prensa, radio, cine,
música, etc.), matrimonios canónigos obligatorios para todos los católicos,
monopolio en la enseñanza de la religión en las instituciones educativas tanto
públicas como privadas o la exención del servicio militar para el clero, lo que
dejaba muy clara la confesionalidad católica del Estado.
Tras la muerte del Dictador, este
acuerdo fue sustancialmente modificado por otro firmado en Ciudad del Vaticano el 28 de julio
de 1976 por el entonces Ministro de Asuntos Exteriores, el propagandista
católico Marcelino Oreja Aguirre y el Perfecto del Consejo para Asuntos de la
Iglesia, el cardenal Giovanni Villot.
Con posterioridad se volvería a
rectificar, firmando cuatro acuerdos entre España y la Santa Sede el 3 de enero
de 1979, con total secretismo y alevosía cinco días después de la entrada en
vigor de la Constitución del día 28 de diciembre de 1978 y publicándose en el
BOE número 300 de 15 de diciembre de 1979 (páginas 28781-28784).
El acuerdo, como decía, negociado
en secreto y paralelamente a la discusión de los textos de la Constitución y de
la redacción del polémico artículo 16 que garantizaba la libertad religiosa y
de culto, sería ratificado por el rey Juan Carlos, tras la firma de nuevo de
Marcelino Oreja y del cardenal Villot.
Dichos acuerdos eran referentes a
asuntos jurídicos, culturales y de enseñanza, asuntos económicos y de
asistencia religiosa, además de multitud de disposiciones de difícil digestión
democrática, como podrían ser las relacionadas con la conservación de
patrimonio e inmatriculaciones, financiación de fondos públicos, actividades
doctrinales y comerciales o régimen de exención de impuestos, lo que podríamos
considerar como un paraíso fiscal legalizado.
El Estado con dicho acuerdo se
sigue comprometiendo a colaborar con la Iglesia en la consecución de su
adecuado sostenimiento económico a través de los Presupuestos Generales,
asignándole un porcentaje del rendimiento de la imposición de renta que
actualizará anualmente y que estará exenta de recortes independientemente de la
situación de las arcas públicas, lo que no se respeta igualmente en el caso de
servicios públicos como la enseñanza, la sanidad, las pensiones o la asistencia
social.
Es más que criticable esta situación
por parte de los distintos gobiernos democráticos y de grupos políticos, de los
que no se salvan algunos que se dicen de izquierdas, que siguen participando
como representantes públicos en actos religiosos o favoreciendo tanto
privilegios eclesiásticos tanto económicos, así como de utilización y
apropiación de espacios públicos, edificios, casas, plazas o locales, rayando
el abuso y la legalidad.
No son pocos los grupos
especialmente críticos, tanto de índole laicos, como cristianos que han
reclamado a distintos gobiernos del PSOE o al actual gobierno de Rajoy esta
situación. Desde el teólogo Juan José Tamayo a colectivos como la Asociación de
Teólogos Juan XXIII o Cristianos de Base han mostrado su rechazo a estos
privilegios de la Iglesia Católica en España.
En muchos casos se denuncia la
supuesta aconfesionalidad del Estado, lo que supone el respeto al principio de
separación entre éste y las diferentes confesiones, donde la escuela pública no
debe impartir en su espacio ningún tipo de enseñanza confesional.
Opino que es tiempo de que la
ciudadanía despierte de su aletargamiento místico y de esa apatía generalizada
para que comience a reclamar lo que social y legalmente le corresponde.
Señor Aguza,
ResponderEliminarCon su permiso nos tomamos la licencia de reproducir el texto de su artículo en nuestro blog para difundirlo entre nuestros seguidores.
Agradecemos su trabajo; necesario e imprescindible ante el desdén social que padecemos.
Plataforma Laicista de Jerez
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