miércoles, 13 de abril de 2022

Mélenchon: El sujeto nacional- popular en disputa






 Fuente: Nortes

Manolo Monereo


    No merece la pena entrar en debate de lo que hubiera pasado si socialistas, comunistas y verdes se hubiesen retirado y pedido el voto en favor de Mélenchon. Se sabía que el candidato de La Francia Insumisa estaba en ascenso y que tenía posibilidades reales de pasar a la segunda vuelta. ¿Por qué no lo hicieron? Porque para ellos el peor escenario posible era un enfrentamiento entre Macron y Mélenchon. La misma noche de las elecciones pidieron el voto incondicional para el actual presidente de la V República. No era solo cainismo, era mucho más: impedir el triunfo de Mélenchon, en un momento que el sistema -es lo decisivo- se cierra y los “partidos unificados de las oligarquías” toman el mando. Las personas cuentan y los dirigentes también.

La campaña ha estado marcada por la guerra. El gobierno ha intentado arrinconar a Le Pen y a Mèlenchon por sus “ambiguas” posiciones. A la candidata populista se le recordaban sus viejas relaciones con Putin y al candidato de La Francia Insumisa se le reprochaba que se opusiera radicalmente a la OTAN y que defendiera una política para Europa realmente autónoma de los EEUU. El esfuerzo de Mélenchon se centró en la defensa de los derechos sociales desde un proyecto alternativo de país. Su campaña ha ido de menos a más resituando elementos del imaginario colectivo, e interpelando a un sentido común nacional-popular en disputa con Marie Le Pen. La presencia de Éric Zemmour ayudó mucho a la candidata de la derecha facilitando un discurso más moderado y más asentado en las demandas populares. Aun así, la abstención ha sido muy grande. Todos auguran una clara victoria de Macron; es posible. Hay una diferencia nítida con las elecciones anteriores: la Covid19 y la guerra han acentuado la percepción de un gobierno claramente a la derecha dispuesto a impulsar los planes de austeridad que vendrán de la Unión Europea.

Macron se ha convertido en un pequeño Bonaparte: ha unificado a la burguesía en torno a la hegemonía del capital financiero y ha trenzado una amplia alianza social que tiene en su centro a los grandes empresarios, a los gestores, a los despachos más significativos de consultoría y asesoramiento y a las profesiones liberales. Su problema es que la base política de su alianza se fundamenta, al final y al principio, en una propuesta en negativo. No ha tenido capacidad de defender un proyecto de país viable y asumible por la mayoría social. Gana por el miedo o el rechazo que producen los demás candidatos.

Marie Le Pen ha aprendido mucho. Su partido es una fuerza real, asentada en el territorio, reconocida y que cada vez produce menos miedo. Intenta enlazar con el sentido común gaullista desde posiciones no demasiado claras y, a veces, ambivalentes. En el tema del euro apenas dice nada, pero se opone con fuerza a la OTAN; su propuesta social es meramente declarativa y sus concreciones son muy pobres. Su fuerza es cada vez más la propia de las derechas todas: una idea fuerte de orden, seguridad y tolerancia cero ante una delincuencia genérica que mira a los de abajo. Cuando mejor funciona su discurso es cuando critica a las élites económicas y políticas y a su obsceno desprecio por la gente común y corriente.


Hay en Francia dos realidades que se oponen y se complementan a la vez en un difícil equilibrio: un aparato político-institucional autorreferencial, que tiende a la clausura y que ha dejado de responder a las demandas ciudadanas y una sociedad encolerizada que se moviliza periódicamente y que sabe que nada bueno puede esperar de una clase política dominada por los poderes económicos. La fuerza de Macron y de Le Pen está relacionada con unas contradicciones que se agotan ante la carencia de alternativas políticas eficaces. Macron gestiona la impotencia de lo social y Le Pen administra el cierre de unas elites políticas de espaldas a los intereses populares, todo ello presidido por un aumento descomunal de las desigualdades sociales y territoriales. En definitiva, un país que no encuentra una salida viable a sus problemas y que duda cada vez más de que sea posible. Rabia y resentimiento.


Lo nuevo, a mi juicio, de estas elecciones es que Marie Le Pen tiene alternativa y por la izquierda. Me explico. En Francia, como en otros países de la UE, existe un sujeto nacional-popular, más o menos estructurado, con referentes políticos poco firmes y con orientaciones ideales contradictorias. El fin del movimiento obrero organizado y de la izquierda política lo ha dejado sin capacidad de actuar como sujeto autónomo, desamparado y, lo que es peor, combatido por reflejar viejas identidades, reclamar necesidades incompatibles con la globalización capitalista y defender una versión conservadora del mundo, de su mundo. En estas condiciones, el bloque nacional- popular ha sido penetrado y organizado por una extrema derecha que lo ha defendido y que ha hecho suyas sus demandas de seguridad, derechos sociales y justicia. En Francia este proceso ha avanzado mucho. El gran mérito de La Francia Insumisa es que ha sabido plantarle cara al populismo de derechas en un territorio social que había colonizado y representado.


La tarea de Mélenchon es enorme después de estas elecciones y no solo en Francia. De lo que se trata ahora es, como ha hecho en la campaña electoral, de reconstruir desde abajo un proyecto nacional-popular a la altura de los desafíos de la época. La contraposición entre izquierda y derecha dice hoy bien poco y no porque la derecha no exista, sino porque la izquierda ha dejado de ser referente de las clases populares y se ha convertido en una parte más del sistema de poder. Como he escrito recientemente, el programa que ha defendido La Francia Insumisa sintoniza con las demandas populares, crea identidad y fomenta el compromiso político. Ahora se trata de organizarlo, convertirlo en realidad material insertada en el territorio y potenciada en el conflicto social. En su centro, un proyecto alternativo de país y de sociedad y de autogobierno republicano.

Soñar es parte de la política, convertir los sueños en realidad es un arte difícil de realizar, pero posible. A mí me gustaría que Francia Insumisa convocara a las fuerzas alternativas para construir un programa para la acción que se plantee a fondo la lucha por la paz, la desnuclearización y desmilitarización de Europa y la apuesta por un modelo ecológico social alternativo. Las clases populares, los sindicatos y movimientos sociales deben de movilizarse contra la guerra y la dinámica que va a imponer en los Estados, en las sociedades y en las estructuras de la UE. Hay que construir voz, proyecto y acción colectiva de los de abajo sabiendo que las condiciones son muy difíciles y, una vez más, a contracorriente. Las guerras aceleran los tiempos históricos, cambian posiciones asentadas y generan disponibilidades para transformaciones sustanciales.


El primer objetivo debería de ser una crítica fuerte y sistemática contra unas élites dirigentes que nos han llevado a esta guerra por su subordinación a los intereses estratégicos de los EEUU. La guerra era evitable y la paz sigue siendo posible. En segundo lugar, denunciar la creciente sumisión de la UE a los dictados políticos de la OTAN. La UE se militariza, vive en un estado de excepción sin normativa que lo legitime y con un gobierno descarado de los poderes de hecho. En tercer lugar, oponerse a las políticas de austeridad anunciadas por las instituciones europeas y que el Banco Central impulsa y apoya. Las clases trabajadoras, los empleados y empleadas no pueden ser los que paguen, una vez más, la factura de una crisis del sistema económico capitalista agravado por la guerra y el rearme. En cuarto lugar, desplegar un programa alternativo que defienda las libertades públicas, desarrolle los derechos sociales, laborales y sindicales y la soberanía popular. Necesitamos un Estado fuerte que planifique la economía nacional, que gobierne el cambio tecnológico, que reindustrialice el país y que promueva reorganización sostenible del territorio. Hacer posible lo necesario.

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