Alberto Garzón Espinosa
Coordinador General de IU
Un buen amigo me contó
hace unas semanas que, a la salida de un partido de fútbol, le
preguntaron al filósofo Jean Paul Sartre por su opinión sobre el
encuentro. Él contestó: "en el fútbol todo se complica por la presencia
del rival". Creo que aquella respuesta, de fino sarcasmo, podría
ayudarnos a comprender lo que está sucediendo en la izquierda.
Partamos
de una constatación. La situación de la izquierda es, como mínimo,
irritante. Obsérvese por un momento el abanico de noticias publicadas
durante los dos últimos meses, aunque algunas se hayan gestado desde
hace mucho más tiempo. En Galicia una corriente de EnMarea ha decidido
presentarse en solitario a las elecciones generales, encabezada por
quien fuera su candidato en las pasadas elecciones autonómicas; en
Cataluña una peculiar corriente de Catalunya en Comú ha decidido quebrar
la unidad y pactar en las generales con una fuerza independentista; en
Valencia el partido de Compromís ha anunciado que concurrirá a las
próximas elecciones por separado; en Madrid la corriente de Íñigo
Errejón ha salido de Podemos para montar una candidatura regional, y no
está descartado que haya hasta tres candidaturas a la izquierda del
PSOE; en Madrid ciudad la alcaldesa Manuela Carmena ha echado de facto a
las organizaciones políticas para sustituirlas por un equipo de
allegados y afines que sólo responden ante la propia Carmena; en
Asturias el excoordinador de IU y diputado desde 1991, Gaspar
Llamazares, rompió con IU y decidió montar un partido con el que
presentarse a las elecciones europeas y ahora al Congreso de los
Diputados. Podría seguir, pero creo que es suficiente…
No me digan que no es como para sumarse a aquella famosa
sentencia de Estanislao Figueras pronunciada al dimitir de su cargo como
Presidente de la I República y poco antes de irse del país: "estoy
hasta los cojones de todos nosotros". Desde luego, a buen seguro cada
uno de esos actores tiene su propia explicación, por supuesto razonada,
de dicho modo de actuar. Pero este cúmulo de decisiones hacia una mayor
fragmentación electoral han hecho modestas las pretensiones irónicas de La Vida de Brian.
Y, además de hacernos perder el tiempo, han elevado el nivel de
frustración y rabia de la base social de izquierdas de este país.
Todo
ello, además, en un momento muy distinto al de 2015. En efecto, el
espacio de la izquierda se ha estrechado en este tiempo. La ola
reaccionaria que tenemos encima, no sólo en España, ha cambiado la
dirección del viento que soplaba favorablemente hasta hace unos años.
Estados Unidos, América Latina, Centroeuropa, Europa del Este y otras
grandes regiones están siendo pasto del crecimiento del autoritarismo y
la reacción. En España la izquierda nos hemos desmovilizado, la derecha
se ha activado y radicalizado y la combinación nos ha llevado, de
momento, a un gobierno reaccionario en Andalucía. Además, el PSOE ha
conseguido crear un marco adecuado para su táctica electoral hasta tal
punto que podría decirse que están inmersos en una larga campaña
publicitaria desde la moción de censura. Todo ello, sumado a errores
propios, ha ido cristalizando en un progresivo descenso del espacio
político de Podemos, IU y las confluencias desde inicios de 2016.
Hay
quien cree que todo esto puede cambiarse con golpes de efecto o creando
nuevas plataformas y partidos que alumbren nuevas opciones. La
historia, sin embargo, nos demuestra que las más de las veces se trata
de meras operaciones en transición hacia otros espacios políticos más
firmes. En ocasiones es oportunismo, a veces hasta personal, y otras
veces es mero voluntarismo que no termina de cuajar. Otros creen, por el
contrario, que es momento de refugiarse en espacios más cómodos y
reducidos, aunque se asuma su más que probable escasa o nula
representación institucional. Incluso vuelve cierto izquierdismo que
rememora los viejos debates de la I Internacional acerca de la utilidad
de estar en las instituciones. Como si no existieran opciones
intermedias entre creer que la institución lo resuelve todo y creer que
sin presencia institucional todo es más fácil.
Yo
creo que hay alternativas. Para ello necesitamos una buena diagnosis,
organizaciones coordinadas y un horizonte. Y todo ello aderezado con
buenas dosis de realismo: en política además de las gestiones
individuales de los dirigentes también importan, y diría que
especialmente, las dinámicas sociopolíticas, las correlaciones de
fuerzas y lo que en otro tiempo se llamaron "las condiciones objetivas".
Y tanto en la gestión del ciclo político que va desde 2011 a 2016 como
en la actualidad no sólo han influido e influyen las buenas o malas
decisiones de la izquierda, sino también las condiciones económicas e
incluso las decisiones de los adversarios. Como en el fútbol, el otro
equipo también juega y eso lo hace todo un poco más complicado.
En
estos dos años Podemos ha sufrido mucho como consecuencia de una gran
cantidad de polémicas de importante alcance. No pretendo entrar en
ellas; basta con no negar que han existido. Pero como se puede observar
en el repaso inicial, estas polémicas están lejos de ser una cuestión
exclusiva de la fuerza morada. Como también están lejos de ser un asunto
sólo vinculado a los errores propios. Por eso me parecen de tanta
ingenuidad aquellas nuevas divisiones que están empujadas por la ilusión
del "yo estoy libre de pecado".
Creo que no engaño a
nadie si recuerdo que enfrentamos un ciclo electoral complejo para la
izquierda española. Y para el país. A los retos sociales, territoriales y
ecológicos, sobre los que ya hemos abundado en otras ocasiones, hay que
sumar los retos políticos que nos impone la amenaza del avance
reaccionario, un hipotético gobierno de PSOE y Ciudadanos y una ley
electoral que penaliza severamente la fragmentación electoral. No es
poca cosa, y en consecuencia conviene no perder el norte.
Mi
opción es clara: dar la batalla para atraer y movilizar el voto de la
izquierda de la manera más unitaria posible. No podemos permitirnos el
lujo de ir separados a las elecciones, porque lo que nos jugamos tiene
que ver con si somos capaces de plantear un proyecto político
alternativo al del neoliberalismo y la reacción. Esto no quiere decir
que no tengamos diferencias entre nosotros, desde culturales hasta
organizativas, sino que la responsabilidad frente al futuro es
compartida y de mucha mayor magnitud.
Yo creo
firmemente en esta unidad estratégica, y por eso pido a militantes y
simpatizantes de Izquierda Unida que voten SÍ al preacuerdo de unidad
electoral con Podemos y otras fuerzas políticas. Votamos desde hoy lunes
hasta el próximo domingo. Si sale favorable, después de las elecciones
estaremos en condiciones de repensar, reconstruir, consolidar y
fortalecer nuestro espacio político. Considero que no cabe otra opción
razonable ni para Izquierda Unida, ni para la izquierda ni para las
familias trabajadoras ni para España. Pero sin este acuerdo, y sin
muchos otros, estaremos divididos, fragmentados y dispersos ante
monstruos para los cuales, paradójicamente y a pesar de nuestra
obstinación, somos esencialmente lo mismo.
Con la izquierda unida
ResponderEliminarLa derecha estaría perdí
da.Con UNIDOS PODEMOS
casi bastaría.