Ante
el sistemático deterioro del Estado Social y Democrático de
Derecho, principal garantía de nuestra convivencia presente y
futura, los juristas organizados en el Frente Cívico Somos Mayoría,
conscientes de nuestra capacidad y de nuestra responsabilidad
individual y colectiva para combatirlo, nos dirigimos a todo tipo de
organizaciones sociales, políticas, al mundo del Derecho, la
cultura, la Universidad y la ciudadanía en general, para iniciar la
construcción de alternativas orientadas a detener esta situación en
el menor tiempo posible.
Todo
el sistema de derechos sociales reconocido en la Constitución de
1978 es hoy un cruel sarcasmo para millones de españoles. La reforma
del artículo 135.4 de nuestro máximo texto legal ha supuesto la
derogación de hecho de gran parte de su Título Preliminar, del
Título I, y del Título VII de la Constitución Española. Esa
reforma ha puesto en cuestión de forma manifiesta los principios que
soportan nuestra convivencia, la vigencia y efectividad de los
Derechos Humanos, empezando por la flagrante vulneración del
artículo 1.2, que dispone que la soberanía nacional reside en el
pueblo español del que emanan todos los poderes del Estado. Hoy
asistimos, gracias a esa reforma, a la vigencia de un único
principio: el sometimiento de la sociedad al capricho de las
decisiones de los mercados financieros funcionando en régimen de
oligopolio.
Ha
sido también la vía de los hechos la que nos ha conducido a un
absoluto vaciamiento de nuestro sistema institucional, lo que ha
hecho posible, como acaba de reconocer el Presidente del Gobierno,
que la Constitución esté siendo reformada, de facto, por las
decisiones de las instituciones europeas. Las oscuras leyes de la
economía financiera se cumplen con el máximo rigor a costa de las
solemnes declaraciones de derechos y de los Pactos y Convenios
internacionales que ya solo formalmente son fuente de Derecho,
desconociendo lo dispuesto en el artículo 10.2 C.E.
El
principio de separación y equilibrio de los poderes del Estado ha
sido socavado hasta el esperpento que ha supuesto la última elección
de los miembros del Consejo General del Poder Judicial. No menos
preocupante es la situación actual y el funcionamiento pasado de
Tribunal Constitucional o del Tribunal de Cuentas, entre otros
organismos, todos ellos dominados por el dominio de unos partidos
políticos endogámicos, que, con mayor o menor intensidad, se mueven
entre la connivencia con los poderes económicos o estar bajo su
dependencia y financiados por la corrupción.
¿Cómo
se enfrenta la sociedad a esta situación?
Aunque
son muchos los colectivos que hoy demandan la efectividad de sus
derechos, es aún claramente insuficiente la respuesta de una
ciudadanía desarmada. Los mecanismos de participación en la vida
pública, o se encuentran cuestionados o su endeblez y división
es manifiesta. Ante los atisbos de contestación, crece la represión
y, de forma preventiva, están aumentando las medidas y mecanismos
que coartan la protesta y las propuestas eminentemente ciudadanas. La
regeneración no se atisba desde el funcionamiento normal de las
instituciones; tampoco desde las formaciones políticas o sociales
tradicionales se está conformando una reacción coherente ante la
envergadura de la crisis económica, social, ética y política que
atravesamos.
Esta
situación no es soportable, no va a continuar indefinidamente, ni es
sustancialmente superable por la llegada de una recuperación
económica que, de producirse, en todo caso está teniendo un precio
impagable para amplias capas de la población. Nadie nos explica hoy
cómo puede llegar esa recuperación, pero menos nos aclaran si
garantizaría la recuperación de los derechos perdidos, la solución
del anormal funcionamiento de las instituciones, el deterioro de
nuestra democracia y de nuestra convivencia en libertad, paz y
justicia. Por el contrario, el optimismo que hoy se nos vende se
sustenta en el mantenimiento y profundización de mayores recortes de
derechos y en la supeditación a los dictados de entes ajenos a la
ciudadanía española que han secuestrado nuestra soberanía.
La
reacción ante la situación que afrontamos tiene que basarse en las
conquistas del Derecho puestas en valor por el ejercicio de los
derechos y las responsabilidades que son consustanciales a nuestra
condición de ciudadanos. Ni puede basarse en la obediencia ciega a
quienes no merecen confianza, ni las soluciones pueden venir de los
que nos han traído hasta aquí. Pero sí tenemos que poner a los
detentadores del poder ante el imperio de las leyes, de los
principios jurídicos y de la innegociable vigencia y efectividad de
los Derechos Humanos.
La
ley no puede ser aplicada con todo su rigor a la mayoría y pisoteada
cuando sus destinatarios están situados en las más altas
instancias. No podemos conformarnos con una simple apelación a la
ejemplaridad futura, cuando ha quedado acreditada en muchos casos su
manifiesta villanía, cuando la sospecha cae sobre los tres poderes
del Estado y los mejores ejemplos de profesionalidad son depurados
implacablemente.
Por
eso, consideramos que el mundo del Derecho tiene una enorme
responsabilidad que incluye, al menos, tres irrenunciables deberes.
El
primero es declarar que la situación que atraviesa el país no es
conforme con el espíritu y la letra de la Constitución refrendada
por la ciudadanía en 1978.
El
segundo es poner en funcionamiento todas las herramientas jurídicas
a nuestro alcance y bajo nuestra responsabilidad personal o
institucional: los abogados y procuradores ejerciendo en nombre de
los ciudadanos las acciones para pedir responsabilidades, enfrentando
a los que delinquen desde el poder con la ley; los colegios,
denunciando las normas que vulneran derechos, como las tasas
judiciales, y ayudando a formarse a los abogados que defienden a
grandes colectivos como los afectados por las hipotecas; los jueces y
fiscales amparando y promoviendo la aplicación de las leyes con la
mayor ejemplaridad, sin perder de vista la aplicación del derecho
internacional ratificado por España y vinculante según el artículo
10.2 C.E. Desde el ámbito académico, formulando una crítica que
nos arme y nos refuerce ante los retrocesos que nos acucian.
El
tercer deber es hacer pedagogía de todo lo anterior y sentirnos muy
unidos a los ciudadanos, y a tantos profesionales y funcionarios que
hoy están viendo como se deterioran sus campos de trabajo, y hacen
enormes esfuerzos para que no se resientan sus aportaciones a la
ciudadanía y a la colectividad.
La
difusión de esta manifiesto y su compromiso con los fines que en él
se proponen queda en manos de los ciudadanos. De VOSOTROS depende.
Compromisos como el de estas personas son no solo necesarios sino imprescindibles si queremos revertir la actual situación por la que estamos pasando.
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