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W. Turner: El Naufragio |
Manolo Monereo
Colectivo Prometeo
Para Alfonso Ortí
Me abruma la desazón, el desconsuelo y el pesimismo que se abate sobre las gentes que se proclaman de izquierdas. Motivos hay, sin duda. Hace unos días, un destacado escribidor del mundo de Vox lo decía claro: la crisis del equipo de Sánchez servirá para librarnos del PSOE, de la izquierda comunista-podemita y de una parte mayoritaria de los periodistas del régimen. Caza mayor sin duda. Lo han conseguido; se ha cerrado el circulo sobre el Secretario General socialista y jefe del Gobierno de España. Salidas pocas y todas malas. Hay que escoger, hay que decidir.
Centrarse en Koldo, Santos Cerdán, en Ábalos y Cía. ayudará entender lo que pasa, pero no nos darán las claves de lo que realmente se mueve en los centros de poder europeos y españoles. La corrupción en el aparato socialista es un hecho desencadenante, un punto de ruptura en un proceso que viene de atrás y que tiene una dinámica propia. Pedro Sánchez ya cumplió su papel, ahora hay que pasar página lo antes posible e iniciar un nuevo tiempo para otra política. Su mayor mérito debe ser reconocido: neutralizar el 15M y centrar a Podemos. Esta tarea no fue fácil y nunca tuvo guion previo. Lo fundamental era reconducir la crisis de régimen y gobernar un proceso que llevaba -es un hábito nacional- a una nueva restauración, teniendo al monarca en su centro y a la Unión Europea como límite y garantía. Tampoco en esto hay que engañarse: el actual Presidente del Gobierno siempre tuvo como referente a los poderes fácticos; para poder reorganizar un sistema político en crisis, el PSOE -el suyo- sería el mejor instrumento; bien mirado, el único. Los resultados están a la vista.
En los próximos días la labor del gobierno y de sus aliados será evaluar el mapa de daños, valorar las filtraciones que inevitablemente conformarán la agenda política y decidir qué se hace con la legislatura. Ahora se entienden mejor los cinco días de reflexión de Sánchez en abril del 24. Fue consciente de que iban a por él, que la caza comenzaba; que venía de los que mandaban y no se presentaban a las elecciones, él los conocía de primera mano; que todas las cloacas se aprestaban a la ofensiva total y que estaba sujeto a una vigilancia férrea e implacable. Pronto veremos cuáles son las verdaderas dimensiones y la hondura de la corrupción y, con un poco de suerte, los corruptores.
Koldo, según dicen los periódicos, era colaborador de la guardia civil en la lucha antiterrorista y Santos Cerdán estaba desde hace bastante tiempo vigilado y grabado por la UCO. Los aparatos del Estado conocían con detalle el origen, desarrollo e implicaciones de la trama y, de camino, todo lo que pasaba en el partido socialista y alrededores. Se acumuló mucha información y el dossier fue creciendo. Llegado el momento se ha hecho estallar. Es bueno seguir en esto a Lenin. La síntesis del pensamiento del dirigente bolchevique sobre el tema podría resumirse así: siempre hay conspiraciones y conspiradores, pero la política no se puede explicar solo por ellas. La historia real es otra cosa, algo más compleja. Los publicistas que se autotitulan de progresistas suelen emplear un razonamiento circular: este es un gobierno de coalición que hace políticas en favor de las mayorías sociales, cuyos resultados socioeconómicos son espectacularmente buenos; las derechas unificadas se oponen a dichas políticas y quieren derribar a la coalición progresista que preside Pedro Sánchez. Hay que apoyarlo a tope: fascismo o democracia. Grandes palabras.
Siempre se olvida un detalle: los poderes económicos y los cuerpos e instituciones del Estado. Algunos descubren ahora que hay dialécticas singulares en su seno y que las “policías patrióticas” tienen replicantes en otras aparatos y estructuras de poder; en concreto se habla, entre secretos y mirando a uno y a otro lado, del poder judicial y de alguna cosa, por ahora, innombrable. La palabra democracia es una capa que cada vez tiene menos capacidad para cubrir a los poderes reales y su creciente dominio del espacio público. El ruido de La Sexta, la depuración en Prisa y, sobre todo, las señales que vienen de los grandes fondos de inversión (el poder económico real) le dicen al Presidente que debe marcharse y que hace falta un nuevo escenario que dé cuenta del cambio de constitución material del país. Tampoco en esto hay que hacer literatura. Los que mandan saben que estas políticas progresistas nunca fueron reformas reales del modelo productivo y de poder realmente existente que democratizaran la economía y fortalecieran al sujeto popular. Lo saben de primera mano: el PSOE, este también, es parte del sistema y vinculado a él por lazos extremadamente firmes. Las líneas rojas nunca fueron sobrepasadas y las estructuras de poder, todas, respetadas.
Quizás se debe hacer el esfuerzo de ponerle fechas a las cosas. Cuando algunos lo dijimos fuimos tachados de catastrofistas y de cosas peores. Todo empezó con el discurso del Rey de 3 de Octubre de 2017. En ese mensaje se dieron las claves de fondo de lo que se ha venido desarrollando hasta el presente. Hay que situarse: gobernaba el PP y se acababa de celebrar el referéndum de Independencia de Cataluña. El 13 y el 14 junio de ese mismo año se había debatido la moción de censura presentada por Unidas Podemos que tuvo 82 votos en favor, de los cuales 71 eran de la formación dirigida por Pablo Iglesias. Más de tres veces los escaños obtenidos por la IU de Julio en su mejor momento.
El discurso de Felipe VI fue entendido sin dificultad por aquellos a quien iba dirigido: crisis de Estado, crisis de régimen y desgobierno de una clase política incapaz. Las consecuencias fueron que se quebró la base electoral del PP y se produjo una significativa autonomización en los aparatos e instituciones de un sistema político en crisis, que hasta ahora no ha hecho otra cosa que crecer. Lo demás lo conocemos. El gobierno de coalición se forma en un momento caracterizado por el fin del impulso del cambio del 15 M y la debilidad política, orgánica y electoral de Unidas Podemos. Y, sobre todo, por la fuerza política y cultural de una extrema derecha en ascenso. Un dato central: el eje de gravedad político no volvió a la fase previa al 15M; no, giró mucho más a la derecha, configurando una correlación de fuerzas que organizaba una nueva constitución material que ponía en cuestión una constitución formal devaluada y en mutación. Se pasó de hablar, en verdad solo hablar, de proceso constituyente a tener que enfrentar, es donde estamos, una situación donde lo que viene es un proceso destituyente que preludia un cambio de régimen.
Qué hará Sánchez? Por ahora resistir y verlas venir. No sabe, eso parece al menos, cual es la dimensión real del problema y su hondura. A su izquierda todo es debilidad. No hay fuerza material real, no hay programa y se carece de estrategia. El problema es seguir en un gobierno donde la fuerza principal se encuentra en crisis y con graves problemas de corrupción. El dilema parece difícil y, además, la solución no depende de unos grupos políticos que sobreviven aferrados a la capacidad de maniobra de un Presidente muy tocado. Todo apunta a que se apuesta por continuar, hablando fuerte ante los medios sobre supuestos nuevos marcos y renegociación de pactos; algunos más audaces se atreven hasta plantear el paso firme hacia la ofensiva y movilizar al electorado. El papel lo aguanta todo y las ocurrencias se suceden en momentos donde un proyecto entra en crisis y no se tiene alternativa.
¿Qué significa continuar? Una lenta agonía y, lo que es peor, que el fin del sanchismo sea también la clausura de lo que queda de la izquierda alternativa. Nada hay peor que dar viejas respuestas a nuevas situaciones donde se pone en cuestión una estrategia que hace agua por todos lados.
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