viernes, 31 de julio de 2020

Julio Anguita, García Lorca y Antonio Machado


Juan Rivera, Julio Flor (centro) y Julio Anguita en el CSO Rey Heredia
                                   


Julio Flor
Periodista

Sole Raya, librera e impulsora de la cultura en Montilla, me pide palabras para la presentación del libro póstumo “Vivo como Hablo”, de mi admirado y añorado tocayo Julio Anguita… quizá para rememorar el libro “Contra la Ceguera” que Anguita y yo escribimos a cuatro manos, y presentamos aquella tarde inolvidable en esa tierra ardiente de sol y vino del Sur. 

“Cogito ergo sum”, la locución latina del “Pienso luego existo”, formulación filosófica de René Descartes, la ha hecho suya Anguita en este libro. Conociéndole, Anguita primero se dijo “pienso y después hablo”, para derivarlo en un “vivo como pienso”, terminando finalmente en el título “Vivo como hablo”. 

Tuve la alegría de compartir una parte de la vida con Julio Anguita para preparar la escritura conjunta del libro “Contra la Ceguera”, confeccionada con largas grabaciones, búsqueda de documentos, contraste de publicaciones… Fue él quien decidió con generosidad que durante mis estancias en Córdoba me hospedaría en su vivienda. 

Confieso que por un instante sentí un cierta inquietud, la que pudiera derivarse del desgaste de la vida cotidiana en la convivencia durante semanas alternas en el seno de su hogar. No soy mitómano, nunca he situado a ningún ser humano por encima de los demás. Ni adoración, ni deslumbramiento, ni mucho menos cualquier delirio forman parte de mi comportamiento en relación con los demás. 

He conocido y tratado a lo largo de mi vida periodística a grandes creadores de la cultura, la universidad, la ciencia, el activismo social o el periodismo, algunos de los cuales han sido después grandes amigos. Es una manera de estar vacunado contra el desvanecimiento que produce en algunos seres humanos la cercana contemplación de los que consideran sus ídolos. “Ídolos” tantas  veces de barro. 

En mi caso, Julio Anguita no podía caerse de pedestal alguno, menos aún de un altar en el que ninguno de los dos creía. Únicamente en nuestra convivencia podría haber presenciado de primera mano algo que hubiera roto el encanto de una amistad. 

Antes de conocerle, Anguita despertaba en mí la admiración de ciertos profesores que tuve en el Instituto y la universidad del País Vasco. Desde la lejanía comencé a verle como una columna romana de coherencia. Un ser cargado de coraje y convicciones profundas. Siempre me recordó la frase del Nobel griego de Literatura, Yorgos Seferis: “O la vida significa coraje, o deja de ser vida”. 

Fueron seis la semanas alternas que viví en Córdoba con Julio y su esposa Agustina. Aquel tiempo lo llenamos de largas conversaciones, de entrevistas intensas, pero también de paseos por la ciudad, de encuentros con los amigos en el vino de la 13:00h., de tertulias con compañeros de militancia, desayunando juntos en una cafetería de la calle donde vivía, comiendo y cenando en el salón de su vivienda. 

He de decir que durante aquel tiempo, que hoy recuerdo con cariño y nostalgia -donde conjugamos el trabajo conjunto y una vida intensa-, el ser humano no sólo no me defraudó. Si no que aún creció más en su humanidad, en su cercanía, descubriendo en él un sentido del humor formidable, un sereno equilibrio, un extenso conocimiento por las fortalezas y debilidades humanas… 

Por muchas razones, Anguita entraría a formar parte en aquellas semanas de mis afectos profundos. También porque vivía como pensaba, porque vivía como hablaba, porque nunca se le fue la fuerza por la boca. Si se enfadaba con alguien, jamás alzaba la voz, bien al contrario bajaba su tono. La voz alta era únicamente signo de su alegría y alborozo. 

Hoy puedo deciros de manera cercana que Julio Anguita no tenía dos caras, como el dios Jano. En su vida diaria, lo suyo era el estudio, el análisis, el razonamiento… 

Más allá del oropel verbal, el ex alcalde de Córdoba siempre luchó contra los discursos tramposos y cínicos, contra el escamoteo de los discursos oficiales y mediáticos en los que la razón suele ser secuestrada. Era un militante contra las malas artes y las pillerías de los que se dirigen a la gente con discursos de consignas gregarias, para mayor gloria del capitalismo financiero. 

Vivía como hablaba sin duda, contra el pensamiento único reinante, a favor de recobrar el sentido de la Historia. Hablaba y no exageraba. Nos decía que el paro es una cárcel, y el paro juvenil una cárcel a perpetuidad. La precariedad laboral, una mazmorra más; y la pérdida de horizontes, un presidio. 

Sus palabras, dentro y fuera de casa, en la tertulia, los Media, la universidad, los liceos republicanos, en la plaza cordobesa de la Corredera, eran siempre una invitación a la lucha y al pensamiento, con la condición de exigir la erradicación de los discursos almibarados. Su única condición era reflexionar sobre nuestra historia más reciente, y procurar no repetirla. 

Doy fe. Julio vivió como pensaba. Desdeñó la comodidad de las lisonjas con las que el poder acaricia las cabezas de los que enajenaron su libertad de pensamiento. Frente a ellas y ellos, quien fuera secretario general del Partido Comunista de España y Coordinador General de Izquierda Unida buscó las pruebas, la claridad argumental, los datos objetivos, sin acatar jamás los dictados de los mercados. 

Su memoria, su legado, es el de los que hicieron del ejercicio de pensar su mejor aportación a su militancia política. Como diría su admirado Federico García Lorca, Anguita nos llenó las manos de rosas y estrellas, de utopías de lo posible. 

Sus palabras grabadas o escritas son un soplo de viento fresco, revolucionario. El filósofo oriental Kong Fuzi, conocido como Confucio, escribió hace 2.400 años que “existen tres caminos para alcanzar la sabiduría: a través de la imitación, el más sencillo; por vía de la reflexión, el más noble; y mediante la experiencia, el más amargo”. 

Anguita utilizó el más noble de los caminos de conocimiento, el del estudio y la reflexión. Su admirado poeta Antonio Machado, el andaluz que naciera hace ya 145 años, dejó escrito en uno de sus sueños poéticos que “una colmena tenía / dentro de mi corazón”, donde las “doradas abejas / iban fabricando en él / con las amarguras viejas / blanca cera y dulce miel”.

La miel de Anguita, abeja obrera del pensamiento de quien vivía como hablaba, de quien vivía como escribía. Al catarla, como un buen vino, nos lleva a sentir que desde el corazón de sus libros, Anguita nos ha dejado cera ardiente y dulce miel para seguir construyendo una sociedad más libre y más justa. En la que nos entreguemos a la utopía de quienes reflexionan, piensan, hablan y luchan. 

La utopía de quienes viven como hablan. 


Euskadi, a 26 de julio de 2020, 

en el 145 aniversario del nacimiento de Antonio Machado.

 

 


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