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José Coy
Mesa Estatal FCSM
En
nuestras mochilas no llevábamos piedras, ni objetos punzantes, ni
rodamientos, ni tirachinas y sí mucho deseo de que todo transcurriera
en paz. A lo largo de todos y cada uno de los actos, reuniones y
asambleas que hemos ido realizando en los meses, semanas y días previos
a lo largo y ancho del país, no hemos dejado de repetir que esta
movilización era radicalmente no-violenta. Desobediente, pero pacífica,
a pesar de que quienes hemos estado en las carreteras estamos
sometidos a una violencia diaria estructural de un sistema que nos ha
dejado abandonados en la cuneta.
Quienes llegamos
andando estamos sometidos a otro tipo de violencia sistémica, porque
sufrimos muchos problemas de supervivencia diaria que antes de la
crisis ninguno de nosotros imaginábamos que íbamos a sufrir. Somos
gente común, normal y corriente, invisible, porque sólo se habla en las
tertulias mediáticas de los grandes datos de la macroeconomía, pero es
hora de hablar de microeconomía. Es hora de hablar de las personas que
tienen los frigoríficos vacíos y que dependen de los abuelos y abuelas
para poder alimentarse en una especie de comuna familiar con olla
común incluida. También hay que hablar de las personas desempleadas de
más de 45 o 50 años –entre los que me encuentro–, que a pesar de tener
una profesión y capacidad probada a lo largo de nuestra vida laboral,
tenemos una dificultad manifiesta a la hora de insertarnos de nuevo en
el mercado laboral; o de nuestros hijos, que no pueden acceder al
primer empleo y que cuando lo consiguen lo hacen en condiciones de
precariedad laboral extrema, una precariedad que ya alcanza a todas las
edades.