martes, 10 de septiembre de 2013

De los Juegos Olímpicos, el nivel de inglés y demás cuestiones


Jorge Alcázar González.
 Miembro del Colectivo Prometeo y del FCSM.

Este fin de semana me han embargado dos sentimientos encontrados pero muy nacionales: la vergüenza y la alegría. Durante este último mes, en España hemos asistido a la venta verbenera del evento que supone organizar unos Juegos Olímpicos, de lo maravilloso que sería para el país que Madrid fuera la sede para el año 2020, y de lo bien avalada y considerada que ésta se encontraba entre los miembros del COI.
Como decía, me dio vergüenza asistir al lamentable espectáculo que nuestros periodistas españoles, sean de medios deportivos o generales, han dado durante los días previos a la ceremonia de votación, vendiendo las beldades de un evento que dista una eternidad del espíritu deportivo que debe presidirlo, cuando hoy, después de haber sido aniquiladas las opciones de la candidatura madrileña, sólo escucho discursos entorno al caciquismo, la corrupción y la miseria que impregnan al espíritu olímpico, representado por el COI y sus miembros. Me da vergüenza que me traten como un analfabeto integral que se deja poner una banderita en la mano para que la ondee a la voz de ordeno y mando. Parece que aquellos miembros tan alabados y bien tratados que visitaron Madrid hace algunos meses, hoy se han tornado malévolos y tiranos. Parece que de la noche a la mañana han obtenido los títulos de marqueses, condes, duques o emires, y que antes no formaban parte de esa costra tan dañina y a extinguir que conforman las élites dirigentes internacionales. Sólo ahora se percibe su tufo pestilente. Mas por esta causa y conociendo el paño de nuestra clase periodística, aquella que sólo se dedica a adular al perro que le da de comer, estoy acostumbrado a avergonzarme, pues a base de costumbre…


Alegría sin embargo fue lo que me causó la palabra, ¡qué digo!, el incalificable discurso, que la señora alcaldesa de Madrid, Doña Ana Botella, brindó a todos los reyezuelos del COI y al resto “del mundo civilizado”. Sin miedo al ridículo y mostrando la valentía que en ella es distinguible, la ínclita señora se despachó a gusto en la lengua de Shakespeare, haciendo gala de un vocabulario, de una dicción, que ni en los mejores colegios e institutos de pago se exhibe. Su educación privada brilló en todo su esplendor, dando a la par una clara muestra de lo que el modelo educativo del partido que representa persigue para con los súbditos del reino de España. Ahondando más en la cuestión, se me vino a la mente la inmensa alegría que las decenas de miles de españoles que pululan por el extranjero –bueno, fuera de España, no vaya a ser que alguno se enfade al decir que Alemania o Inglaterra es el extranjero- tuvieron que sentir en sus carnes huidas al observar el bello espectáculo que la regidora regaló. A éstos les enseñó el camino del éxito y cómo, con tesón, valentía y alguna otra cosilla más que no querrá desvelar, como todo buen cocinero, el manejo del idioma y del auditorio, de la situación y del contexto, así como el triunfo y el reconocimiento internacional, se conquistan y adquieren. Mi propio hermano, desde Canadá, me llamó para contarme lo emocionado que estaba al ver a lo mejorcito de España representando tan bien al país que tanto quiere y tantas cosas le ha dado. Lástima que no todos tengamos las mismas aptitudes y muchos tengan que emigrar, dada la competencia y la incapacidad propia, pues ahí está la prueba. Me acordé entonces de los tiempos pasados: de “Pepe vente pa’ Alemania” y cosas así, y de todos estos “españolitos/as por el mundo” que, con menor suerte que la señora Botella, deben ganarse el pan que se le niega en este bendito país, allende las fronteras patrias, desarrollando, y espero que por su bien, destrezas lingüísticas parecidas siquiera a las de ésta insigne y casta dama española.

A todo esto y a la vez que me embargaban los dos sentimientos que antes he comentado, me dio por pensar que, después de irse los más de trescientos mil españoles que hasta la fecha llevamos, añadiendo los que tienen ya la maleta preparada en la puerta de la casa familiar y previendo los que los seguirán, ¿quién va a quedar en España? Fue tras este planteamiento cuando llegué definitivamente al estado en que me hallo: la catatonia. Si hemos tenido que tragar con la legitimidad que la tan venerada Transición dio a las castas franquistas, si durante estos más de treinta años de pantomima hemos tenido que soportar que lo más casposo, progre, corrupto y caciquil heredado del franquismo, tome las riendas del país llevándonos al ostracismo exterior a algunos y al interior al resto, a la vez que ellos consolidan sus propiedades y barrigas, si tengo que aguantar aguiluchos, apellidos de relumbrón pretérito, estirpes de dirigentes, frases en blanco y negro y demás, se me viene encima que los retoños de éstos tengan todo el campo allanado para perpetuar la saga. ¿Quién va a quedar en la piel de toro? Pues claro, serán los vástagos de las Botellas y compañía quienes mañana, con su buen hacer, nos digan de nuevo lo que hacemos y no hacemos bien, los que se lo “lleven calentito” de nuevo, y venga la rueda a girar con sus cangilones viejos, pues a fuerza de costumbre, les es difícil desprenderse del cargo, las responsabilidades y las carteras, Estos chicos están preparados, pues bien aprendido tienen la coletilla de “en época de crisis tiempo de oportunidades” y a buena escuela pertenecen.

Aunque decepcionado y alegre y en mi estado catatónico, empezaron a cuadrarme algunas cosillas, y así estoy hoy, que me debato entre acabar estas palabras o dejar de perder el tiempo, prepararme un “buen inglés” – al bottle style -, venderle la moto a algún guiri, entretener al populacho con alharacas y meter la mano por aquí y por allí y por todos mis compañeros. No me extraña que los corruptos del COI huyan de esta turba de íberos desalmados, pues a buen entendedor … Lastima que no sea tan listo, inteligente y preparado como nuestros próceres, por lo que tendré que seguir dedicándome a otra cosa. Veremos a ver qué sale.







1 comentario:

Luis Martínez Aniesa dijo...

Yo también me sorprendí con la soltura, la dicción y la actuación de la que creía una estirada Ana Botella. La pena fue que escogieron de asesor y guionista a Jim Carrey.