Manolo Monereo
Diputado por Córdoba Unidos Podemos
Colectivo Prometeo
La verdad y la política no siempre coinciden, y a veces
acaban chocando y enfrentándose entre sí. En el 25 aniversario de
Tratado de Maastricht vuelve a aflorar esta contradicción, en este caso
como resultado de la falta de un debate serio y riguroso a lo largo de
este tiempo. Fue en aquel entonces Izquierda Unida la que inició el
debate, aludiendo a las consecuencias que tendría para nuestra patria el
ingreso en la Unión Económica y Monetaria europea (el meollo de dicho
Tratado). Particularmente, se apuntaba a cómo afectaría a nuestro débil e
incompleto Estado social; a sus consecuencias sobre las condiciones de
trabajo, los salarios, los derechos laborales y sindicales; y, sobre
todo, al tipo de democracia y Estado que iba a surgir tras la pérdida de
soberanía monetaria y la falta de una política fiscal común. La
conclusión era clara: aprobar el Tratado de Maastricht significaba
consagrar los postulados neoliberales y asumir la imposibilidad de
realizar políticas realmente de izquierda en nuestro país. Lo que vino
después es conocido: el debate fue sustituido por la propaganda, IU fue
brutalmente descalificada y su coordinador convertido en un anacrónico
representante de una política vieja y sin norte.
A
veinticinco años vista, se confirman las previsiones realizadas por el
partido dirigido por Julio Anguita, aunque se quedaron algo cortas.
Primero, el neoliberalismo --a través de los diversos tratados-- ha sido
constitucionalizado, imponiéndose sobre las constituciones vigentes y
la soberanía popular de cada país. En segundo lugar, el Estado social ha
sido sistemáticamente desmontado, sobre todo en los países del Sur. En
tercer lugar, como se dijo y se repitió hasta la saciedad hace 25 años,
la UE ha devenido en un espacio económico social polarizado entre unos
países centrales organizados en torno a una todopoderosa Alemania y a
una periferia económicamente dependiente y políticamente subalterna.
Para decirlo de otra forma, los países del Sur se han ido convirtiendo
en «protectorados» de unos Estados-acreedores, incapacitados y sin
soberanía real.
Todo ello tiene mucho que ver con algo
que se dijo hace 25 años y que hoy se repite una y otra vez: la
heterogeneidad económica de la zona euro. Se trataba de países con
niveles de desarrollo diferentes, en productividad, legislaciones
sociales y laborales distintas y sistemas fiscales singulares. Para
ajustarse al mercado europeo, estos podían devaluar sus monedas y
propiciar políticas económicas que asegurasen el pleno empleo y la
defensa del Estado de bienestar. Así pues, la moneda única significaba
que los ajustes se harían ahora directamente en le economía real, lo que
implicaría caídas de salarios, incrementos del desempleo y disminución
de las prestaciones del Estado social. Se insistió en ello hace 25 años y
la experiencia de 2007 y 2008 lo demostró: los países del sur de Europa
y específicamente España fueron sometidos a devaluaciones salariales y
de precios permanentes, de facto la única forma para competir en una
Europa organizada y dirigida por el Estado alemán.
En el
centro de esta asimetría, el euro. En la actual UE, el euro es un
sistema que engarza un todopoderoso e independiente Banco Central
Europeo y un conjunto de políticas que impiden financiarse a los Estados
directamente, como sí pueden hacer los bancos y las grandes empresas.
El pecado original del euro --y lo que lo convierte en una moneda débil y
en peligro permanente-- es ser una moneda sin Estado detrás, es decir,
la falta de un poder político real en la zona Euro que unifique una
fiscalidad y unos derechos sociales y sindicales similares, incluida la
seguridad social. Tampoco hay unos mecanismos reales que transfieran
renta y riqueza de los países del norte a los países del sur; lo que
supondría que Alemania traspasase del 7 al 10% de su PIB a los países
del sur y a las zonas más pobres de la Unión.
Por todo
ello, no resulta extraño que esta UE se haya convertido en una máquina
de producir populismos de derechas, xenofobia y racismo. O que la
socialdemocracia se encuentre en todas partes en crisis. La
animadversión a la política y a la UE se extiende a una clase política
unificada --la derecha y la socialdemocracia--, sólidamente alineada con
los poderes económicos y mediáticos, defensora del programa neoliberal y
cada vez más subalterna a los intereses de los EEUU. Todos saben que
esta UE no es sostenible social, política y culturalmente; y que no es
reformable. Se está construyendo una Europa no europea, que no respeta
los Estados nacionales ni la soberanía popular, que restringe derechos y
libertades conquistados tras dos guerras mundiales y decenas de años de
luchas sociales extremadamente duras y que nos condena al
enfrentamiento entre una Europa rica y otra en proceso de subdesarrollo
económico y social. Esta es la UE, la que nos impide ser un sujeto
autónomo en un mundo que cambia aceleradamente.
El problema lo tienen los mismos de siempre; los empobrecidos. Algo tendrá que ver la izquierda timorata y semidesnatada que ha existido durante largos 30 años anteriores. Pero seguirán cayendo en la asunción del falso respeto que simulan tener las clases criminales dominantes frente a todas las demás. Que si precarización en vez de explotación, empobrecimiento y miseria material, ni hablamos ya de la intelectual, cultural o moral.... que si existe democracia pero "de baja calidad", "liberal" etc. en vez de afirmar la verdad: existe una dictadura solo que por el momento no les han hecho falta demostraros con la fuerza física visible y publica su carita. La misma degeneración moral e ideológica que sucede siempre cuando los dominados aflojan la lucha de clases y ya se creen a salvo del eterno criminal capitalista.
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