Caricatura.Sátira política siglo XIX |
Fuente:Cuarto Poder
“Creo en ti, patria. Digo
lo que he visto: relámpagos
de rabia, amor en frío, y un cuchillo
chillando, haciéndose pedazos
de pan: aunque hoy hay solo sombra, he visto
y he creído”
Blas de Otero, 1955
Manolo Monereolo que he visto: relámpagos
de rabia, amor en frío, y un cuchillo
chillando, haciéndose pedazos
de pan: aunque hoy hay solo sombra, he visto
y he creído”
Blas de Otero, 1955
Nada será igual. Lo que no sabemos es cuando se parará la crisis del coronavirus y, sobre todo, sus costes morales, económicos, sociales y políticos. A mi juicio, la palabra clave es memoria, tener memoria de lo que ha pasado, de dónde venimos y, desde ella, hacerla fundamento de una propuesta de país, de eso que llamamos España. Hay que partir de la crisis del 2008 y recordar aquellas cosas que hoy se repiten de nuevo: refundar el capitalismo, la inoperancia de la Unión Europea, la necesidad imperiosa de la intervención del Estado, la promesa del reparto equitativo de la crisis y que nadie se quedaría descolgado. Díaz Ferrán, presidente de la patronal y hoy creo que en la cárcel, lo dijo dramáticamente: hay que suspender temporalmente el mercado y las instituciones deben de intervenir de forma inmediata y radical. Luego vino lo que ya sabemos.
Nunca se parte de cero y ya conocemos algunas cosas: 1) Nuestra fragilidad como especie; nos hemos construido desde ella, inadaptados estructuralmente al medio y carentes de especialización; somos una especie indigente que está obligada a construirse un “mundo” en el mundo, generando artefactos y obligados a un hacer constitutivo. Es una dinámica omnipresente y sin límites. 2) Animales racionales y dependientes. No hay libertad fuera de la comunidad ni derechos fuera del Estado; somos (inter)dependientes toda nuestra vida como seres humanos; lo que cambia es nuestra autonomía (relativa); lo somos en la infancia, en la juventud, como adultos y como ancianos. La contradicción más significativa es que el sistema (capitalista), no solo no reconoce estas bases de la reproducción social, sino que se opone radicalmente a ellas desde una lógica presidida por la mercantilización de las relaciones sociales. 3) No hay economía sin Estado ni sector privado al margen de las instituciones públicas. Esto se desvela siempre en las crisis y nos viene a decir que el capitalismo vive e hinca sus raíces en la reproducción social y de la vida y que, periódicamente, se enfrenta a ellas necesitando imperiosamente la intervención de los poderes públicos. 4) El Estado nación como fundamento. Podemos darle todas las vueltas que queramos, pero a la hora de la verdad, solo tenemos el Estado nación y sus fronteras. Uno siente vergüenza ajena cuando se habla de este como si fuese un demiurgo totalizante y totalizador; lo que hay es un sistema de Estados ordenados jerárquicamente que institucionalizan un determinado sistema mundo. Hay muchos tipos de Estados en sus relaciones con el capitalismo y en su modo de insertarse en la economía internacional.
Memoria, sí, memoria. Lo entiendo y lo comprendo: el sueño europeo ha marcado nuestra vida colectiva. Siglos de postración, de decadencia, han ido generando un enorme complejo de inferioridad. Este relato ha sido una constante. Se perdió el “tren” de la modernidad y solo era posible ya la modernización. Ser como ellos, parecerse a ellos y fugarse de una España marcada por las guerras civiles, por una oligarquía patrimonialista feroz, de los recurrentes golpes de Estado y de la dictadura. El gobierno de Felipe González significó eso, la fuga de España, de su historia, de sus tradiciones, la modernización definitiva. Europa nos salvaría, nos financiaría y nos ayudaría a construir el Estado de bienestar que nunca tuvimos. Todo esto se convirtió en sentido común y en fundamento de un consenso social que todavía dura. ¿Cogido con alfileres? Sí, pero todavía dura, sobre todo en nuestras élites políticas.
La amargura con la que se habla hoy de Europa es muy parecida a la que vivimos con las políticas de austeridad. Se puede decir que estamos ante un nuevo fracaso de Europa y que, para cambiar nuestra sociedad, hace falta partir de España como Estado nación. Las palabras engañan; ser o no europeo no se elige, lo somos o no lo somos; podemos complicar el modelo y hablar de varias Europas y de diversas y contradictorias culturas nacionales. Pero no se está hablando de Europa sino de la Unión Europea que es otra cosa, a veces radicalmente diferente. La “ideología europeísta” oculta que se está hablando, de un modo concreto y específico, de la integración europea, la UE; es decir, un conjunto de instituciones, organizadas por los Estados a través de tratados y que se ha ido configurando progresivamente en un ordenamiento jurídico hegemónico frente a las constituciones de los Estados singularmente considerados. Cuando se dice, como antes y ahora, que la UE (atención, no Europa) no está a la altura de las circunstancias, es equivocarse de análisis y olvidar la memoria histórica.
La UE no está para resolver los problemas de los ciudadanos, ni siquiera para ayudar a los Estados a gestionar crisis económicas, pandemias o males sociales varios. Es pedir peras al olmo; es decir, hacer ideología y no análisis de la correlación real de fuerzas. La UE surge y se desarrolla para imponer una lógica social basada en las cuatro libertades (libre circulación de capitales, personas, bienes y servicios) y en la oposición radical al tipo de poder político surgido después de la II Guerra mundial; es decir, al Estado social y al constitucionalismo democrático y, mucho más allá, a un conflicto de clases que hacía ingobernables las democracias y que auspiciaban un nuevo tipo de sociedad, otras estructuras de poder y unas relaciones personales basadas en el control social de la economía.
La UE ha hecho bien su trabajo: despolitizó la economía pública, homogeneizó a la clase política, neutralizó el conflicto social y constitucionalizó el neoliberalismo como el horizonte insuperable de nuestra época. Sus instituciones organizan, disciplinan y dan coherencia a las distintas burguesías e implementan un conjunto de políticas (ordo)liberales que construyen su mercado y unas nuevas relaciones entre sociedad civil y política. La democracia como autogobierno desaparece y es sustituida por complejos procedimientos multinivel que consagran el control de los poderes económicos sobre los Estados. Pedir que la UE ayude a los ciudadanos está bien como solicitud, pero pronto veremos que la “barra libre” para salvar Estados, economía y, sobre todo, capital financiero, pasará factura a las clases trabajadoras y a la ciudadanía.
Hay dos problemas íntimamente conectados entre sí: la crisis del coronavirus y la necesaria reconstrucción de un país devastado económicamente, con problemas sociales graves y moralmente sin horizonte. Los muertos, nuestros muertos, dejarán huella y las poblaciones no creo que estén dispuestas a pagar los costes de la pandemia y, sobre todo, del conjunto de las medidas económicas que se van a poner en práctica. Ahora todos somos buenos y nos queremos mucho; salir como sea y respirar. Sin embargo, el conflicto social seguirá y los poderes se moverán para dirigir a unos países sin norte, con unas élites sin proyecto y con la inseguridad como horizonte. Para decirlo de otra manera, las sociedades van a cambiar y mucho. Esto es inevitable; la dirección del cambio dependerá de la correlación de fuerzas, del sujeto popular y de su capacidad de diseñar un proyecto alternativo de país.
Hay que decirlo con claridad, estamos ante una situación de emergencia sanitaria, económica, financiera y social de dimensiones desconocidas. Se habla, una y otra vez, de economía de guerra pero se olvida lo fundamental, que esta supone la supresión, más o menos temporal, del mercado y una planificación imperativa de la vida económica y pública. Hay que hacer todo lo posible y lo necesario para salir de una pandemia que está matando a miles de personas y que pone en riesgo a muchas más. Ahora bien, el tipo de salida a esta crisis marcará el tipo de recuperación y de reconstrucción social en el país. Los neoliberales saben mucho de eso; en el 2008 volvieron a usar la crisis como medio para imponer sus políticas, sus recortes sociales y de derechos y subordinar a las clases trabajadoras a la lógica implacable del poder empresarial. Esto es lo que hay que entender ahora y no dejarse engañar por un ambiente en el que el conflicto de clase desaparece, las contradicciones sociales se opacan y las desigualdades de renta y de poder se difuminan. Tiempo habrá de hablar de las medidas que se están tomando y se tomarán en el futuro próximo desde, hay que entenderlo con precisión, una lógica marcada por la urgencia de la necesidad y el tiempo del Estado de excepción.
El título de este artículo me ha dado cierto temor: reconstrucción nacional y social. Creo que no hay otra y, de una vez, hay que solucionar la relación de la izquierda con España. No se trata solo de disputarle la hegemonía a las derechas y a sus distintas variantes asociadas al populismo; es algo más: construir un bloque histórico social con voluntad de alternativa y de gobierno, teniendo como eje un nuevo proyecto de país: Alternativa España. No será fácil y, para algunos, sonará a utópico. El realismo de los “realistas” lo ha devorado ya esta crisis y ahora hay que improvisar aterrizando en la realidad que la normalidad ocultaba. Las propuestas alternativas están en la sociedad, en el imaginario colectivo y en la memoria del 15M. Ahora mismo, de lo que se trata es de tomar nota de la situación con ojos limpios; no dejarse engañar por una coyuntura marcada por el miedo y la inseguridad y proponer un proyecto viable y posible de reconstrucción nacional, económica, eco feminista y socialmente avanzado.
Nunca se parte de cero y ya conocemos algunas cosas: 1) Nuestra fragilidad como especie; nos hemos construido desde ella, inadaptados estructuralmente al medio y carentes de especialización; somos una especie indigente que está obligada a construirse un “mundo” en el mundo, generando artefactos y obligados a un hacer constitutivo. Es una dinámica omnipresente y sin límites. 2) Animales racionales y dependientes. No hay libertad fuera de la comunidad ni derechos fuera del Estado; somos (inter)dependientes toda nuestra vida como seres humanos; lo que cambia es nuestra autonomía (relativa); lo somos en la infancia, en la juventud, como adultos y como ancianos. La contradicción más significativa es que el sistema (capitalista), no solo no reconoce estas bases de la reproducción social, sino que se opone radicalmente a ellas desde una lógica presidida por la mercantilización de las relaciones sociales. 3) No hay economía sin Estado ni sector privado al margen de las instituciones públicas. Esto se desvela siempre en las crisis y nos viene a decir que el capitalismo vive e hinca sus raíces en la reproducción social y de la vida y que, periódicamente, se enfrenta a ellas necesitando imperiosamente la intervención de los poderes públicos. 4) El Estado nación como fundamento. Podemos darle todas las vueltas que queramos, pero a la hora de la verdad, solo tenemos el Estado nación y sus fronteras. Uno siente vergüenza ajena cuando se habla de este como si fuese un demiurgo totalizante y totalizador; lo que hay es un sistema de Estados ordenados jerárquicamente que institucionalizan un determinado sistema mundo. Hay muchos tipos de Estados en sus relaciones con el capitalismo y en su modo de insertarse en la economía internacional.
Memoria, sí, memoria. Lo entiendo y lo comprendo: el sueño europeo ha marcado nuestra vida colectiva. Siglos de postración, de decadencia, han ido generando un enorme complejo de inferioridad. Este relato ha sido una constante. Se perdió el “tren” de la modernidad y solo era posible ya la modernización. Ser como ellos, parecerse a ellos y fugarse de una España marcada por las guerras civiles, por una oligarquía patrimonialista feroz, de los recurrentes golpes de Estado y de la dictadura. El gobierno de Felipe González significó eso, la fuga de España, de su historia, de sus tradiciones, la modernización definitiva. Europa nos salvaría, nos financiaría y nos ayudaría a construir el Estado de bienestar que nunca tuvimos. Todo esto se convirtió en sentido común y en fundamento de un consenso social que todavía dura. ¿Cogido con alfileres? Sí, pero todavía dura, sobre todo en nuestras élites políticas.
La amargura con la que se habla hoy de Europa es muy parecida a la que vivimos con las políticas de austeridad. Se puede decir que estamos ante un nuevo fracaso de Europa y que, para cambiar nuestra sociedad, hace falta partir de España como Estado nación. Las palabras engañan; ser o no europeo no se elige, lo somos o no lo somos; podemos complicar el modelo y hablar de varias Europas y de diversas y contradictorias culturas nacionales. Pero no se está hablando de Europa sino de la Unión Europea que es otra cosa, a veces radicalmente diferente. La “ideología europeísta” oculta que se está hablando, de un modo concreto y específico, de la integración europea, la UE; es decir, un conjunto de instituciones, organizadas por los Estados a través de tratados y que se ha ido configurando progresivamente en un ordenamiento jurídico hegemónico frente a las constituciones de los Estados singularmente considerados. Cuando se dice, como antes y ahora, que la UE (atención, no Europa) no está a la altura de las circunstancias, es equivocarse de análisis y olvidar la memoria histórica.
La UE no está para resolver los problemas de los ciudadanos, ni siquiera para ayudar a los Estados a gestionar crisis económicas, pandemias o males sociales varios. Es pedir peras al olmo; es decir, hacer ideología y no análisis de la correlación real de fuerzas. La UE surge y se desarrolla para imponer una lógica social basada en las cuatro libertades (libre circulación de capitales, personas, bienes y servicios) y en la oposición radical al tipo de poder político surgido después de la II Guerra mundial; es decir, al Estado social y al constitucionalismo democrático y, mucho más allá, a un conflicto de clases que hacía ingobernables las democracias y que auspiciaban un nuevo tipo de sociedad, otras estructuras de poder y unas relaciones personales basadas en el control social de la economía.
La UE ha hecho bien su trabajo: despolitizó la economía pública, homogeneizó a la clase política, neutralizó el conflicto social y constitucionalizó el neoliberalismo como el horizonte insuperable de nuestra época. Sus instituciones organizan, disciplinan y dan coherencia a las distintas burguesías e implementan un conjunto de políticas (ordo)liberales que construyen su mercado y unas nuevas relaciones entre sociedad civil y política. La democracia como autogobierno desaparece y es sustituida por complejos procedimientos multinivel que consagran el control de los poderes económicos sobre los Estados. Pedir que la UE ayude a los ciudadanos está bien como solicitud, pero pronto veremos que la “barra libre” para salvar Estados, economía y, sobre todo, capital financiero, pasará factura a las clases trabajadoras y a la ciudadanía.
Hay dos problemas íntimamente conectados entre sí: la crisis del coronavirus y la necesaria reconstrucción de un país devastado económicamente, con problemas sociales graves y moralmente sin horizonte. Los muertos, nuestros muertos, dejarán huella y las poblaciones no creo que estén dispuestas a pagar los costes de la pandemia y, sobre todo, del conjunto de las medidas económicas que se van a poner en práctica. Ahora todos somos buenos y nos queremos mucho; salir como sea y respirar. Sin embargo, el conflicto social seguirá y los poderes se moverán para dirigir a unos países sin norte, con unas élites sin proyecto y con la inseguridad como horizonte. Para decirlo de otra manera, las sociedades van a cambiar y mucho. Esto es inevitable; la dirección del cambio dependerá de la correlación de fuerzas, del sujeto popular y de su capacidad de diseñar un proyecto alternativo de país.
Hay que decirlo con claridad, estamos ante una situación de emergencia sanitaria, económica, financiera y social de dimensiones desconocidas. Se habla, una y otra vez, de economía de guerra pero se olvida lo fundamental, que esta supone la supresión, más o menos temporal, del mercado y una planificación imperativa de la vida económica y pública. Hay que hacer todo lo posible y lo necesario para salir de una pandemia que está matando a miles de personas y que pone en riesgo a muchas más. Ahora bien, el tipo de salida a esta crisis marcará el tipo de recuperación y de reconstrucción social en el país. Los neoliberales saben mucho de eso; en el 2008 volvieron a usar la crisis como medio para imponer sus políticas, sus recortes sociales y de derechos y subordinar a las clases trabajadoras a la lógica implacable del poder empresarial. Esto es lo que hay que entender ahora y no dejarse engañar por un ambiente en el que el conflicto de clase desaparece, las contradicciones sociales se opacan y las desigualdades de renta y de poder se difuminan. Tiempo habrá de hablar de las medidas que se están tomando y se tomarán en el futuro próximo desde, hay que entenderlo con precisión, una lógica marcada por la urgencia de la necesidad y el tiempo del Estado de excepción.
El título de este artículo me ha dado cierto temor: reconstrucción nacional y social. Creo que no hay otra y, de una vez, hay que solucionar la relación de la izquierda con España. No se trata solo de disputarle la hegemonía a las derechas y a sus distintas variantes asociadas al populismo; es algo más: construir un bloque histórico social con voluntad de alternativa y de gobierno, teniendo como eje un nuevo proyecto de país: Alternativa España. No será fácil y, para algunos, sonará a utópico. El realismo de los “realistas” lo ha devorado ya esta crisis y ahora hay que improvisar aterrizando en la realidad que la normalidad ocultaba. Las propuestas alternativas están en la sociedad, en el imaginario colectivo y en la memoria del 15M. Ahora mismo, de lo que se trata es de tomar nota de la situación con ojos limpios; no dejarse engañar por una coyuntura marcada por el miedo y la inseguridad y proponer un proyecto viable y posible de reconstrucción nacional, económica, eco feminista y socialmente avanzado.
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