Colectivo Prometeo
El
coronavirus nos ha golpeado en las narices con una contundencia tal
que ya no permite eludir la realidad. Una realidad que exige la
cohesión proactiva para hacer frente a una catástrofe que necesita
aunar sinergias en una misma dirección.
Para
empezar y sin ánimo de gastar mucho esfuerzo en ello, debo decir que
duele el oportunismo y la falta de sensatez, (por decirlo del modo
más suave y benevolente posible), cuando el dirigente del PP dedica
horas y horas de pantalla en las televisiones y titulares de prensa a
mansalva criticando al Gobierno en cuanta medida toma y dándole
vueltas a la matraca con que no se debió de autorizar la
manifestación del 8 de Marzo.
Está
claro que tanto al PP como a Vox el Movimiento Feminista le escuece
tanto como el Vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, y demás
miembros de Unidas-Podemos en el Gobierno. De no ser así, no se
entendería como ninguno de los dos partidos parece tener conciencia,
(porque no lo mencionan nunca), los más de 5.500 encuentros
deportivos que se celebraron en España en esa fecha, el Congreso de
Vox en el que por cierto acudió Sr. Ortega Smith
después
de un viaje a Italia, las 18.000 misas celebradas en ese fin de
semana, además de conciertos, teatro, cine y demás espectáculos de
los que la gente disfrutó porque en ese momento no había constancia
de la gravedad de la situación. Por lo tanto, seamos serios.
La
otra cantinela de la matraca, “el Gobierno no está poniendo las
medidas de protección ni los recursos sanitarios imprescindibles; no
está tomando medidas suficientes para proteger el tejido
empresarial…”. Pero señores esto es una doble contradicción. La
primera es que políticos neoliberales reclamen del Estado todo tipo
de coberturas y protecciones contrarias a los principios de un
sistema que propone el adelgazamiento del Estado hasta reducirlo a la
mínima expresión y la privatización de prácticamente todos los
servicios públicos.
La
segunda, que no sean conscientes de que las carencias que afloran en
esta situación en España tienen su origen en los recortes y
privatizaciones que el Gobierno del PP llevó a cabo durante los años
anteriores, gobernando con mayoría absoluta; años en que destinó
dinero público a rescatar a la banca, a la subvención y exenciones
fiscales a las empresas y que lo destinaron a la deslocalización de
la producción y a la digitalización y robotización, contribuyendo
con ello a la eliminación de puestos de trabajo y al incremento de
los beneficios empresariales que a su vez, éstas derivaron a
paraísos fiscales o a inversiones especulativas.
Con
respecto a esos dos puntos tan solo añadiré la advertencia que en
2017 hizo con respecto a España Mario Weitz, (persona nada
sospechosa de ser anticapitalista), en un seminario en Vigo que versó
sobre posibilidades de desarrollo de España y Latinoamérica. Al
referirse a las debilidades de nuestro país para crecer objetó como
principal hándicap para su desarrollo competitivo y sostenible la
necesidad de nacionalizar la energía y las infraestructuras que
garantizaran el control de la logística del transporte y la
distribución, además de garantizar la educación y la sanidad
pública. Ningún país podrá avanzar si no cuenta con esos cuatro
pilares, afirmaba Weitz.
Y
para centrarnos en las consecuencias que estamos viviendo ahora,
mientras Macron en Francia ha suspendido el cobro de la energía y el
agua con motivo de la pandemia, cosa que pudo hacer porque están
nacionalizas, por el contrario las corporaciones de la energía en
España acudieron al Gobierno solicitando garantías frente a
posibles pérdidas por la parada productiva que la pandemia
supondría.
En
cuanto estalló la tormenta, la Confederación Española de
Organizaciones Empresariales, junto con la Confederación Española
de Pequeña y Mediana Empresa, se alzaron reclamando medidas que
eviten la quiebra de sus empresas y les garanticen liquidez por la
falta de actividad, exención del pago de cuotas a la Seguridad
Social, facilidades para simplificar y agilizar la tramitación de
Expedientes de Regulación Temporal de Empleo, de modo que esos
trabajadores sean retribuidos con dinero público. Además de lo
expuesto, pidieron aplazamiento y fraccionamiento del pago de manera
automática y sin intereses de los pagos tributarios para las
empresas que hayan sufrido una caída significativa de sus ingresos o
incremento de gastos por culpa de la pandemia, A estas
reivindicaciones se unieron también los autónomos y probablemente
con razones más justificadas.
La
intervención de los sindicatos dio el visto bueno a los ERTES y a
que trabajadores por cuenta ajena y autónomos pudieran cobrar el 70%
de la base reguladora, tuvieran o no derecho a desempleo y sin que
dicha percepción sea descontada del tiempo de derecho a desempleo
que pudieran tener acumulado.
Es
de destacar que la clarificación de la situación y la dotación
económica la gestionaron con mayor premura que la de trabajadores,
autónomos y colectivos más desprotegidos. Y si hablamos de la
dotación económica presupuestada para unos y otros, la balanza no
se inclina a favor de los más débiles, al menos por ahora. Y de no
ser por Unidas-Podemos en el Gobierno, tal vez ni se hablara de
ellos.
Con
respecto al dinero liberado por el Banco Central Europeo, una vez más
sería un dinero prestado a los bancos a coste cero para que luego
dieran créditos por los que cobrarían cierto interés y además los
otorgarían con el aval del Gobierno. Es decir, una vez más,
pagaríamos todos porque cuando se presta a personas o empresas que
están en precario, el riesgo de impago es elevado.
Si
la Vicepresidenta Calviño se opuso a que el BCE liberase 60.000
millones de euros para que los bancos españoles los destinaran a
prestamos era porque lo consideraba como otro rescate a los bancos
que, puesto que le han exigido al Gobierno que lo que presten tenga
el respaldo con avales públicos, ellos nunca pierden pero la
realidad es que el BCE lo único que hace es rebajarle a los bancos
el nivel de solvencia y lo hace a costa del Estado y como temen
algunos “mal pensados”, veremos si ese dinero va a préstamos o a
especulación financiera pura y dura.
En
esta tesitura, Unidas- Podemos aboga porque el gasto sea social y su
propuesta de que el Estado pague parte del salario de los
trabajadores que pudieran perder su empleo por la inactividad
productiva de esta crisis, siempre que no se rompa la relación
laboral posteriormente. Esta sería una de las medidas necesarias
para los trabajadores pero tiene que acompañarse de la cobertura de
muchas otras necesidades que tienen las personas más desprotegidas
cuya situación agrava la crisis al cerrarse los comedores sociales,
los comedores de los colegios y otros servicios de alojamiento que
ahora requiere forzosamente la población indigente y la situación
de quienes trabajaban en la economía sumergida y ahora no tienen
nada.
Las
necesidades son muchas y los recursos pocos. Hablar de miles de
millones para bancos y empresas y 300 millones para los más
desfavorecidos no suena a equilibrio. Y aunque hablamos de una crisis
sanitaria, tan solo hemos hablado de cifras económicas qué, cuando
se toca la parte empresarial, son astronómicas y no dejan de ser
chocantes e incoherentes con la filosofía del sistema neoliberal
operante porque desde luego la situación apunta a que de nuevo y si
la izquierda no lo remedia, esta crisis la vuelve a pagar el pueblo.
De
entrada el coronavirus se está llevando vidas pero de salida dejará
más desigualdad y miseria de la que encontró al llegar y no lo
olvidemos, como consecuencia de ello, habrá más muertes, suicidios,
enfermedad mental, drogadicción y marginalidad cuando el virus se
haya ido.
El
neoliberalismo estará en sus estertores finales, o eso piensan
algunos, pero lo cierto es que ha puesto de manifiesto las carencias
acumuladas en nuestro país por un sistema nefasto, plagado de
corrupción e ineficiencia.
Las
mieles de la privatización de la sanidad, los conciertos con la
medicina privada, los recortes de personal y de medios que asolaron
la asistencia pública, tanto sanitaria como de bienestar social, la
práctica desaparición de las ayudas a la dependencia, falta de
plazas en residencias públicas y las precarias condiciones que
padecen los ancianos en las privadas, están sembrando de cadáveres
el suelo español, de tal forma que es imposible proveer de los
medios necesarios tanto humanos como materiales y a la velocidad que
se requieren para evitar mayores desastres.
Si
a la situación de emergencia sanitaria le añadimos los altísimos
costes económicos necesarios para resolverla y que además, los
políticos que generaron la precariedad asistencial y social con la
que este Gobierno se encuentra, le reclaman agilidad y premura en
proveer de todo lo necesario y le culpan hasta de no comprar lo que
no está disponible en el mercado y a la vez le exigen prioridad en
salvaguardar los intereses de bancos y empresas, ¿quieren que en
verdad se eviten muertes?, ¿o desean que el virus deje el país
liberado de ancianos y cargas sociales, como dijo Boris Johnson, Dan
Patrick o Bolsonaro?. Lo único bueno de esto es que el coronavirus
parece más democrático y menos clasista que ellos y les puede dar
algunas sorpresas.
Nada
de lo que está ocurriendo es casualidad. Es el fruto de las
políticas que se vienen implementando en nuestro país. España
vivió de espaldas a la realidad mucho tiempo, privilegiando lo
financiero, los dividendos y las recompras de acciones; una práctica
de capitalismo especulativo frente a las empresas productivas. Por
otra parte, los empresarios optaron por la deslocalización de la
producción y políticos, empresarios y economistas decidieron que
España no produjera casi nada, debilitándola de ese modo hasta el
punto que no puede abastecerse por sí misma de casi nada y ahora la
realidad nos hace caer en la cuenta de que ni EE UU es el amigo, ni
la UE es tan solidaria, ni la globalización puede proveer de todo.
Un
simple virus puede circular sin pasaporte y atravesar todas las
fronteras, hacer que se cierren para quienes estaban abiertas, que
los Estados nación cuyos regímenes desacredita el neocapitalismo
vengan ayudarnos cuando estamos en apuros y por último, que por fin
caigamos en la cuenta de que la ciudadanía puede ser creativa y
solidaria y que hay una reserva de conocimiento capaz de innovar y
producir bienes, de crear una red de tejido empresarial y de
reconvertir líneas de producción en empresas paradas y todo en un
tiempo record, para abastecernos de lo que se necesita urgentemente y
que no hay disponible en el mercado nacional ni siquiera en el
global.
Si
el coronavirus demostró que un Estado con un fuerte liderazgo puede
solventar con éxito una crisis y contener la pandemia, ¿por qué
no aprovechar el potencial de producción interna y fomentara un
liderazgo fuerte que de un cambio hacia la sensatez y la decencia?,
sobre todo ahora que, tanto la UE como la globalización, armadas en
este sistema económico opresor y destructivo, están mostrando su
verdadera cara y no es precisamente nada esperanzadora.
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