Pepe Aguza
Colectivo Prometeo
Posiblemente quienes están acostumbrados a mis artículos políticos, y sociales ( algunas personas con fe de carbonero y pensamiento ultraconservador o directamente neofranquista, los tachan de anticlericales) les sorprenda la publicación de esta columna dedicada a una mujer ampliamente reconocida en el mundo del estilismo, de la costura y de la frivolidad de la moda y la elegancia, pero en su vertiente crítica y rebelde.
El artículo, aparentemente alejado de lo que frecuentemente escribo, no deja de tener su interés, por la persona a que se refiere.
Vivienne Westwood, muerta recientemente a los 81 años, el pasado 29 de diciembre, en su domicilio de Clapham, al sur de Londres, fue una mujer rebelde y transgresora, totalmente involucrada en el activismo político, el desarme nuclear, los derechos civiles y la libertad de expresión como demostró defendiendo a Julien Assange públicamente en manifestaciones, así como por las luchas sociales o los derechos humanos y el ecologismo contra el cambio climático, que no dudaría en utilizar la banalidad de la moda para llegar a las conciencias más poderosas y populares de la sociedad.
Era una persona forjada en la controvertida cultura punk, un movimiento surgido del descontento social del último cuarto del siglo XX.
A finales de los setenta, la crisis económica que atenazaba Inglaterra y Estados Unidos, creaba una situación de desesperanza e incertidumbre en la juventud, que llevó a una rebelión inicialmente en la industria del rock, evolucionando hacia la política y la cultura e ideologías anarquistas y de repulsa contra el sistema y la dependencia, con frecuencia acompañada de violencia, cuya filosofía despreciaba la sociedad de masas y de modas, cuestionando los dogmas establecidos.
El movimiento punk representó una contracultura que incluía unas normas de lenguaje (fundamentalmente en sus canciones, la calle, grafittis o los fanzines), el comportamiento, la vestimenta y formas de vida, que coincidía con la crisis económica que amenazaba el mundo.
Cincuenta años más tarde, algo parecido surgió en la primavera de 2011, con el movimiento de los Indignados, más conocido como 15-M en España, convocados por colectivos de ciudadanos por el desempleo, la destrucción de servicios públicos y falta de ayudas, generadas por la crisis económica de 2008.
Lo mismo ocurría con la Primavera Árabe, con una serie de manifestaciones populares entre 2010 y 2012, reclamando derechos sociales y democracia en países como Túnez, para pasar en pocas semanas y extenderse a Egipto, Libia, Siria, Yemen y otros países del norte de África y Oriente próximo con regímenes autoritarios, que supusieron graves peligros especialmente para las mujeres y sus vidas.
La imagen agresiva y transgresora del punk, buscaba liberarse de lo que algunos consideraban estigmas de la sociedad, con frecuencia a través de ataques a la moral y las tradiciones, ofendiendo o molestado y generando un nuevo posicionamiento político y cultural, discrepando de los estereotipos convencionales de los estilos de vida.
Su filosofía abordó no solo el entorno musical o de la moda, sino el anarquismo, la antiglobalización, el feminismo, la ecología, animalismo, el ateísmo o aspectos antirreligiosos.
Vivienne Westwood era una mujer que sabía aprovechar sus desfiles de moda para protestar y criticar los problemas más acuciantes de su tiempo, desde causas injustas, conflictos bélicos o el propio cambio climático, actividad que marcaría los últimos años de su vida, creando una página Web titulada “Climate Revolution”, donde sus temas favoritos eran la lucha por la extracción de gas, la sustitución urgente por energías más sostenibles y el cambio de hábitos de consumo.
Todo ello supuso que en 1992, la reina Isabel II la condecorara con la Medalla de la Orden del Imperio Británico, momento que volvería a aprovechar para la reivindicación, acudiendo deliberadamente sin ropa interior, que captarían los fotógrafos en uno de sus movimientos por Buckingham Palace, poniendo de manifiesto una vez más la hipocresía de su puritana sociedad real.
La protagonista había nacido el 8 de abril de 1941 en Cheshire (Inglaterra), en el seno de una familia humilde, trasladándose a Londres con diecisiete años, donde comienza a estudiar arte, moda y orfebrería, que abandona para formarse como educadora, convirtiéndose en profesora de escuela primaria.
Durante aquel tiempo comienza a crear sus propias joyas y sus primeros modelos de moda británica, inspirados en el movimiento punk, que vende en la influyente tienda de Chelsea, en el 430 de Kings Road, llamada inicialmente Let it Rock y más tarde rebautizada Sex, de Malcom McLaren, músico y representante del mítico grupo Sex Pistols, con el que se casaría poco tiempo después y con el que mantendría su relación hasta 1983, en que rompe con él para lanzarse en solitario a su carrera de diseñadora y activismo reivindicativo, desafiando el imaginario burgués con prendas, mensajes y símbolos totalmente provocadores.
Decía en un comunicado titulado Resistencia Activa a la Propaganda, “ …tenemos la obligación de volvernos más cultos y por lo tanto más humanos, buscando el salvoconducto a un mundo mejor, más justo y habitable”.
Desde 2010 venía colaborando con Iniciativa Moda Ética para conseguir mejoras sociales en países subdesarrollados, promoviendo el activismo y la producción en África, dando oportunidad y sostenibilidad a las personas a través del comercio justo bajo el control de organismos conjuntos a la Organización Mundial del Comercio y la Conferencia de las Naciones Unidas.
A lo largo de su carrera profesional, recorría las más famosas pasarelas de modas del mundo, de París, Londres y otras de gran prestigio, hasta cabeceras de revistas, donde no perdía la oportunidad para la subversión y la irreverencia de situaciones y personajes, como la que fuera primera ministra Margaret Thatcher, de la que se consideraba una absoluta detractora o la presentación de una colección de camisetas contra la política antiterrorista del Reino Unido en 2004, en la que se podía ver con una camiseta con un slogan que decía “No soy un terrorista. Por favor no me arreste”.
Igualmente en 2014, comercializó otra camiseta reivindicativa con el logo “Yo soy Julien Assange”, cuando el programador y activista fundador de WikiLeads, se ocultó en la Embajada de Ecuador en Londres y más tarde volvería a manifestarse en la calle en 2020, tras el confinamiento, para ofrecerle su apoyo e intentar evitar su extradición.
En 2018 se publicó un interesante documental titulado “Vivienne Westwood: punk, activist, icon” en la que la diseñadora desgranaba su trayectoria reivindicativa más allá de lo profesional, donde argumentaba sus campañas de denuncias políticas contra diferentes personajes públicos como Margaret Thatcher, la propia reina Isabel II, el negocio de armas o los efectos del cambio climático o sus últimas actividades y apariciones oficiales junto a Courtney Love, antes de su muerte, fotografiadas por Jourgen Teller.
La noticia de la muerte de este icono, la daría su asistente el diseñador austriaco Andreas Kronthaler, con el que se había casado en 1992.
Vivienne Westwood, no solo era una diseñadora transgresora y activista que lucharía hasta el fin de sus días para cambiar y mejorar el mundo, sino que defendería la sostenibilidad del planeta, denunciando los efectos devastadores de la industria, el consumo y el capitalismo voraz, anticipándose a movimientos posteriores como pudieron ser las Primaveras Árabes, los 15-M y otros movimientos políticos, sociales y culturales y democratizadores del siglo XXI.
Pepe, enhorabuena, tus artículos, como el buen vino, van mejorando con el tiempo.
ResponderEliminar