Jorge Alcázar González.
Miembro del Colectivo Prometeo y del FCSM.
Este fin de semana
me han embargado dos sentimientos encontrados pero muy nacionales: la
vergüenza y la alegría. Durante este último mes, en España hemos
asistido a la venta verbenera del evento que supone organizar unos
Juegos Olímpicos, de lo maravilloso que sería para el país que
Madrid fuera la sede para el año 2020, y de lo bien avalada y
considerada que ésta se encontraba entre los miembros del COI.
Como decía, me
dio vergüenza asistir al lamentable espectáculo que nuestros
periodistas españoles, sean de medios deportivos o generales, han
dado durante los días previos a la ceremonia de votación, vendiendo
las beldades de un evento que dista una eternidad del espíritu
deportivo que debe presidirlo, cuando hoy, después de haber sido
aniquiladas las opciones de la candidatura madrileña, sólo escucho
discursos entorno al caciquismo, la corrupción y la miseria que
impregnan al espíritu olímpico, representado por el COI y sus
miembros. Me da vergüenza que me traten como un analfabeto integral
que se deja poner una banderita en la mano para que la ondee a la voz
de ordeno y mando. Parece que aquellos miembros tan alabados y bien
tratados que visitaron Madrid hace algunos meses, hoy se han tornado
malévolos y tiranos. Parece que de la noche a la mañana han
obtenido los títulos de marqueses, condes, duques o emires, y que
antes no formaban parte de esa costra tan dañina y a extinguir que
conforman las élites dirigentes internacionales. Sólo ahora se
percibe su tufo pestilente. Mas por esta causa y conociendo el paño
de nuestra clase periodística, aquella que sólo se dedica a adular
al perro que le da de comer, estoy acostumbrado a avergonzarme, pues
a base de costumbre…
Alegría sin embargo fue lo que me
causó la palabra, ¡qué digo!, el incalificable discurso, que la
señora alcaldesa de Madrid, Doña Ana Botella, brindó a todos los
reyezuelos del COI y al resto “del mundo civilizado”. Sin miedo
al ridículo y mostrando la valentía que en ella es distinguible, la
ínclita señora se despachó a gusto en la lengua de Shakespeare,
haciendo gala de un vocabulario, de una dicción, que ni en los
mejores colegios e institutos de pago se exhibe. Su educación
privada brilló en todo su esplendor, dando a la par una clara
muestra de lo que el modelo educativo del partido que representa
persigue para con los súbditos del reino de España. Ahondando más
en la cuestión, se me vino a la mente la inmensa alegría que las
decenas de miles de españoles que pululan por el extranjero –bueno,
fuera de España, no vaya a ser que alguno se enfade al decir que
Alemania o Inglaterra es el extranjero- tuvieron que sentir en sus
carnes huidas al observar el bello espectáculo que la regidora
regaló. A éstos les enseñó el camino del éxito y cómo, con
tesón, valentía y alguna otra cosilla más que no querrá desvelar,
como todo buen cocinero, el manejo del idioma y del auditorio, de la
situación y del contexto, así como el triunfo y el reconocimiento
internacional, se conquistan y adquieren. Mi propio hermano, desde
Canadá, me llamó para contarme lo emocionado que estaba al ver a lo
mejorcito de España representando tan bien al país que tanto quiere
y tantas cosas le ha dado. Lástima que no todos tengamos las mismas
aptitudes y muchos tengan que emigrar, dada la competencia y la
incapacidad propia, pues ahí está la prueba. Me acordé entonces de
los tiempos pasados: de “Pepe vente pa’ Alemania” y cosas así,
y de todos estos “españolitos/as por el mundo” que, con menor
suerte que la señora Botella, deben ganarse el pan que se le niega
en este bendito país, allende las fronteras patrias, desarrollando,
y espero que por su bien, destrezas lingüísticas parecidas siquiera
a las de ésta insigne y casta dama española.
A todo esto y a la vez que me
embargaban los dos sentimientos que antes he comentado, me dio por
pensar que, después de irse los más de trescientos mil españoles
que hasta la fecha llevamos, añadiendo los que tienen ya la maleta
preparada en la puerta de la casa familiar y previendo los que los
seguirán, ¿quién va a quedar en España? Fue tras este
planteamiento cuando llegué definitivamente al estado en que me
hallo: la catatonia. Si hemos tenido que tragar con la legitimidad
que la tan venerada Transición dio a las castas franquistas, si
durante estos más de treinta años de pantomima hemos tenido que
soportar que lo más casposo, progre, corrupto y caciquil heredado
del franquismo, tome las riendas del país llevándonos al ostracismo
exterior a algunos y al interior al resto, a la vez que ellos
consolidan sus propiedades y barrigas, si tengo que aguantar
aguiluchos, apellidos de relumbrón pretérito, estirpes de
dirigentes, frases en blanco y negro y demás, se me viene encima que
los retoños de éstos tengan todo el campo allanado para perpetuar
la saga. ¿Quién va a quedar en la piel de toro? Pues claro, serán
los vástagos de las Botellas y compañía quienes mañana, con su
buen hacer, nos digan de nuevo lo que hacemos y no hacemos bien, los
que se lo “lleven calentito” de nuevo, y venga la rueda a girar
con sus cangilones viejos, pues a fuerza de costumbre, les es difícil
desprenderse del cargo, las responsabilidades y las carteras, Estos
chicos están preparados, pues bien aprendido tienen la coletilla de
“en época de crisis tiempo de oportunidades” y a buena escuela
pertenecen.
Aunque decepcionado y alegre y en mi
estado catatónico, empezaron a cuadrarme algunas cosillas, y así
estoy hoy, que me debato entre acabar estas palabras o dejar de
perder el tiempo, prepararme un “buen inglés” – al bottle
style -, venderle la moto a algún guiri, entretener al populacho
con alharacas y meter la mano por aquí y por allí y por todos mis
compañeros. No me extraña que los corruptos del COI huyan de esta
turba de íberos desalmados, pues a buen entendedor … Lastima que
no sea tan listo, inteligente y preparado como nuestros próceres,
por lo que tendré que seguir dedicándome a otra cosa. Veremos a ver
qué sale.
1 comentario:
Yo también me sorprendí con la soltura, la dicción y la actuación de la que creía una estirada Ana Botella. La pena fue que escogieron de asesor y guionista a Jim Carrey.
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